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Sábado, 16 de junio de 2007
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Moisés Ville

El caso de la sinagoga

El World Monuments Fund puso una sinagoga santafesina en la lista de los 100 edificios patrimoniales que corren más peligro a nivel mundial. Pero resulta que el edificio ya es monumento histórico nacional y salvarlo depende de un presupuesto muy moderado.

Por Sergio Kiernan
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La Brener, en Moisés Ville. Abajo, fotos del deterioro de revoques, interiores y mobiliarios. El problema más agudo son las filtraciones.

En el siglo 19, el barón Hirsch financió un proyecto de emigración cuya originalidad hoy cuesta un poco entender. Hirsch comenzó a crear colonias agropecuarias en países que aceptaran inmigrantes y no tuvieran leyes o tradiciones que impidieran la colonización judía. En Europa resultaba difícil o imposible. En Estados Unidos resultó raro –la inmigración judía fue eminentemente urbana–. Fue en unos pocos países de Latinoamérica y especialmente en Argentina donde el barón pudo realizar su proyecto: hacer que los judíos volvieran a la tierra, fueran sus propietarios, aprendieran a ser chacareros.

Fue un regalo para los argentinos resumido por uno de los hijos de estas colonias baronales como los gauchos judíos, primer estereotipo a nivel internacional del judío como paisano, hombre de tierra adentro, adaptado a la vida rural. Si es por comparar imágenes, basta leer el libro de Eichelbaum y alquilar el DVD de El violinista en el tejado. En uno hay hombres al fin libres tomando una cultura y cambiándola; en otra hay mujiks marginales, tolerados y victimizados.

Esta orla de colonias se concentró en el litoral próspero, formando un archipiélago con otras, alemanas, lituanas, polacas, italianas, también de europeos hambrientos de tierra, que también se agaucharon en tiempo record. Todas estas colonias conservan artefactos, edificios y monumentos de esos tiempos pioneros, pero casi ninguna conserva su población. Es que en Argentina hubo un movimiento del campo a la ciudad enorme e irresistible, en muchos casos impulsado por la misma prosperidad al fin obtenida.

Moisés Ville, en Santa Fe, es un caso típico, el de una comunidad que mantiene su identidad pese a los números que bajaron, y que acaba de tener una idea de buen calibre. Como se relataba en la edición del sábado pasado de m2, la comunidad local presentó el caso de su deteriorada sinagoga, la Brener, al World Monuments Fund. La ONG internacional dedicada a salvar el patrimonio humano del vandalismo, el abandono y el maltrato acaba de poner en su lista de 100 lugares más amenazados a este edificio santafesino. Es, a su manera, un hito que valoriza el patrimonio de este país. Y es una profunda vergüenza argentina que tengamos que llegar a tanto por una obra que tiene un presupuesto que pagaría, con suerte, un día de la campaña electoral porteña.

Adolfo Blumenthal firma como presidente de la Comunidad Mutual Israelita de Moisés Ville la carta de presentación al WMF, que cuenta que la colonia data de la década de 1880, abrió su cementerio en 1891 y tuvo personería jurídica como Comunidad en 1923. Blumenthal aclara que su grupo mantiene en “óptimas condiciones” el cementerio, su escuela, su seminario, una casa del estudiante, la sede societaria y otros edificios de uso comunitario. Pero resulta evidente que necesitan ayuda para salvar su templo, “un sitio de alto valor significativo para la comunidad”.

El templo fue declarado monumento histórico nacional en 1999 y tuvo algunas restauraciones parciales en 1989, para festejar el centenario de la colonia. Pero con un siglo encima, su situación es crítica. Según el informe presentado al WMF, el principal problema del edificio es de humedades ascendentes, que ya ponen en peligro la misma integridad de sus muros, viejos ladrillos autoportantes. La piel del edificio muestra pérdidas de revoques originales, con múltiples reemplazos parciales, mientras que los techos perdieron chapas aquí y allá, con las consiguientes filtraciones y deterioros de vigas. Adentro, el entrepiso de madera –dedicado a las mujeres en tiempos más ortodoxos– muestra entablados podridos y peligros estructurales, y nadie se anima a apoyarse en la baranda. Los cerramientos deben ser reparados, las muchas pinturas murales internas van de la crisis a la necesidad de restauros preventivos, y hay que cambiar urgente la instalación eléctrica.

Los muebles de la sinagoga son originales, de época, y muestran los estragos de la humedad. El tabernáculo que encierra el libro sagrado, una pieza francamente especial, aparece en buen estado, pero su pedestal está carcomido por las termitas. Como pide el detallado formulario del WMF, la comunidad explica que el peligro inmediato para la sinagoga es que, año más, año menos, eventualmente se derrumbe con pérdida total. Y que las amenazas inmediatas son las humedades y los insectos.

En el capítulo soluciones, el escrito menciona el relevamiento realizado por el equipo de la arquitecta Adriana Collado, que pide reforzar los cimientos con micropilotes y encadenados en hormigón, reconstruir capas aisladoras y revoques externos, cambiar completamente las chapas del techo, colocando aislante térmico y una nueva estructura de sostén, restaurar los revoques interiores, el cielorraso, los pisos, los vidrios y pinturas. Y hacer a nuevo las instalaciones eléctricas, de agua y gas.

¿Cuál es el presupuesto de todo este trabajo? Según el documento presentado, el arquitecto Jorge Balangero los presupuestó en 80.000 dólares.

Esto es: para salvar un bien patrimonial indudable, declarado hace años monumento histórico nacional, cuya salvación cuesta 80.000 dólares, hay que recurrir a una institución internacional que actuó en casos como el de Angkor Vat. Sólo en Argentina...

Todo esto subraya la sabiduría de una familia argentina que enfrentó el mismo problema en otra colonia baronal, más chica y entrerriana, donde quedó también en desuso una sinagoga. Ese pequeño edificio es un caso único en el mundo, porque es una sinagoga-rancho, alojada en un rancho de adobe, galería de piso de ladrillo apoyado y palo picado, amueblada con maderas traídas de Europa y deliciosas lámparas de alcohol rusas. Sus actuales dueños no quieren ni oír hablar de donarla o hacerla estatal: por suerte les va bien y mientras puedan la van a mantener ellos mismos, como un monumento a sus padres y abuelos, abriéndoles las puertas a quienes quieran visitarla.

Lo bien que hacen.

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