Para mà hay, por lo menos, tres Manautas. El primero es el gran escritor que aparece en la literatura argentina hacia 1956 con Las tierras blancas y se inserta en una de las generaciones más interesantes, en la que están Viñas, Peltzer, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, Bernardo Verbitsky, Marco Denevi. Y aparece como el primer descendiente de la literatura norteamericana: esa cosa que está tan de moda hoy en realidad la inaugura Manauta, sólo que sus modelos eran Faulkner, Steinbeck o Dos Passos, los grandes escritores de esa época. El sostenÃa que todo lo habÃa aprendido de Gorki, sin duda un gran escritor, pero yo sospecho que eso, más bien, era una concesión al realismo socialista, al que podemos calificar de nefando. Pero ésa era la teorÃa literaria de su partido y de buena parte de los realistas de la época, con los que Manauta, en lo narrativo, no tenÃa absolutamente nada que ver.
En el volumen de sus Cuentos completos también puede verse la dimensión de Manauta, que no escribió muchos libros, no fue un escritor caudaloso. Las tierras blancas, su gran novela, es una obra acentuadamente poética. Es muy novedoso ese contrapunto entre Odiseo y La Madre, esos largos monólogos con un ensamble casi faulkneriano. Es muy significativo algo que en general no se tiene en cuenta, porque no pertenece a la crÃtica académica y no parece un pensamiento serio: cuando Oliveira, el personaje de Cortázar, vuelve de ParÃs, por el único escritor que pregunta es por Manauta. Lo que da la idea de que para él era prácticamente el único escritor que existÃa en la Argentina. Eso, incluso, más allá de que por entonces los dos estuvieran en las antÃpodas ideológicas, como arquetipos de escritores de derecha y de izquierda. Creo que en algún momento Manauta va a ser leÃdo con mucha más seriedad. Lo mismo pasa con Alfredo Varela. Hay dos grandes novelas testimoniales en la Argentina: El rÃo oscuro, de Varela (con la que Hugo del Carril hizo Las aguas bajan turbias), y Las tierras blancas.
El otro Manauta es el que se sentÃa obligado a decir que descendÃa de Gorki. Al pertenecer al Partido Comunista, debÃa apegarse a la lÃnea partidaria. Ese es el problema de estar afiliado a un partido, o de ser un escritor militante: hay que aceptar las reglas que impone el movimiento, cosa que yo considero nefasta. A ese Manauta, en realidad, no lo conocÃ. De alguna manera él sabÃa que esa filiación no era del todo conveniente: nunca quiso que yo fuera comunista, decÃa que era más útil para la izquierda desde fuera del partido que desde dentro. Está mi carácter, y mi manera de ver el mundo, pero él también incidió para que yo no cediera a la tentación, si es que alguna vez la tuve, de afiliarme al PC, una de las costumbres de la época. InsistÃa en que no me afiliara, en que sólo traerÃa dificultades. Era muy lúcido en ese sentido.
Dirigió una revista literaria, Hoy en la cultura, que tenÃa que seguir los lineamientos del partido, al tiempo que yo dirigÃa El escarabajo de oro, que decÃa exactamente lo que pensaba en el momento en que lo pensaba. Y eso nos unÃa, porque éramos muy amigos: ahà aparece el tercer Manauta. El de las largas noches de insomnio compartidas, el que jugaba al truco, con el que pasábamos semanas de vacaciones en Villa Gesell. Lo conocà en los sesenta, a partir de una crÃtica no muy piadosa que hizo Lelia Varsi a Cuentos para la dueña adolorida en El escarabajo: vino a una reunión, tuvimos una pequeña discusión, y a partir de entonces se hizo muy amigo. Ibamos a Los 36 Billares a jugar al truco con Humberto Constantini, con Tejada Gómez.
TenÃa un enorme sentido del humor. Recuerdo que hace muchÃsimos años, antes de conocer yo a Sylvia (Iparraguirre), me encontré con una jovencita muy jovencita y, para darme un poco de importancia, le pregunté si querÃa conocer a un gran escritor argentino. Manauta me lleva quince años, poco más. Ella me dijo que sÃ, por supuesto, porque habÃa leÃdo Las tierras blancas y amaba Papá José. Cuando llegamos al sitio con esta chica, que era bastante candorosa y que estaba esperando ver al narrador que admiraba, nos encontramos con Manauta semidesnudo, en una especie de rueda en la que habÃa una botella en el medio que se hacÃa girar, acostada: al detenerse, el pico de esa botella apuntaba a una persona que debÃa sacarse una prenda de vestir. Bueno, Manauta ya estaba casi en una condición de Adán, y habÃa varios que andaban cerca.
Como puede verse, fuera del otro ámbito, del rigor ideológico, era un loco suelto. De ese Manauta nada irreprochable me gustarÃa hablar horas. Pero quiero recordar, sobre todo, al gran descendiente de Steinbeck, Faulkner y Dos Passos. Hasta esa época, los escritores de izquierda solÃan leer nada más que a los rusos. Y él fue uno de los primeros en entender que la narrativa norteamericana debÃa ser leÃda y podÃa ser utilizada en la literatura argentina.
(Testimonio recogido por A. B.)
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