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Domingo, 21 de octubre de 2012
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Retrato del Juglar

MARGO GLANZ:

¿Cómo y dónde conoció al autor de Pedro Páramo?

–Conocí a Juan Rulfo cuando regresé de Francia en 1958. Estando en París, hacia 1954, me llegaron El llano en llamas y Pedro Páramo, época en que también leía a Stendhal, Rojo y negro, y La cartuja de Parma. En México nos veíamos mucho, sobre todo a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, en dos librerías que él frecuentaba y a las que iba a tomar café y a platicar con los amigos: el Agora, donde también conocí a Augusto Roa Bastos, y luego El Juglar, cuyo café Rulfo frecuentó casi hasta su muerte.

¿Cuál fue su primera impresión y la que le quedaría luego para siempre de él?

–Era guapo, una manera extraña de serlo, con una mirada borrosa y dulce, también triste, amarrada, medio maligna, como si sólo tuviese vida por dentro, como si estuviera por encima del tiempo, tiempo que sólo se marcaba preciso en las dos líneas que le acuchillaban la frente, líneas que se fueron hundiendo cada vez más a medida que pasaban los años; sus cejas gruesas, delineadas y la derecha levantada como si estuviese siempre asombrado o preguntándose algo, el pelo lo tenía ondulado, las orejas muy bien hechas, los labios finos.

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