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Sábado, 5 de abril de 2003
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El patrimonio de los pueblos

Medio perdidos en lejanías, un centenar de pueblos guardan historia en sus edificios, tejidos sociales y formas de vida. Es un patrimonio poco valorado y en gran peligro de desaparición.

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Por Jorge Tartarini

Alejado de los grandes centros y rutas nacionales, de los principales circuitos económicos y turísticos, existe otro mundo más primario y elemental, pero igualmente vivo, inesperado y cambiante, que deslumbra por la belleza simple de sus lugares y la calidad de su gente, antes que por el esplendor de la obra individual, de la creación impar. Es el mundo de los pequeños poblados históricos. Poco conocidos, no han merecido valoración y reconocimiento, como si nuestro orgullo de ciudadanos sólo pudiese concentrarse en la cultura de las grandes ciudades y en la visión nacional que surge de ellas.
Quedan en ellos testimonios relevantes de un patrimonio edilicio civil y religioso representativo de sus momentos de apogeo, así como también significativos ejemplos de arquitectura popular, junto a espacios y conjuntos urbanos de gran valor. Muy probablemente, el denominador que une con mayor fuerza a los pequeños poblados es que en ellos perduran tradiciones locales auténticas que mantienen particularidades propias. Particularidades que tienen que ver con su origen histórico, su singular emplazamiento, la herencia cultural de sus habitantes, la evolución urbana que han tenido a través del tiempo y el papel que han desempeñado a nivel territorial, en relación con otros asentamientos en el marco más amplio de su región.
En nuestro país existe más de un centenar de pueblos y pequeñas ciudades con un interés especial. La diversidad de situaciones que encontramos nos enfrenta a un amplísimo universo de casos, que incluye pueblos como los ubicados en los Valles Calchaquíes, en la Quebrada de Humahuaca, en el litoral de Entre Ríos, Corrientes y Misiones o bien en la llanura bonaerense, por citar sólo algunas regiones. Y en este sentido es preciso enfatizar algo medular en el examen de los pequeños poblados históricos: la necesidad de comprender la situación de su patrimonio asociada a las razones de su estancamiento económico, de los roles que juegan en las áreas rurales donde están insertos, de las carencias que padecen en salud, vivienda, educación, esparcimiento, a partir de la visión de sus propios habitantes.
De poco sirve el encanto de un paisaje urbano sin rupturas ni puntos de conflicto si por detrás de la escena urbana se verifican agudos procesos de obsolescencia, producto casi exclusivo del estancamiento económico. Es que, cuando no existen medios ni posibilidades de acceder a créditos para el mantenimiento y puesta en valor de las viejas construcciones, para mejorar su habitabilidad y condiciones higiénico-sanitarias, los niveles de deterioro y los peligros de pérdidas aumentan considerablemente.
Tan perjudicial como el deterioro por la crónica escasez de recursos, ha sido en los poblados la inserción destructiva de edificios modernos y la inadecuada remodelación de los espacios públicos, con la intromisión de nuevos diseños y tecnologías fuera de contexto en relación con los materiales y con las técnicas constructivas locales. Dislates en los que también incidió la gradual desaparición de modos de vida tradicionales que nacieron como respuesta simple a requerimientos en los que espontáneamente se fue dando esa peculiar integración de naturaleza y cultura habitual en muchos poblados.
La unidad de conjunto también fue afectada cuando algún organismo público intentó solucionar problemas sociales como el de la vivienda, construyendo casas en la periferia sin atender a los condicionantes del medio y a la forma de vida de sus habitantes. Pareciera desconocerse que dicha unidad es el resultado de una simple y anónima integración de cada una de las partes con el todo.
Actualmente, el turismo es percibido como uno de los instrumentos más eficaces para rehabilitar la economía de los poblados. No obstante, enalgunos casos su aparición tuvo un doble efecto. Por un lado fomentó el comercio de productos regionales y favoreció cierta difusión y conocimiento de un patrimonio olvidado; por otra parte, introdujo ciertas veleidades escenográficas para, en un afán de ofrecer “historia”, destruir y reemplazar la propia por expresiones ajenas a la cultura local. Lo “típico” y “regional” se convirtió en una especie de gancho para atraer más turistas al lugar. De allí que la persistencia del ambiente original no es garantía suficiente para la permanencia de un paisaje con una escala y contenido social definido, a los que el turismo sólo accede parcialmente. La visión fugaz del visitante debería sostenerse en una armadura social y económica local consistente, que aproveche el efecto movilizador del turismo pero en apoyo de las necesidades y demandas locales.
En muchos de estos poblados las declaratorias de protección legal han permitido salvar edificios, pero no han sido suficientes para prever los efectos de la degradación física y la marginación social. De allí que legislación y rehabilitación socio-económica se encuentren estrechamente ligados si se trata de poner en marcha estrategias a mediano y corto plazo que saquen a los poblados de su postración. De esta manera, el encanto del que hablamos al principio no será un remedio escenográfico ni una cáscara vacía de contenido, carente de realismo. El propio pueblo es el que nos ayudará a comprender las claves para evitar la desaparición del legado que pretendemos rescatar.

Jorge Tartarini: Arquitecto, secretario de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, Investigador de Conicet.

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