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Domingo, 13 de noviembre de 2011
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> Un fragmento de Orificio

Los restos de Palermo

Por Nicolas Casullo
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el mapa de la ciudad dibujado por casullo para la novela e incluido en la edicion.

Esa noche, Tirolibre McBride apareció más tarde que de costumbre, con dos gallinas vivas en una valija. Presintió que a esa hora resultaría improbable que pasase un auto. Ni apoyando la oreja en el asfalto escuchaba vibraciones de algún motor en marcha. El Sordo propuso ir a pie hacia el Congreso, pero Orificio lo hizo desistir de la ocurrencia. Corrientes era una caverna oscura donde los salteadores apagaban temprano las fogatas. Tirolibre coincidió con él: era arriesgado atravesarla sin ninguna contraseña.

El Sordo chasqueó la lengua. Maldecía la idea de mudarse, pero no se atrevió a discutirla. Se había acostumbrado a la zona, a sus tardes en el galpón de los juegos electrónicos abandonados, y le importaba poco saber que en los barrios vacíos los antepasados vagaban como alma en pena. Se construyó una antena de televisión para captar imágenes. Ignoraba desde qué lugar de Buenos Aires transmitían imágenes. Creyó siempre que las ondas llegaban desde los Parques, donde los hombres de las jaurías fueron arriando algunos equipos técnicos, aprovechando las revueltas.

Tirolibre avisó que rondaba un coche. No muy lejos. El Sordo corrió hacia Córdoba para divisarlo. Su tarea era hacerlo desviar hacia el Congreso. Del resto se encargaba Orificio, arrodillado detrás de un par de barriles. Accionó el seguro de la metralleta justo en el momento en que el Sordo agitaba los brazos. Los del auto mordieron el anzuelo. Los vio doblar en dirección a la boca de su fusil.

(...)

Caminaron muy despacio, con la mayor cautela, por los restos de Palermo. Un barrio destrozado por los bombardeos durante las revueltas de las Primaveras, que no habían dejado casa en pie. Fue uno de los tantos alzamientos de los guerrilleros, y también una derrota más. Tiempo después de las refriegas se intentó repoblar los lugares menos devastados, limpiar los escombros, cubrir las manzanas con carpas monumentales. Pero fue inútil, la gente se fue, no volvió, y la guerrilla se trasladó más al norte, pasando el puente de las vías donde ahora se apostaban los centinelas.

Al llegar a Godoy Cruz y Cerviño los dejaron pasar, tal cual lo habían previsto. Conocían a Orificio de otros tiempos. Por eso apostó a encontrar protección en esa zona, aunque para Fointaneblú los guerrilleros habían terminado hacía mucho. Ahora engordaban recordando sus viejas leyendas, como una casta de melancólicos que aspiraban todavía a un tiempo de fraternidad.

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