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Domingo, 1 de septiembre de 2013
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Mi deber en la Tierra

Tuve una infancia hermosa: mi padre era imprentero en Lowell; vagué día y noche por los campos y las orillas del río; escribí novelitas en mi cuarto, la primera a los once años; llevé también un diario e inventé un “periódico” que cubría mis mundos imaginarios de carreras de caballos, béisbol y fútbol. En el Colegio Parroquial de San José recibí tempranamente una excelente educación de los jesuitas, que me permitió después saltar sin escalas al sexto grado de la escuela pública; cuando era chico, viajé con mi familia a Montreal, Quebec; el alcalde de Lawrence (Massachusetts), Billy White, me dio a los once años un caballo en el que pasearon todos los demás niños del vecindario; el caballo se escapó. Acompañado por mi madre y mi tía, hice largas caminatas nocturnas bajo los árboles añejos de Nueva Inglaterra. Escuchaba con atención los chismes que ellas contaban. A los diecisiete años y bajo el influjo de Sebastian Sampas, un joven poeta local que murió luego en la playa de Anzio, decidí ser escritor. A los dieciocho años leí la vida de Jack London y resolví ser también un aventurero, un viajero solitario. Las primeras influencias literarias fueron Saroyan y Hemingway; más tarde, Wolfe (después de romperme una pierna jugando al fútbol con los estudiantes del primer año de Columbia leí a Tom Wolfe y recorrí su Nueva York en muletas). Influido por mi hermano mayor, Gerald Kerouac, que murió a los nueve años en 1926, cuando yo tenía cuatro, durante la infancia pretendí ser un gran pintor y dibujante (él lo era) (y también un santo, según dijeron las monjas) (esto aparece en la próxima novela, Visions of Gerard). Mi padre era moralmente recto, muy alegre; en sus últimos años, lo amargaron Roosevelt y la Segunda Guerra; murió de cáncer de bazo. Mi madre todavía vive. Y yo vivo con ella en una especie de vida monástica que me permitió escribir todo lo que escribí. Pero también escribí en el camino, como vagabundo, ferroviario, exiliado mexicano y peregrino por Europa (como se lee en Viajero solitario). Mi hermana Caroline, casada con Paul E. Blake Jr., de Henderson, N.C, técnico del gobierno en protección antimisilística, tiene un hijo, Paul Jr., mi sobrino, que me llama tío Jack y me quiere mucho. Mi madre se llama Gabrielle; sus largos relatos acerca de Montreal y New Hampshire me enseñaron naturalmente el arte de contar historias. La genealogía de mi familia se remonta a Bretaña, Francia, y a mi primer ancestro norteamericano, el barón Alexandre Louis Lebris de Kérouac de Cornwall, Bretaña; alrededor de 1750 le cedieron tierras a lo largo de la Rivière du Loup después de la victoria de Wolfe sobre Montcalm; sus descendientes se casaron con indias (mohawacks y caughnawagas) y cultivaron papas. El primer descendiente en los Estados Unidos fue mi abuelo Jean-Baptiste Kerouac, carpintero de Nashua, N. H. La madre de mi padre era una Bernier de la familia del explotador Bernier. Todos bretones por el lado de mi padre. Mi madre tiene un nombre normando, L`Evesque.

Mi primera novela en sentido estricto fue The town and the city, escrita, en la tradición del trabajo minucioso y la corrección, en tres años, entre 1946 y 1948, y publicada en 1950 en Harcour Brace. Luego descubrí la prosa “espontánea” y escribí Los subterráneos en tres noches y En el camino en tres semanas.

Leí y estudié solo durante toda mi vida. En Columbia batí el record de inasistencia a las clases para quedarme en mi cuarto. Escribía una pieza teatral diaria y leía a, digamos, Louis-Ferdinand Céline en lugar de los “clásicos” del curso.

Tenía mis propias ideas. Se me conoce como “loco, vago y ángel” de “prosa perpetua y desnuda”. Soy también poeta en verso: Mexico City blues. Siempre entendí que la literatura era mi deber en la Tierra. También la prédica de la bondad universal, que los críticos histéricos no supieron advertir bajo la frenética actividad de mis novelas sobre la generación “beat”. No soy realmente un “beat” sino un solitario, lunático y extraño místico católico...

Planes últimos: eremita en los bosques, serena escritura de madurez, dulce insinuación del Paraíso (que nos llega a todos...)

Este texto, “Por favor, haga un breve resumen de su vida”, fue escrito por Jack Kerouac como introducción a los artículos de Viajero solitario, que Caja Negra distribuye esta semana.

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