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Domingo, 22 de enero de 2012
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La unánime noche

Volvamos a las lecturas. ¿Cómo lo veías a Borges?

–Leo a Borges tarde, en esta formación, en estas lecturas mías tan precipitadas. Yo, que me lanzaba sobre cualquier texto que caía en mis manos, a Borges lo leo tarde por prejuicios, es decir lo leo cuando tengo treinta años. Casi una lectura clandestina, porque el Partido Comunista, al cual en ese momento yo estaba afiliado, había sindicado a Borges como un escritor reaccionario. Un día decidí leer a ese escritor reaccionario porque me dije que no podía ser que tantos de mis conocidos hablaran de él y yo no supiera exactamente quién era, más allá de una u otra opinión que me llegaba. Lo leí entonces, han pasado cincuenta años y sigo leyéndolo.

¿También su poesía?

–Sí, sí. Hace poco he leído poemas suyos a los asistentes de la Biblioteca. Borges también habla de Buenos Aires, pero el Buenos Aires de Borges es un Buenos Aires mentiroso. El habla de Villa Crespo y lo describe como un barrio de cuchilleros. Y no es así. Villa Crespo fue un barrio de obreros inmigrantes, polacos o judíos en especial. Si hubo algún cuchillero debía estar muy en las orillas de ese barrio. Viví muchos años ahí y tuve referencias orales de habitantes mucho mayores que yo. Es probable que él hablara de la primera gran oleada inmigratoria y que recibiera relatos sobre un Buenos Aires que, si no es mentiroso, desapareció. Borges estaba prohibido en el PC, era como leer a Trotsky. Yo lo leía clandestinamente y sigue quedándome esa cosa. ¡Cómo le trabajó el pudor a Borges “La intrusa”: para mí es su mejor relato, cómo cuenta la relación incestuosa de los dos hermanos, a través del asesinato de la mujer que se interpone entre ellos. Borges traduce a Faulkner, Juan Carlos Onetti dice que Las palmeras salvajes no termina como la tradujo Borges. ¿Qué es lo que dice el penado alto en la traducción de Borges, al final del libro? “¡Mujeres!, dijo el penado alto”. Es como si nosotros dijéramos: “¡Qué mujer, carajo!”. Es en el sentido de ¡qué mina! Una hazaña del carajo. Onetti conocía de mujeres y Borges no. Borges era el pudor y entonces cambió eso. Pero Borges me enseñó el manejo del adjetivo. Cuando alguien escribe “la unánime noche”, vos tenés que decirte: o aprendo de este tipo o no aprendo de nadie.

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