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Sábado, 4 de febrero de 2012
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Mirando las peatonales

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Una pasión del actual gobierno porteño es manosear el microcentro creando peatonales. El macrismo tuvo problemas de los que ya resultan típicos por su muy baja calidad de gestión: nadie preguntó a Legal y Técnica sobre eso de peatonalizar, con lo que se terminaron enterando de mala manera, con los pliegos ya lanzados, de que ese cambio sólo puede hacerse con ley votada en la Legislatura. Allí fue que el ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chaín, “inventó” la semipeatonal, bicho raro que no necesitaría del voto legislativo.

Chaín no es un gran arquitecto o urbanista y lo de “semi” es en realidad un viejo recurso muy visto en otras latitudes. Sucede que las ciudades tienen autos desde hace un siglo y carruajes desde hace varios, con lo que no se puede cortar el tránsito y listo. Hasta la peatonal más a cara de perro, como Florida, permite físicamente el paso de vehículos que van desde ambulancias hasta patrulleros, en emergencias, y todo tipo de vans y camiones para mantenimientos y obras diversas. No existe peatonal con barreras y la mayoría se limita a bajarles la velocidad a los autos y dejarles un carril aislado.

Lo que sí es una marca de la gestión Chaín es la profunda berretez material de todo lo que hace. Quien recorra las incomprensibles obras en Recoleta verá que, además de no tener ninguna función clara, abundan en empedrados mal puestos, bolardos de cemento que se ensuciaron instantáneamente –y luego se soltaron–, veredas partidas y superficies casi planeadas para la mugre y el gris. Todavía peor le va a la pobre calle Reconquista, peatonalizada sin tener en cuenta que igual pasarán vehículos –además del mantenimiento, hay cocheras– y por eso ya está partida, hundida y rotosa en varias partes. Esto sin entrar en cuestiones estéticas, como la de poner farolitos chinos, literalmente chinos y baratos, frente a edificios franceses que ahora se avergüenzan.

Con lo que resulta una sorpresa encontrarse con una semipeatonal bien hecha nada menos que en Ciudad del Cabo, nuestra vecina de latitud en Sudáfrica. Como se recuerda, la ciudad sufrió hace dos años el aluvión de obras inútiles que parecen ser condición sine qua non de todo Mundial de fútbol. Esto resultó en una ampliación de la autopista del aeropuerto al centro, un estadio de fútbol nuevo y casi bonito, aunque perfectamente vacío en ese país de rugby, un parque y cancha de golf, y una capa de chapa y pintura en el centro. Ciudad del Cabo es tan hermosa que no le hizo falta mucho más.

A alguien en el gobierno de la intendenta Helen Zille se le ocurrió crear una peatonal en pleno centro viejo, todo un tema en esta ciudad de baja densidad que sólo tiene cuatro cuadras vedadas al tránsito. Es que la experiencia es que donde se cierra el tránsito aparecen los manteros, con lo que la peatonal vieja aloja ahora un mercadillo de artesanías y remeras nada interesante, y es a la noche un lugar poco recomendable. La nueva, unas cuadras en Waterkant Straat, todavía está libre de estos males. Su final, entre Bree y Buitengracht, es hasta agradable porque conserva buena parte de sus casas originales, con recova victoriana y hierros “frilly” en sus columnitas. El conjunto fue, si no restaurado, refrescado y pintado a nuevo.

Pero lo que le llama la atención al porteño observador es la calidad de la obra, que con dos años de uso está nueva. El pavimento fue realizado en un ladrillo local muy común en entradas de vehículos, colorado y durísimo. Estos ladrillos son más pequeños que los comunes y bastante gorditos, y resultan pesados al levantarlos. Son tan duros que se los entrega en el lugar de obra sin pallet: un camión volcador se pone de culata y los deja caer. De este espectáculo inquietante resulta el asombro de ver que de la gran montaña de ladrillos caídos a la bartola se rompe alguno que otro.

Otro detalle contrastante es que, al contrario que los argentinos, los sudafricanos parecen saber cómo colocar un bolardo. En Buenos Aires estos fierros suelen caerse de la vertical en cosa de días o semanas, solitos, pero en Africa duran y duran. ¿Será que tienen más base? ¿O los contratistas son mejor controlados?

Roja y con arbolitos jóvenes, la peatonal de Waterkant no es un modelo de diseño y comparte defectos porteños como el exceso de faroles, con los nuevos sumados a los que ya tenía de antes. Pero es hasta raro caminar por una peatonal que no esté rotosa y astillada, en la que todo sigue en escuadra. La fragilidad de las nuestras tienen una sola virtud, que será fácil borrar todo rastro físico del paso de este ministro por la función pública.

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