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Domingo, 29 de junio de 2014
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POR LA VUELTA

Por Norberto Galasso
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Allá por 1984, cuando la dictadura genocida quedó atrás y retornamos a la democracia, se realizó un acto, con numerosa concurrencia, en el Teatro General San Martín, en homenaje a Arturo Jauretche. Recuerdo que los oradores éramos ocho o diez y que, entre ellos, había algunos que no eran partícipes habituales de estos actos “nacionales”, incluso representantes de la vieja izquierda abstracta que jamás lo había valorado. Resultaba sorprendente, porque durante la dictadura poco habían circulado sus libros –salvo Economía y política, que hicimos con Peña Lillo en 1977 y los tomos de Polémicas, que fueron cuatro y reeditados, aventura que realizamos con uno de sus discípulos más queridos: Darío Alessandro–. Aquel acto parecía significar “la vuelta a Jauretche” a la prédica antiimperialista a favor de la liberación nacional y especialmente a su crítica implacable al predominio de las ideas de la clase dominante, a lo que él llama “la colonización pedagógica”. Sin embargo, la ola de “progresismo” tuvo más fuerza y su regreso se limitó a los sectores de la militancia del campo nacional.

Algo semejante ha ocurrido después de la crisis del 2001, como si una sociedad descreída de sus políticos y de los viejos mitos y fábulas de una Argentina destruida, al ponerse de pie buscando rumbo, recurriese a Jauretche. Su prédica, que venía madurando desde 1935, en F.O.R.J.A., había acompañado la marea social de los setenta iniciada con el Cordobazo, y así como su Medio pelo en la sociedad argentina tuvo más de 15 ediciones entre 1966 y 1974, sus ideas resurgieron en esta última década: “La llamada ‘libertad de prensa’ es ‘libertad de empresa’”, repitieron muchos, con motivo de la ley de medios: “La economía está siempre dirigida: o la dirige el Estado o las grandes corporaciones”, repiten ahora con motivo de los Precios Cuidados; “Hay que ver el mundo desde aquí”, se escucha cuando se habla de la Unasur o de la Celac. Del mismo modo, su Política nacional y revisionismo histórico, así como su Manual de zonceras, son armas con las cuales se cuestiona hoy a la Historia Oficial. Incluso, el mensaje profundo de El medio pelo –la inexistencia o debilidad de una burguesía nacional– reapareció cuando Kirchner, en sus primeros discursos, se preguntaba dónde estaba esa clase social.

Esa prédica jauretcheana de “pensar en nacional” –que anticipó en 1938 el planisferio que hoy presenta el Instituto Geográfico Militar con la Argentina en el centro– está vigente porque, más allá de desencuentros o vacilaciones, vivimos hoy una necesidad de descubrir nuestra propia identidad, no remedo de Europa sino latinoamericana, nuestro propósito de diversificar la economía y evitar la primarización agropecuaria o minera, la vocación por la igualdad después de tanta represión y sangre derramada, el ansia de desempolvarnos de tradiciones denigratorias hacia lo propio y avanzar por caminos de progreso social y cultural. Y ante todos estos desafíos de la historia las ideas de Jauretche nos ayudan en la marcha porque él era “un argentino entero” –como lo señaló Atahualpa Yupanqui– o como lo dibujó cálidamente Ernesto Sabato: “El hombre formado en la Academia fija su posición con brújula y sextante. Jauretche, como los baqueanos de otros tiempos, se agacha, mastica un pastito, observa para dónde sopla el viento, discrimina la huella de un animal que pasó por allí una semana atrás... Así fue construyendo su filosofía de la historia entre dichos y sucedidos..., mezclando palabras como ‘establishment’ y apero, Marx y el Viejo Vizcacha, haciendo la sociología de Juan Moreira y el Gallego Julio. Si agregamos su coraje a prueba de balas, su desaforado amor por esta tierra y su pueblo, su poner la dignidad de la patria, por encima de cualquier cosa, ¡qué lindo ejemplar de argentino viejo este Arturo!”.

Por estas razones está vigente a cuatro décadas de aquella madrugada cuando “al corazón cansado se le durmió su compás”, como dice el poeta.

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