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Domingo, 9 de octubre de 2016
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LO QUE ME GUSTA DE OULIPO

Por Eduardo Berti
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Del Oulipo me gusta que desacraliza la literatura sin desvalorizarla.

Del Oulipo me gusta el concepto de “ouvroir”, que no solamente significa “taller” u “obrador”, sino que implica a las claras la idea de “abrir” (ouvrir) nuevos caminos, la idea de ampliar horizontes.

Del Oulipo me gusta que da igual cabida a la poesía y a la narrativa, a los versos y a la prosa. Y que desconfía, es más, de las rígidas barreras entre géneros y formas.

Del Oulipo me gusta su desdén por la pompa y las ceremonias. Cuando en mayo de 2014 recibí un email del presidente Paul Fournel (a no confundir con el finado “fresidentepundador” François Le Lionnais ni con el secretario provisoriamente definitivo o definitivamente provisorio Marcel Beìnabou), cuando recibí su email tan escueto, pero de contenido tan trascendente para mí, pues me invitaban a unirme al grupo, acepté de inmediato y le pedí a PF (en Oulipo existe la costumbre de las iniciales, tanto es así que dos oulipianos no pueden tener las mismas siglas y un supuesto Pedro Fuentes no podría sumarse al grupo porque sus iniciales ya están “ocupadas”), le pedí al presidente PF, decía, una cita en un café, deseoso de saber lo que esperaban de mí y cuáles serían mis “obligaciones”. Su respuesta fue una lección de simpleza e inteligencia: “Esperamos que nos sorprendas”. Debo decir, sin embargo, que el primer sorprendido fui yo; no solamente por el hecho de que ellos, los oulipianos, se hubiesen evidentemente equivocado al “cooptarme”, sino también por el hecho de que en la primera reunión privada a la que me tocó asistir (una reunión inusitadamente concurrida, pues se encontraban allí incluso los que no siempre acuden a las reuniones, como Harry Mathews, Pierre Rosensthiel o el incombustible Paul Braffort), yo me preparé, no sin resignación, para una especie de discurso o rito de bienvenida, y ellos se limitaron a proponerme que leyera algún texto mío en voz alta.

Del Oulipo me gusta su efervescencia. Los 56 años del Oulipo se advierten en la hondura de los debates, en las sólidas raíces debajo de cada nueva iniciativa, en la fresca sabiduría de los miembros más antiguos. Los 56 años no se notan, para nada, en la vitalidad que explota en cada una de las reuniones privadas, en la creatividad de las lecturas públicas, en la respetuosa informalidad con que los miembros se tratan entre sí.

Del Oulipo me gusta que la palabra “contrainte” (que algunos llaman “traba” o “restricción” y otros traducen como “constricción”) encierra dos fuerzas (co/contra) en teoría antitéticas: la “constricción” de una fuerza opuesta (“contra”) que se resuelve aceptándola, asociándose a ella (“co”) en un acto de complicidad creativa.

Del Oulipo me gusta su humor: el hecho de que un oulipiano, una vez cooptado, no puede renunciar... salvo que se suicide en presencia de un escribano público; el hecho de que todo oulipiano sigue siéndolo después de muerto, tanto es así que en las reuniones mensuales (reuniones que tienen un orden establecido, una serie de rubros como “creación”, “rumiación” o “erudición”, y en las que se trata, ante todo, de pasarla bien y pensar o ensayar nuevas formas literarias de la mano de nuevas reglas formales ligadas a la idea de contrainte), en las reuniones los oulipianos muertos son “disculpados” con toda la comprensión y la tolerancia del mundo.

Del Oulipo me gusta cómo desestima la noción de Genio con grandes letras mayúsculas, cómo desmonta el mito de la Inspiración Artística con grandes letras mayúsculas. No desentona para nada, en tal sentido, que Marcel Duchamp figure en la lista de oulipianos.

Del Oulipo me gusta su anticademicismo y su curiosidad por todo: curiosidad por el pasado y los “plagiarios por anticipación”, precursores en los juegos de palabras y en las formas nuevas; curiosidad por lo que ocurre ahora mismo; curiosidad, ante todo, por lo posible. Por lo potencial. Tal vez allí resida una de las claves para la salud del grupo: pensar en formas nuevas, aún no existentes, pensar en formas posibles obliga, por definición, a dar vuelta la página, a no contentarse con lo ya andado, aun cuando esto haya sido, hasta el presente, una fascinante aventura.

Fragmentos del texto “Del oulipo” que integra la edición de Caja Negra.

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