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Sábado, 23 de diciembre de 2006
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Nota de tapa

El año en patrimonio

La Plata dio un ejemplo de imaginación y coraje político, Buenos Aires de inanidad y malas ideas. El turismo les dio nueva vida a muchos edificios históricos y estancias de fuste. La destrucción planificada de la Plaza de Mayo, el caso Membrillar y la cúpula de vidrios del Correo Central.

Por Sergio Kiernan

La noticia del año en patrimonio fue una sorpresa: en un acto de imaginación política y de coraje que simplemente es inimaginable en Buenos Aires, la Municipalidad de La Plata decretó una amplísima lista de edificios protegidos. Mientras que en el gobierno autónomo porteño un sector se ríe de que otro sector haya querido alguna vez catalogar algunos cientos de edificios, en el platense la hicieron simple, corta, drástica y 1800 edificios entraron de golpe al catálogo.

Platenses y porteños se dedican a restaurar edificios en particular, generalmente famosos, bellos y cargados de historia. Pero sólo la capital provincial parece entender, tal vez por ser nuestra única ciudad planificada, que no basta con dejar algunos museos entre los rascacielos, como para cumplir. El decreto en La Plata le ofrece protección estructural –esto es, hace intocables– a muy pocos edificios, en general públicos y de gran tamaño. Pero su enorme coraje cívico es que ayuda a parar la piqueta tonta, regula drásticamente las demoliciones de otros 1700 y pico, y protege entornos, palabra que llena de pánico al funcionariado porteño. Es que parece que la timidez sube cuando las constructoras gruñen y amenazan con acusarlos de subir el desempleo o algo así.

Todo esto viene a cuento porque cada vez queda más en claro que conservar el patrimonio edificado no es un imposible, una manía europea o una museificación de la ciudad, como siguen diciendo algunos con la mayor mala fe. Menos del 40 por ciento de las estructuras de esta ciudad tiene cincuenta años o más, y tal vez valdrá la pena conservar algo como la mitad de ellas. En concreto, se habla de un predio en cinco, un volumen perfectamente manejable para una autoridad con imaginación. El problema aquí es que esto les resulta inimaginable hasta a funcionarios que sí son apasionados del patrimonio: no pueden ni empezar a pensar en algo así y si se les menciona el asunto ponen cara de papá sabio ante el hijo adolescente que le habla de cambiar el mundo. Parece que en La Plata tienen un poco más de claridad en el asunto, aunque necesitan tanto como los porteños una industria de la construcción y tienen mucho menos recursos para restaurar.

Para peor, la mayor señal política del gobierno porteño hacia el patrimonio es el anuncio de la total destrucción de la Plaza de Mayo, concurso y proyecto defendido personalmente por el reemplazante de Aníbal Ibarra, Jorge Telerman. El proyecto premiado es de una frivolidad inconcebible para el lugar más histórico de la ciudad y tal vez del país entero: un ámbito pulcramente simbólico va a desaparecer para ser reemplazado por una superficie hostil, vacía, pringada de lucecitas. Un lugar cambiado por una escenografía.

Tal vez no habría que esperar más de un gobierno que, para mostrar obra, manda pasar amoladoras en esculturas públicas, para poder decir que las “limpió” en tiempo record.

Como para no hacerse un liberal que reíte de Alsogaray, hay que recordar que existe el Tigre, cuyo gobierno municipal dio un ejemplo clarísimo de que sólo hace falta tener ideas. El rescate del viejo Tigre Club, hoy Museo de Arte, reforzó enormemente la carga cultural del municipio, permitió darle un uso real y con desarrollo en el tiempo a un edificio que nació como un bello elefante blanco y coronó un nuevo parque ribereño. Además de ser un poderoso atractor de turistas –no se puede creer cuánto inglés se escucha en sus salas– el nuevo museo funciona como ejemplo para los vecinos, y ya se ven propiedades restauradas, aprimoradas con respeto, en el Tigre.

El mismo gobierno municipal está rescatando la poco conocida iglesia de la Purísima Concepción, capilla familiar de los Pacheco y núcleo de lo que después pasó a ser la localidad de General Pacheco. La iglesia está cerrando su segunda etapa de trabajos, con sus exteriores restaurados y su notable cripta casi lista. A medida que haya fondos se encararán los interiores, dueños de un juego de frescos a la manera italiana y de un altar sin par.

Fotos: Bernardo Avila, Mariano Vega y Rafael Yohai

También desde el ámbito estatal, el Poder Judicial pareció despertarse y comenzó una serie de obras largamente demoradas. Dejó en valor la fachada de su sede en la Diagonal Norte al 700, y ya descubrió la primera esquina de la fachada restaurada del viejo palacio que es su sede central. Vale la pena irse especialmente a verlo, ya que la sorpresa es que es de un muy sexy color crema, oculto desde que se tiene memoria bajo un gris negro del smog urbano.

Pero el protagónico estuvo en manos privadas. Hubo cientos de edificios reciclados mejor o peor, casas y departamentos, galpones y locales, una contracorriente ante los centenares de demoliciones autorizadas aunque los vecinos ya salen a la calle a defenderse de las torres. Hubo recuperaciones señeras, como el edificio de Salta y Avenida de Mayo, o el muy lindo que aloja al bar La Giralda y sirvió para que el Colegio de Abogados porteño purgara la destrucción de su sede principal, en la misma cuadra de Corrientes al 1500.

No extraña, dada la explosión del turismo, que una gran cantidad de edificios haya sido reciclado o restaurado –o ambas cosas– para hotelería. El mayor fue el flamante 725 Continental, un Bustillo de primera agua en la Diagonal Norte que nació hotel y había caído en desgracia. Las tres fachadas de la cuadra triangular que lo aloja brillan, con sus peculiares ménsulas de bronce repuestas y exhibidas tras décadas atrás de un cartelón, y ahora se puede acceder a la terraza, transformada en gimnasio, solarium, piscina y bar.

De menor escala, hay muchos más: las casas concierge de Alcorta, donde funcionó añares Tradición, Familia y Propiedad; el hotelito modernista catalán de México al 900, renovado como Don Telmo; la Casa Montserrat, de mediados del siglo XIX y un hotel casi zen en pleno Constitución; My BA, una casa racionalista en pleno Belgrano de megatorres; y el edificio conocido como Kapelusz, una joyita mitteleuropea en la calle Moreno, pronto a reinaugurar como studios para turistas.

El mismo fenómeno se ve en infinitas casas de campo, palacetes o casas comodísimas, como La Figura, que ya no se sostienen con la actividad agropecuaria pero encontraron una base económica nueva en el turismo rural.

El Cedodal, instituto privado de estudios de arte y arquitectura que dirigen Ramón Gutiérrez y Susana Viñuales, tuvo un año de lo más español, con muestras y libros dedicados a la carrera del arquitecto Estévez y a los españoles en nuestro país. La publicación más notable es el diccionario de españoles en el Río de la Plata, un esfuerzo de erudición llamativo y que reúne nombres, imágenes y datos colectados a lo largo de muchos, muchos años en el tema.

El libro del año es, sin duda, el que le dedicaron Fabio Grementieri y Xavier Verstraeten al patrimonio de lujo de inspiración francesa. Las fotos de Verstraeten son simplemente deslumbrantes, reveladoras, y los textos hacen que la obra sea mucho más que un simple libro de imágenes, por su concentración de información y su claridad de conceptos.

Hubo dos noticias en el año que dejan una sensación de ambigüedad. Por un lado, el mirador Comastri, un verdadero sobreviviente del siglo XIX en nuestra ciudad y una casa notable, no será tratado como un edificio escolar sino que será trabajado con parámetros más aptos a sus adobes y maderas. La buena noticia no releva del temor de que la obra quede para las griegas calendas, algo grave ya que su estructura es frágil y está en un estado más que crítico.

En fin, otro año de buenas y malas, con más malas que buenas. Y de frutilla del postre, la Secretaría de Cultura de la Nación aprobó un proyecto para el palacio del Correo Central que lo va a dejar hecho una tontera, con su cúpula negra transformada en una caja transparente. Pensar que la secretaría, por escrito y en varias publicaciones, había prometido preservar su exterior.

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