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Sábado, 12 de enero de 2002
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Por la vuelta

Los vecinos y la Ciudad están comenzando el largo trabajo de arreglo de un conjunto de edificios valioso y cargado de valor histórico. Un convenio une a las partes en una coproducción para restaurarlo en los próximos años.

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Por Sergio Kiernan

Descascado y solo, el pasaje de La Piedad parecía que se sostenía por milagro, librado al mercado y necesitado de una buena mano que no aparecía. No es que esté a salvo, pero la Dirección de Casco Histórico de la Ciudad realizó un paciente trabajo de reunir vecinos y hacer propuestas y comenzó la primera etapa de lo que puede ser un largo trabajo de puesta en valor de un edificio valioso y con un valor simbólico especial.
Lo que lograron los profesionales de la Ciudad fue primero imponer el tema de salvar el pasaje a sus mismos vecinos, que no necesitaban mucho convencimiento porque lo adoran. El segundo asunto fue coordinarlos, lo que no es poco, porque si bien La Piedad es un conjunto, está dividido en cuatro predios con cuatro consorcios. Y todos sabemos cómo son los consorcios. Lograda la sinergia, se relevó el pasaje y se habló largamente con los que lo habitan para ver sus necesidades.
Algunas partes del pasaje están en mejor estado que otras, por las diferencias económicas de sus habitantes y por el cuidado derramado en los predios, y la regla es que en la medida que uno se retira de la calle aumenta la conservación.
Así, el interior muestra pocas intervenciones. Las fachadas y aberturas están íntegras, aunque con el escaso mantenimiento de edificios viejos con muchos jubilados que no pueden pagar grandes arreglos. La excepción es la segunda esquina, contando según la circulación de la calle interna, donde un feo muro tapa lo que fueron las caballerizas del pasaje.
Sobre la calle Bartolomé Mitre la cosa es distinta. El nivel de la calle muestra una colección dantesca de locales que se llevaron todo por delante y más de una entrada que fue “modernizada” con puertitas enanas y metálicas. Algunas entradas, las menos, muestran sus altas puertas de madera y sus pedimentos en su lugar. Los edificios de las esquinas de Paraná y Montevideo fueron descascados allá en los vandálicos setenta: volaron las balaustradas de los balcones, que fueron reemplazados por baranditas de metal, y ya que estábamos volaron ménsulas, máscaras, molduras y detalles.
Sólo el edificio del medio, cuya fachada recorre entre ambas bocas del pasaje, muestra todavía su decoración original, muy necesitada de reparaciones pero sin vandalizar.
El pasaje fue uno de los primeros edificios de renta de la ciudad que crecía. El primer edificio es el de atrás, comenzado hacia 1880, y los de afuera se fueron completando hacia 1900. La diferencia de época no es tanta pero alcanza para explicar los estilos cambiantes: al fondo impera un estilo italianizante, con toques renacentistas y alguna ojiva, de techos planos y entradas con loggias; adelante todo se afrancesa sin perder unidad, con remate en bohardilla negra. Como en la época apenas empezaba la red de aguas corrientes, el conjunto tenía una cisterna propia en el subsuelo donde hoy está el teatro. Un detalle: La Piedad no es realmente el nombre del pasaje, era simplemente el nombre de la calle Bartolomé Mitre hasta entrado el siglo veinte. El pasaje no tiene un nombre oficial porque es una calle privada.
La Ciudad firmó un convenio con los cuatro consorcios de propietarios y encaró la parte de la obra que consideró más complicada de llevar a cabo en las circunstancias. Sucede que el pasaje tiene una calzada estrecha y vereditas coloniales, por lo que los autos se estacionaban en ángulo, con dos ruedas subidas al cordón. La Ciudad está nivelando calzada y vereda, transformándolas en virtuales, marcadas apenas por diferencias de textura y material, un proyecto concebido por la arquitecta Carina Zaniboni Ratti. De paso, hablando con las compañías de servicios, se están renovando cañerías y cableados, que no se arreglaban vaya a saber desde cuándo. El costo de la obra es de 50.000 pesos, cifra que los vecinos se comprometieron a duplicar en los próximos dos años. Más importante todavía, quedó una relación donde los habitantes consultan con la Ciudad antes de intervenir en los edificios, reciben asesoramiento de Casco Histórico y tienen un fuerte argumento para evitar la proliferación de carteles comerciales, acondicionadores de aire y otros males: el pasaje de La Piedad está por ser catalogado para su protección y ya tiene un grado preventivo de preservación. La idea de los vecinos a futuro es que su peculiar vivienda sea parte del circuito turístico porteño, que reciba una feria o una actividad, y que se prohíba estacionar en su interior.
Como mínimo, el trabajo es el puntapié inicial para frenar la decadencia material de un edificio histórico y francamente bonito. Quién sabe, con los años y alguna prosperidad hoy impensable, sea un caso de coproducción para su rescate.

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