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Domingo, 21 de octubre de 2012
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El privilegio de chocar con Rulfo

ANGELES MASTRETTA:

¿Cuándo y dónde conoció a Juan Rulfo?

–En el Centro Mexicano de Escritores en el año 1974.

¿Cómo lo recuerda?

–Muy tímido. Quizá la anécdota que más me divierte recordar tiene que ver con un choque. Después de las reuniones en el Centro Mexicano de Escritores, en donde él era tutor y yo becaria, nos gustaba ir a tomar café y un pastel de nuez a un lugar cercano. Rulfo conducía muy mal. Con la distracción de quien piensa el mundo hurgando lo importante, sin dejar que su cabeza se detuviera frente a un semáforo o una reversa. Una tarde, al dejar el café, iba saliendo hacia atrás y chocó con un coche que tenía el derecho de paso. Pero Rulfo no lo vio. “¿Y ahora qué hacemos?”, me preguntó cuando el hombre empezó a gritar furioso. “Usted nada, yo hablo con él”, le dije. Me bajé completamente decidida a arreglar el asunto con solo decir su nombre. Por desgracia, el señor al volante no era lector. “Ha tenido usted el privilegio de chocar con el maestro Rulfo”, le dije. “¿A mí qué? ¿Quién es? No me importa, me tiene que pagar.” Yo era más pobre que un alfiler, pero le di mi nombre y juré que le pagaría por él. Me creyó. Rulfo me vio volver a su coche como un niño ve regresar al adulto que lo ha librado de un mal pleito. Recuerdo todo el asunto como una bendición que me hizo entenderlo mejor.

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