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Sábado, 3 de agosto de 2013
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El pintor de las cosas porteñas

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El Museo Nacional de Bellas Artes acaba de inaugurar en su pabellón especial una muy pero muy buena muestra dedicada a Pío Collivadino, el pintor muerto en 1945 que se dedicó al paisaje urbano y nos dejó una crónica del crecimiento de Buenos Aires. Collivadino fue un gran artista –qué dominio envidiable del color– muy amplio en su técnica y estilo, y también un cronista de ojo avizor. En la muestra curada por Laura Malosetti Costa se reúnen por primera vez en muchos años cuadros realmente notables por su visión de esta ciudad: desde los ranchos de las afueras de una urbe todavía medio rural, hasta la Diagonal Norte naciendo, todavía dominada por el Banco de Boston y desnuda de los zigurat de la esquina de Florida.

La muestra hace la historia de Collivadino mostrando trabajos de estudiante, muchos apuntes al lápiz, cartas con rabiscos para los amigos y –algo que se agradece– los apuntes de color de algunos cuadros terminados. Así se pueden ver los apuntes en óleo de personajes y situaciones para pinturas complejas como la de los inmigrantes, y versiones rápidas de la Diagonal, con una perceptible corrección de la perspectiva. También se pueden ver cosas como la Usina de Puerto Nuevo todavía en construcción, los puentes Lisandro de la Torre y Alsina flamantes de nuevos, el paisaje de las calles de la Boca con las casas de chapas recién construidas y rarezas como el Riachuelo en versión puntillista.

Dos cuadros se ganan el corazón de cualquiera. Uno es el famoso y merecidamente cabeza de la exposición, de los albañiles comiendo, un retrato colectivo, con inteligencia y con profundidad emocional. El otro es el del frigorífico La Blanca, encarado como un palacio o una aparición, un objeto de belleza intrínseca que irradia una luz particular. Collivadino eleva algo utilitario como una planta industrial al rango de arte.

El Museo, de paso, está cada vez más habitable, con horario ampliado –ahora abre a las 12.30– y con la novedad de que se pueden sacar fotos sin flash, un rasgo civilizado que le debemos a su directora ejecutiva Marcela Cardillo. Sólo falta que el visitante no sea recibido por policías privados que no saben ni decir buen día y sólo se ocupan de que todos dejen el bolso en el guardarropa. Se instalan justo al lado de la puerta y son una presencia innecesariamente agresiva.

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