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Domingo, 25 de enero de 2004
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Entre los hielos *

por José María
Sobral

1903. Año Nuevo

Un año más pasó a la historia del mundo; un año
más nada es para la humanidad, pero tiene su influencia en la vida del
individuo.

Dentro del mundo civilizado, se presenta rodeado de gran aparato, de mucho ruido;
con algazaras y con músicas empieza su reinado; como no es conocido,
¿cómo será este año?, se preguntan, y en su presunta
bondad se cifran todas las esperanzas, pues en él, se cree, se realizarán
todas las ilusiones.

Para nosotros, no entró este Año Nuevo con esa cara de extraño
y festivo con que se le ve comúnmente; para mí, el 1º de
este año fue un cualquier día del calendario; no le veía
ese aspecto lleno de promesas con que se revisten todos los que van a ocupar
un alto y nuevo puesto.

En septiembre, creíamos nosotros que estaríamos embarcados en
el Antartic en noviembre, pero ese y otro mes pasaron, y el estado actual del
hielo y su comparación con el de los días pasados nos dan elementos
para augurar, por lo menos, otros 30 días de espera.

No sentimos un gran abatimiento, pero la duda, que en todos los casos mortifica
cuando continúa por mucho tiempo, concluye por transformar hasta cierto
punto el carácter del individuo; lo predispone a la inactividad, pues,
cuando ella recae sobre un punto principal que toque más de cerca la
vida, no se sabe qué resolución tomar; lleno de vacilaciones,
toma el único recurso que se le presenta: esperar.

Y la espera: ¿Se conoce algo más mortificante que la espera? ¿Se
conoce algún estado del espíritu peor, que cuando no se sabe si
sucederá o no alguna cosa?

He pasado por esos instantes, bien largos por cierto, y pienso que son mucho
peores, mucho más terribles, que tener la certeza de que lo peor tendrá
lugar.

En fin, dentro de nuestra situación estamos contentos y gozando de los
días más cálidos que ofrece la Antártida; nos hallamos
en el rigor del estío y sin embargo, la temperatura se mantiene más
baja que la de fusión del hielo.


Desconfianzas y precauciones

Como comenzamos a pensar que hay muchas probabilidades de tener que invernar,
nacen las desconfianzas y se toman precauciones, y en consecuencia se disminuye
la ración de algunas cosas que existen en poca cantidad.

El azúcar es poca y para que alcance hasta noviembre tenemos que tomar
no más de 7 cuadritos por día; un cuadrito pesa 5 1/4 gramos,
de manera que es una ración todavía muy abundante, máxime
cuando la falta de ese dulce no es una cosa que afecte mayormente, pues uno,
con un poco de entrenamiento, llega a que le agraden las cosas amargas.

Yo pienso desde ahora disminuir poco a poco mi ración, para tomar después
todo sin azúcar.

Algo muy importante en lo cual no sólo está basado nuestro confort
sino tal vez la vida, es el combustible del que estamos muy escasos, el carbón
que nos queda tal vez no alcance a tres meses. Dicen que el querosén
que hay, combinado con el carbón, alcanzará para cocinar, alumbrar
y calentar un poco la casa. Todas las focas que se encuentran se matan para
recoger la grasa, que nos servirá para quemar, y la carne para comer
nosotros y los perros. Todos los pájaros que se ven, se matan y se piensa
cazar unos 500 pingüinos como una previsión para una nueva invernada.

Como en trineo no se puede llegar hasta la roquería de pingüinos
de isla Seymour, se esperará unos días en los que el hielo se
separará más, permitiendo un viaje en bote. Hay algunos que creen
que lo mejor es irinmediatamente y matar los necesarios, arreglándolos
de manera que los pájaros no los coman, e irlos a buscar después,
a la entrada del invierno, cuando el hielo lo permita. La causa de tanto apuro
era que nosotros no conocíamos la fecha de emigración de los pingüinos;
además, como éste parecía un verano excepcionalmente malo,
podía suceder que se fueran muy temprano y que nos quedáramos
sin ellos.

Durante estos últimos días, que han sido los más calientes
de nuestra estadía, el hielo se ha debilitado bastante rompiéndose
en muchas partes y agrandándose los viejos claros. Los días de
temperatura más alta han sido del 20 al 25 de enero, la media de los
cuales fue 1C. Si estas temperaturas continuaran por 15 días y soplaran
algunas tormentas de más de 20 metros por segundo, con seguridad que
el hielo no resiste; pero este calor no tiene trazas de mantenerse y los vientos
que soplan no son lo suficientemente fuertes, pues no pasan de 15 metros por
segundo.

Para un año más yo no tengo calzado, pues no me quedan sino un
par de botas ya algo usadas y un par de botines que se me están rompiendo.
Hoy he sacado la grasa a un cuero de foca, estaqueándolo después
sobre la casita del instrumento de pasaje; con él haré botines
y antes de que se venga el invierno pienso arreglar dos o tres pieles más
para tener en cantidad suficiente: es decir, estableceré mi taller de
calzado.


Mes de junio

Día 3. Sopla el sudoeste, haciendo con la fuerza de sus heladas rachas
montículos de nieve detrás de todos los objetivos. Sentado en
mi cama y cansado de leer miro las caprichosas formas que toma la nieve al acumularse
sobre los vidrios. Yo no sé si es mi imaginación que en cada relieve
cree ver la representación de seres animados, pero ahí está
sobre el vidrio el perfil de un viejo con nariz de cónsul romano; la
cantidad de nieve aumenta y se acentúan los detalles pero llega un momento
en que se ha juntado demasiado y cae por la nariz, después la barba;
así se suceden las caras y las figuras por un rato, hasta que la lectura
u otro trabajo atrae la atención.

¡Qué ganas de oír un poco de música! ¡Qué
deseos de ir al teatro, de oír contar algo nuevo!, ¡qué
deseos de todo lo que no tengo!, ¡qué estado de ánimo tan
raro!

Hoy ha soplado una de las tormentas más fuertes que hayamos experimentado;
a las 2 de la mañana el viento tenía 32 metros por segundo de
velocidad; por desgracia, se rompió uno de los hilos de transmisión
del anemómetro registrador, así es que no se supo cuál
fue la máxima velocidad del viento; fue tan fuerte que mi baúl,
que nunca había sido movido por las tormentas, fue volado a más
de 100 metros de distancia; allí fue detenido por un montículo
de hielo; añadiré que estaba pegado a la tierra por medio del
hielo.

La tapa de la casilla del instrumento de pasaje también se la llevó
el viento, lo mismo que algunas cajas llenas de piedras.

Día 15. La temperatura baja hasta los -33C, tenemos unas mañanas
preciosas. Como hay luna, las noches no son tan largas y, aunque hace mucho
frío, es agradable pasearse afuera bajo el techo de las estrellas. El
20 de junio también fue un día muy frío, la media fue abajo
de -30C y todo el día el cielo estuvo despejado. Por la tarde, a pesar
de la pureza aparente del aire, la humedad se depositaba helada sobre todos
los objetos; el termómetro marcó -35,5C.


Día memorable para nosotros

El día 8 de noviembre, día memorable para nosotros lo mismo que
para todos los argentinos, porque en ese día se consumó uno de
esos hechos que dejan huellas imborrables en el corazón de los que en
él actúan y recuerdo imperecedero en la mente de los que oyen
su relato.

Era poco después del frukost (desayuno), más o menos a la misma
hora en que tuvo lugar la sorpresa del 16 de octubre. Yo estaba dando cuerda
a loscronómetros cuando no sé quién dijo que allá,
hacia el noreste, se veían venir varias personas sobre el hielo; salí
y en efecto se veían cuatro cosas negras en movimiento, pero a mí
se me ocurrió que podían ser todo menos personas; supuse que serían
pingüinos. Sin embargo, los anteojos continuaban pasándose de mano
en mano y a los pocos momentos la duda empezó a asaltar nuestros pensamientos
y nuestros corazones palpitaban como hacía mucho no habían latido.

Pocos minutos después se ponían en marcha Nordensjöld, Duse,
Jonassen y Grunden. Como yo no creía que fueran hombres me quedé
algunos momentos más, irresoluto, hasta que al fin, como vi que los demás
en lugar de disminuir la marcha la aumentaban, me calcé unos skis y me
puse a correr con todas mis fuerzas; a poco andar ya no me quedó la menor
duda, eran hombres y como me pareciera que no iba lo suficientemente ligero
tiré los skis y corrí sin ellos hasta que alcancé a Akerlundh
y Jonassen, que ya venían de regreso; Akerlundh, que era de los que venían
de la isla Seymour, me dijo: “Ha venido un barco argentino, el comandante
ha estado en Estocolmo y dice el doctor Norkenskjöld que se llama Martín”.

Fue un momento indescriptible, indefinible, yo lo he sentido pero no lo puedo
referir; lo que puedo decir es que en esos momentos me sentí orgulloso
de mi patria, me sentí orgulloso de ser compañero de esos que
hasta allí fueron con la Uruguay, y si de mis labios no salió
el más estruendoso hurra jamás oído por los hielos ni por
los hombres, fue porque comprendí que lo que para mí era motivo
de inmenso regocijo, para otros naturalmente implica mucho menos, y cuando hay
diferencia de sentimientos, la expresión de uno de ellos choca al otro.
Yo no tengo la seguridad de que eso sucediera en el ánimo de mis compañeros,
pero creo que es lo lógico y natural que pase, porque poniéndome
en el caso de ellos, es decir, de una expedición argentina salvada por
una sueca y que un sueco formara parte de la primera, tengo la seguridad de
que mis sentimientos no serían los mismos que los del sueco. Yo sufriría
lógicamente una decepción al recibir socorro de extranjeros esperándolo
de los de mi país.

Cuando Akerlundh terminó sus palabras, yo corrí con todas las
fuerzas de mis piernas, como corrió el soldado de Maratón, poniendo
en ellas todas mis energías, alcancé a Norkenskjöld y Duse
como 100 metros antes de juntarnos con los de la Uruguay.


* Tomado de Dos años entre los hielos (1901-1903). Buenos
Aires, Eudeba, 2003.


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