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Sábado, 26 de agosto de 2006
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Con aires criollos

La Casa Montserrat es una precursora del hotel boutique: una casona del siglo 19 que ganó una segunda vida –y mimos y arreglos– como alojamiento cargado de atmósfera.

Por Sergio Kiernan
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Alguien, alguna vez, tendría que cantarle las loas a la industria turística. No por los grandes millones o los grandes hoteles, unánimemente bobos y atrapados en la filosofía ñoña de no “asustar” al viajero con escenas muy diferentes a Arkansas. El elogio se merece por el derrame, por el negocio para empresarios mucho más pequeños y por darles nueva vida a edificios claramente patrimoniales que terminaban sus días como elefantes blancos, como pensiones o como semirruinas listas a demoler.

Es por eso que varias de las obras más interesantes que se están haciendo en esta ciudad, y en otras, son reciclados de casonas de mediano porte y de hoteles de barrio. Es un nuevo uso comercial con muchas cosas buenas para el patrimonio, ya que valorizan en particular el encanto, la atmósfera y los elementos arquitectónicos tradicionales. No es lo mismo tomar un edificio tradicional y poner una oficina, que poner un hotel boutique. Y se nota.

Uno de los precursores de esta tendencia es un muy discreto hotel, la Casa Montserrat, que se alza en una casona de las que ya quedan pocas, pero muy pocas. Está en Salta al 1000 y no tiene ni cartel, pero del primer vistazo se sabe que guarda algunos ámbitos que escasean en la ciudad porteña: zaguán, galería de columnas de hierro, segundo zaguán, segunda galería con jardín, patio trasero y unos altos en los fondos. Hubo una época en que Buenos Aires era así.

La casa que ocupa el hotel nació particular en algún momento del siglo 19, cuando Salta al 1000 era una dirección casi rural y cercana a los corrales de lo que luego fue Constitución. En su siglo y medio –nadie sabe exactamente cuánto– tuvo todo tipo de destinos y terminó en el esperable conventillo. Hace veinte años, en estado calamitoso, fue comprada y reciclada como vivienda particular, y hace unos pocos fue alquilada como hotel.

La casona vivió un reciclado parcial, técnico, y una redecoración completa. En algún momento del siglo veinte, probablemente en los años 1920, la fachada fue remodelada al gusto de la época, excepto por su portón y sus nobles rejas, seguramente originales. De la decoración interior sobró poco y nada, y una de las tareas de la refuncionalización fue agregar algunos toques de estilo. Con buen tino, se optó por ornamentos de la época original de construcción, italianizados. Así se colocaron, por ejemplos, los ornamentos sobre las puertas a las galerías, “bigotes” sostenidos por ménsulas ornadas que más italianos no hay. Se rescataron y mantuvieron los pavimentos externos, baldosas de hidráulicos graníticos de la reforma de 1920, y se limpiaron los peldaños de mármol.

La casona tiene la típica forma en E, con zaguán, primer y segundo patio y un fondo protagonizado por dos enormes árboles. El primer patio es en damero, con plantas sobre la medianera, al que dan el gran living y la inmensa cocina-comedor de diario. El segundo es un verdadero jardín con pisos enladrillados y una masiva empelopsis que cubre la medianera, al que dan las habitaciones.

La Casa Montserrat es boutique también en el tamaño. En la planta baja hay cuatro cuartos, en el pequeño primer piso hay dos, que pueden usarse como departamento compartiendo el baño y aprovechando un lindo hall con chimenea a manera de sala íntima. Allí está la salida al viejo balcón que se asoma al patio y al fondo. Este fondo, típicamente, es un espacio vegetal, al que los nuevos dueños agregaron un pequeño pero contundente edificio protagonizado por dos fuertes puertas de demolición pintadas deblanco. Muy en estilo, el espacio –depósito, quincho– parece original. En este jardín trasero se realizan asados, shows de tango y bailes para los pasajeros.

La casona mantiene el aire criollo con sus cielorrasos altísimos, sus puertas –casi todas originales– desmesuradas, un buen par de radiadores victorianos y muy ornados de la calefacción central, sus bovedillas a la vista, sus zócalos de 30 centímetros de altura y mucho bronce en las puertas. Algunos toques, como las pinoteas, no son originales, ya que los pavimentos fueron arrancados en algún momento de la historia, pero parecen serlo sin tensiones. La galería del segundo patio hasta muestra todavía sus bovedillas de madera. Pero más que en los materiales y accesorios, la casa tiene un aire magnífico de cosa bien pensada, ya que es de la época en que se sabía construir espacios tridimensionales con armonías clásicas, en equilibrio. Como se sabe, es un arte perdido.

El frente de la casona tuvo un cambio drástico de funciones. Para evitarles el ruido a los huéspedes, lo que fue la sala de recibidor de la casa se transformó en una gran cocina abierta, con una gran mesa para el desayuno. Allí se encuentra una escalerita con baranda de fierro que sube a una puerta de pequeñas dimensiones, que se comunica con un ambiente ganado al altísimo zaguán. Esta habitación originalmente se pensó para el personal del hotel, pero con el tiempo fue más y más pedida por pasajeros, con lo que fue reciclada y preparada. El baño terminó teniendo un ornamento especial: el arco de medio punto del vitral del portón de entrada, que queda curiosamente a ras del piso. Esta habitación, de techo bajo, es la única con aire acondicionado: por razones de ecología y calidad de aire, el hotel no lo instaló en sus habitaciones mayores, y resulta que el caserón es tan fresco que no necesita realmente controles climáticos.

La Casa Montserrat está
en Salta 1074. 4304-8798,
www.casa-montserrat.com

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