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Viernes, 11 de octubre de 2002
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Uso y respeto

Million es un bar y restaurante que funciona en la residencia de la familia Allemand, inaugurada en 1913. El lugar no fue restaurado ni reciclado: con real cariño, fue mínimamente adaptado y abierto al público. El resultado es una casona señorial con equipamientos originales de época y un espacio público de especial valor.

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La sala de restaurante es el antiguo comedor de la casa.
Por Sergio Kiernan

lA todo el que respete la arquitectura, la palabra reciclado le causa un escalofrío. La versión comercial, en argentino, viene a ser “refuncionalización.” La experiencia indica que se trata de dos sinónimos de vandalismo. La pregunta es: cómo utilizar una edificación de alto valor intrínseco para una función distinta a la original, sin destrozarla en nombre de la modernidad y la cordura. El bar y restaurante Million, en la calle Paraná a metros de Santa Fe, ofrece una respuesta que es la sencillez en persona: sin tocar nada, sin adaptar ni refuncionalizar ni mucho menos reciclar. Million se asienta en lo que fue una estupenda residencia porteña, un hôtel de ville construido por lo alto y jamás tocado por manos dañinas. Entrar al lugar es una experiencia peculiar.
El 2 de diciembre serán tres años desde que abrió las puertas el bar restaurante de Diego Pérez Morales, Osvaldo González y Silvina Messina. La idea surgió al ver la casa heredada por un tío de Diego, que llevaba cerrada siete años y estaba empezando a mostrar la falta de mantenimiento. Es la vieja residencia de los Allemand, una familia de origen alemán que, por falta de hijos, acabó en una sobrina que falleció en 1992 viviendo sola en el caserón de cuatro niveles, entre recuerdos de familia y una estupenda colección de arte argentino.
Con acuerdo del tío, socio en el emprendimiento, se reparó mínimamente el lugar: fachadas restauradas con precisión y bajo supervisión de la ciudad, cubiertas reselladas, mantenimiento de interiores, y una cocina y bar de tapas nacido al pie del jardín en un departamento de servicios. El resto fue sencillo y consistió en retirar buena parte del mobiliario, dejar absolutamente todo lo que funcione en su lugar, pintar lo que hubiera que pintar –muy poco– y agregar algún mostrador en cada piso abierto al público.
Por lo tanto, entrar a Million hoy es ver una casa inaugurada justo antes de la primera guerra mundial con su equipamiento original (lámparas, picaportes, baños, pavimentos, puertas y hasta detalles como el teléfono y los gloriosos barrales de bronce de las cortinas). La planta baja está definida por un port cochiere que recorre entero el largo del edificio, cruza el jardín y acaba en la cochera del fondo, una puerta doble coronada por la residencia del chofer. Al medio, hay una puerta cuádruple que accede al hall de entrada, que cuenta con ascensor, toilette, una elegante escalera principal y, a la izquierda y dando al frente, el consultorio médico de Félix Gunche, uno de los últimos moradores, que todavía recibe desde su excelente retrato firmado por Basaldúa.
El primer piso era el de recepción social. Al subir la escalera –el ascensor fue descompuesto una noche especialmente movida en el bar y espera ser reparado– uno llega a un amplio descanso que reproduce el hall de abajo hasta en el pavimento de hidráulicos con punteras de bronce. Cruzar la puerta de cuatro hojas de roble con vidrios biselados significa entrar a un magnífico espacio de doble altura, porque el segundo piso se abre en un balcón. A la derecha, pasando entre dos garbosas columnas corintias, se encuentra el comedor, que hoy es la sala de restaurante y principal exhibidor de arte. El salón todavía exhibe intactas sus panelerías versallescas, un elegante espejo y tres puertas dobles con excelentes marcos ornados. El piso consiste en hectáreas de maderas duras en damero, con guardas griegas en los bordes.
Volviendo al hall, hay una chimenea, un piano y arriba el retrato de una de las damas que vivieron ahí, engalanada al estilo de los años 30 e intocada por su mal carácter: cada vez que bajaron el cuadro o lo movieron, pasó algo desagradable. Caminando hacia el fondo se llega al bar que se abre a una terraza que se asoma al jardín y luce un pavimento de mosaico pompeyano. Era la sala de música de la residencia y todavía conserva un sobrio y elegante cortinado de terciopelos púrpura con lirasbordadas en hilo de bronce. Todo pende de uno de los increíbles barrales de la casa, grandes piezas de bronce con verdaderos bosques de laureles.
Escondida sobre la circulación de servicio está la cocina original de la casa, todavía en uso, todavía revestida en mayólica blanca, con sus armarios, pisos y piletones originales. Más escondida aún, se descubre una monacal escalera de madera en espiral que sube y baja invisible, estrecha como la de la torre de una iglesia. También siguen intactos y en uso los baños originales de ese piso, con sus mayólicas y sus curiosas puertas levemente curvas, para seguir la forma de una pared.
El segundo piso era el íntimo de la familia y hoy consiste en una sucesión de cuartos en el que se destaca el balcón ya mencionado que mira hacia el primer piso y otro, sorprendentemente amplio, que da a la calle. Este nivel guarda una sorpresa, una sala de baños simplemente notable, para empezar por su tamaño. Se trata de una habitación muy grande y totalmente revestida de blanco en un mar de mayólicas, con una enorme pileta, su instalación de luz original, una estupenda tulipa y, único cambio, cinco boxes para otros tantos baños individuales, que se alzan en una tarima donde antes estaba la bañadera, seguramente digna del Titanic. La fuente de luz natural es una de las tres claraboyas avitraladas de la residencia –hay otra en el hall de doble altura y otra más en el remate de la escalera principal–.
Lo que francamente llama la atención en la casa que alberga a Million es encontrarse con tantas pequeñas cosas que ya no hay derecho a esperar. Por ejemplo, la luz del baño principal todavía es una llave loza con perilla de espiral, que gira y enciende con un fuerte tac. En un pasillo interno todavía está el teléfono de madera instalado en 1913. Las canillas son de bronce y lo único moderno es el cuerito. Abrir una puerta significa usar un picaporte colocado junto a la puerta y fijado con tornillos de bronce, no con el proverbial clavito. Los cielos rasos son un festival de apliques de borde de bronce y bochas de vidrio tallado que dejarían encantado a cualquier anticuario.
Curiosamente, ninguno de los socios de Million es arquitecto, restaurador o siquiera apasionado por el patrimonio. Simplemente les gustó la casa y se dejaron llevar por sus espacios y su estilo. González hasta vivió en el primer piso, supervisando la obra, encariñándose con el lugar, leyendo diarios de viaje y álbums de recortes encontrados en un armario. Faltos del alto presupuesto necesario para restaurar realmente un edificio de semejante porte, los socios lo respetaron y permiten disfrutar un tipo de espacio muy infrecuente. Los turistas, explica González, lo adoran y lo encuentran quintaesencialmente porteño.

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