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Domingo, 19 de febrero de 2012
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El policial según Von Schirach

Pensó en la de horas que había pasado en el Instituto Forense. Allí todo transcurría a media voz, sólo se oía el ruido de los escalpelos y las sierras, los médicos hablaban concentrados en los dictáfonos, trataban a los muertos con respeto. Los chistes en la mesa de disección eran cosa de la novela negra. Sólo al olor, a aquel típico olor putrefacto, no terminaría de acostumbrarse nunca: en eso no era distinto de la mayoría de los forenses. Tampoco podía untarse mentol debajo de la nariz, algunas pistas se descubrían solamente por el olor de los muertos. En sus tiempos de joven fiscal, Schmied sentía repugnancia cuando la sangre del cuerpo era extraída con un cucharón y se pesaba, o cuando, tras examinar el cadáver, se colocaban de nuevo los órganos en el cuerpo. Con el tiempo comprendió que era todo un arte, después de una autopsia, saber suturar bien un cadáver de forma que nada se filtre y no haya pérdidas, y se había dado cuenta de que los médicos forenses departían sobre ello muy en serio. Era un mundo paralelo...

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A la hora de realizar su labor, la policía parte del supuesto de que no existe la casualidad. El noventa y cinco por ciento de las pesquisas consiste en trabajo de oficina, análisis de las pruebas materiales e interrogatorios a los testigos. En las novelas policíacas, el culpable confiesa no bien se le pegan cuatro gritos; en la vida real no es tan sencillo... aquella frase de un comisario que afirma que la solución es demasiado simple es un invento de los guionistas. Lo contrario sí es verdad. Lo que es evidente es probable. Y casi siempre también correcto.

Los abogados, en cambio, tratan de buscar una brecha en el edificio de pruebas erigido por la acusación pública. Sus aliados son el azar y la casualidad; su misión, impedir que arraigue prematuramente una verdad sólo aparente. Un agente de policía le dijo una vez a un magistrado de la Corte Federal que los defensores no son más que frenos en el coche de la Justicia. El juez respondió que un coche sin frenos no sirve para nada. Un proceso penal funciona solamente en el marco de este juego de fuerzas.

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Clientes y abogados defensores mantienen una relación curiosa. Un abogado no siempre quiere saber qué ha ocurrido en realidad. Ello tiene su motivo en nuestro ordenamiento penal: si el defensor sabe que su cliente ha asesinado a alguien en Berlín, no puede solicitar la comparecencia de “testigos de descargo” que afirmen que el acusado estaba ese día en Munich. Es moverse por el filo de la navaja. En otros casos es indispensable que el abogado sepa la verdad. Conocer la verdad de los hechos puede suponer entonces la ventaja mínima que libre a su cliente de una condena. Que el abogado esté convencido de la inocencia de su cliente no tiene la menor importancia. Su cometido es defender al cliente. Ni más ni menos.

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El comisario principal Dalger, de la policía criminal, había llevado a cabo cientos de interrogatorios. Cuando, dieciséis años atrás, había ingresado en la brigada de homicidios, ésa era la cúspide de todo el aparato policial. Se sentía orgulloso de haberlo conseguido y sabía que fundamentalmente debía su ascenso a una de sus cualidades: la paciencia. Escuchaba, si era necesario, durante horas y horas, para él nunca nada era demasiado, y tras los muchos años de servicio todo seguía pareciéndole interesante. Dalger evitaba el interrogatorio inmediato a la detención, cuando los hechos eran aún recientes y sabía poco. El era el hombre de las confesiones. No recurría a trucos, chantajes o humillaciones. El primer interrogatorio se lo dejaba gustoso a los más jóvenes; él prefería no preguntar hasta que creía saber todo sobre el caso. Tenía una memoria prodigiosa para los detalles. No se dejaba llevar por la intuición, aunque jamás hasta entonces le había fallado. Dalger sabía que las historias más absurdas podían ser ciertas y las más creíbles, inventadas. Los interrogatorios, les decía a sus colegas más jóvenes, son un trabajo duro. Y nunca se olvidaba de añadir:

–Sigan el dinero o el esperma. Todos los asesinatos se explican por una cosa o la otra.

Todos estos fragmentos están tomados de Crímenes.

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