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Martes, 2 de abril de 2002
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Las fichas del Imperio

Reproducimos a continuaci贸n algunos tramos de Imperio particularmente importantes para comprender el impacto que el libro ha tenido entre los sectores progresistas de todo el mundo.

POR TONI NEGRI Y MICHAEL HARDT
A trav茅s de la transformaci贸n que provoca hoy en el derecho supranacional, el proceso de constituci贸n del imperio tiende, directa o indirectamente, a penetrar en la ley nacional de los Estados-naci贸n y a reconfigurarla; por lo tanto, el derecho supranacional sobredetermina decisivamente el derecho dom茅stico.
Probablemente, el s铆ntoma m谩s significativo de esta transformaci贸n sea el desarrollo del llamado derecho de intervenci贸n. Habitualmente se lo concibe como el derecho o el deber que tienen los sujetos dominantes del orden mundial para intervenir o resolver problemas humanitarios, garantizar acuerdos e imponer la paz. El derecho de intervenci贸n figuraba predominantemente entre la panoplia de instrumentos acordados por las Naciones Unidas en su Carta para mantener el orden internacional, pero la reconfiguraci贸n contempor谩nea de este derecho representa un salto cualitativo. Los Estados soberanos individuales o el poder supranacional (la ONU) ya no intervienen, como ocurr铆a en el antiguo orden internacional, solamente para asegurar o imponer la aplicaci贸n de compromisos internacionales voluntariamente acordados. Ahora, los sujetos supranacionales, legitimados no por el derecho sino por el consenso, intervienen en nombre de cualquier tipo de emergencia y de principios 茅ticos superiores. Lo que sustenta esta intervenci贸n ya no es solamente un estado permanente de emergencia y excepci贸n sino un estado permanente de emergencia y excepci贸n justificado por la apelaci贸n a valores esenciales de justicia. En otras palabras, el derecho de polic铆a queda legitimado por valores universales (p谩g. 33).
Con el fin de la Guerra Fr铆a, los Estados Unidos fueron convocados a desempe帽ar el papel de garante y a dar mayor eficacia jur铆dica a todo este complejo proceso de formaci贸n de un nuevo derecho supranacional. Del mismo modo que en el siglo I de la era cristiana los senadores romanos le pidieron a Augusto que asumiera los poderes imperiales de laadministraci贸n por el bien p煤blico, hoy las organizaciones internacionales (las Naciones Unidas, las organizaciones monetarias internacionales y hasta las organizaciones humanitarias) les piden a los Estados Unidos que asuman el rol central en el nuevo orden mundial. En todos los conflictos regionales de fines del siglo XX, desde Hait铆 hasta el Golfo P茅rsico y desde Somalia hasta Bosnia, los Estados Unidos fueron convocados a intervenir militarmente (y estamos hablando de pedidos reales y sustanciales, no de meros trucos publicitarios destinados a calmar el disentimiento p煤blico estadounidense). Aun cuando hubiesen sido reacios a tal intervenci贸n, los militares estadounidenses habr铆an tenido que responder a esos requerimientos en nombre de la paz y el orden. 脡sta quiz谩s sea una de las caracter铆sticas esenciales del imperio, es decir, su desarrollo estriba en un contexto mundial que permanentemente reclama su existencia. Los Estados Unidos son la fuerza policial de la paz, pero s贸lo en 煤ltima instancia, cuando las organizaciones supranacionales de paz exigen una actividad organizativa y un conjunto articulado de iniciativas jur铆dicas y de organizaci贸n (p谩g. 173).

El legado de la modernidad es un legado de guerras fratricidas, de un 鈥渄esarrollo鈥 devastador, una 鈥渃ivilizaci贸n鈥 cruel y una violencia nunca antes imaginada. Erich Auerbach escribi贸 una vez que la tragedia es el 煤nico g茅nero que puede llamarse propiamente realismo en la literatura occidental y esto quiz谩s sea cierto a causa de la tragedia que la modernidad occidental desat贸 en el mundo. Los campos de concentraci贸n, las armas nucleares, las guerras genocidas, la esclavitud, el apartheid: no resulta dif铆cil enumerar los diversos escenarios de la tragedia. Sin embargo, al insistir en el car谩cter tr谩gico de la modernidad, no pretendemos seguir a los fil贸sofos 鈥渢r谩gicos鈥 de Europa, de Schopenhauer a Heidegger, quienes transformaron estas destrucciones reales en narrativas metaf铆sicas sobre la negatividad del ser, como si estas tragedias aut茅nticas fueran meramente una ilusi贸n o, m谩s bien, 隆nuestro destino 煤ltimo! La negatividad moderna no se sit煤a en alguna esfera trascendente sino en la dura realidad que tenemos ante nosotros: los campos de las batallas patri贸ticas de las dos guerras mundiales, desde las matanzas de los campos de Verd煤n a los hombres nazis y la repentina aniquilaci贸n de miles de personas en Hiroshima y Nagasaki, los bombardeos sostenidos en Vietnam y Camboya, las masacres desde S茅tif y Soweto hasta Sabra y Shatila, y la lista contin煤a interminable. 隆No hay Job que pueda soportar tanto sufrimiento! (Y cualquiera que se ponga a enumerar semejante lista pronto advierte hasta qu茅 punto es inadecuada para dar cuenta de la cantidad y la calidad de las tragedias.) Pues bien, si esa modernidad ha terminado y si el Estado-naci贸n moderno que sirvi贸 como condici贸n ineludible para la dominaci贸n imperialista e innumerables guerras est谩 desapareciendo del escenario mundial, 隆de buena nos libramos! Debemos quitarnos de encima cualquier extraviada nostalgia por la belle 茅poque de la modernidad (p谩gs. 58-59).

En esta situaci贸n, 驴c贸mo puede reactivarse un discurso pol铆tico revolucionario? 驴C贸mo puede obtener nueva consistencia e incorporar en alg煤n eventual manifiesto una nueva teleolog铆a materialista? 驴C贸mo podemos construir un aparato que re煤na al sujeto (la multitud) con el objeto (la liberaci贸n cosmopol铆tica) en el seno de la posmodernidad? Evidentemente, esto no puede lograrse siguiendo las indicaciones ofrecidas por Marx y Engels, ni siquiera aceptando por entero el argumento del campo de inmanencia. En la fr铆a placidez de la posmodernidad, lo que Marx y Engels percib铆an como la copresencia del sujeto productivo y el proceso de liberaci贸n es en alto grado inconcebible. Y sin embargo, desde nuestro punto de vista posmoderno, los t茅rminos de El pr铆ncipe de Maquiavelo, entendido como un manifiesto, parecen adquirir una nueva contemporaneidad. Forzando un poco la analog铆a con Maquiavelo, podr铆amos plantear elproblema del modo siguiente: 驴c贸mo puede la fuerza productiva dispersa en diversas redes hallar un centro? 驴C贸mo puede la producci贸n material e inmaterial de los cerebros y los cuerpos de la mayor铆a construir un sentido y una direcci贸n comunes? O, m谩s precisamente, 驴c贸mo puede encontrar su pr铆ncipe el esfuerzo de salvar la distancia entre la formaci贸n de la multitud como sujeto y la constituci贸n de un aparato pol铆tico democr谩tico?
Probablemente tengamos que reinventar la noci贸n de teleolog铆a materialista proclamada por Spinoza en los albores de la modernidad, cuando afirmaba que el profeta produce su propio pueblo. Quiz谩s deber铆amos reconocer, junto con Spinoza, el car谩cter irresistible del deseo prof茅tico, tanto m谩s poderoso cuanto m谩s se identifica con la multitud. Tampoco est谩 nada claro que esta funci贸n prof茅tica pueda hacerse cargo de nuestras necesidades pol铆ticas o pueda sustentar un manifiesto potencial de la revoluci贸n posmoderna contra el imperio pero, ciertamente, las analog铆as y las coincidencias parad贸jicas parecen sorprendentes. Por ejemplo, mientras Maquiavelo propone que el proyecto de construir una nueva sociedad desde abajo requiere 鈥渁rmas鈥 y 鈥渄inero鈥 e insiste en que debemos buscarlos en el exterior, Spinoza responde: 驴no las tenemos ya? 驴Las armas necesarias no est谩n acaso en el poder creativo y prof茅tico de la multitud? Tal vez tambi茅n nosotros, situ谩ndonos en la esfera del deseo revolucionario de la posmodernidad, podamos responder: 驴no poseemos ya 鈥渁rmas鈥 y 鈥渄inero鈥? El tipo de dinero necesario al que se refiere Maquiavelo puede estar en realidad en la productividad de la multitud, el actor inmediato de la producci贸n y la reproducci贸n biopol铆ticas. Las armas en cuesti贸n pueden estar contenidas en el potencial del pueblo para sabotear y destruir con su propia fuerza productiva el orden parasitario de la dominaci贸n posmoderna (p谩gs. 74-75).

En la posmodernidad, la riqueza social acumulada es cada vez m谩s inmaterial; incluye relaciones sociales, sistemas de comunicaci贸n, de informaci贸n y redes afectivas. Correspondientemente, el trabajo social se vuelve m谩s inmaterial; produce y reproduce simult谩nea y directamente todos los aspectos de la vida social. A medida que el proletariado se convierte en la figura universal del trabajo, el objeto del trabajo proletario se hace igualmente universal. El trabajo social produce la vida misma (p谩g. 239).

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