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Sábado, 24 de agosto de 2013
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El monumento al ridículo

Juncal, Ecuador y Anchorena se encuentran detrás del Hospital Alemán y forman una de esas cinco esquinas que aparecen en Buenos Aires cuando chocan sus dameros urbanos, que son muchos y no están alineados. Tres de estas esquinas tienen ángulos rectos y edificios olvidables cuyo único valor es inmobiliario. La cuarta es del hospital, que se sigue reconstruyendo en un estilo “oficinas en Pilar” bastante soso. Y la quinta tiene una casa pequeña en un terreno triangular y escaso, con un bar en la planta baja. El triángulo de esta esquina es formado por Ecuador y Anchorena al juntarse en ángulo agudo y se prolonga en una plazoletita minúscula, cortada por un giro para los autos. Es en esa plazuela que aterrizó una imperdonable muestra de mal gusto público, casi una marca de la decadencia de lo que fue la Reina del Plata.

Quien pase por ahí verá en el triangulito urbano una suerte de arco irregular de caño naranja, medio curvo y coronado por una bocha blanca de plástico, como una lámpara china. A medio camino subiendo el arco hay dos ojos pegados, también de caño y naranjas, que sostienen una escalera negra de ocho peldaños apoyada haciendo de nariz. Adelante y atrás de la pieza, tres caños negros sostienen cada uno una máscara de gato. Una es amarilla, otra azul, otra roja, todas tienen ojos y boca calados en la chapa, y cejas y bigotitos pintados de blanco, al mejor estilo jardín de infantes.

El objeto, por sus partes y en conjunto, es menos que feo, es pueril, el tipo de cosas que se admira en la feria de arte del colegio. La placita, para peor, contiene además un poste con el cartel de las calles y un semáforo, con lo que la cacofonía visual es alta. Como su pavimento es de piedritas sueltas, caminar es difícil pero obligatorio, porque el genio del urbanismo que la planeó dejó ahí el único cruce peatonal legal y seguro. El autor mereció el recuerdo cálido de una señora de tacos que tuvo que cruzar esquivando cañerías y haciendo equilibrio sobre las piedritas. La mayoría de los caminantes simplemente evitó el triangulito y cruzó por cualquier parte.

La pieza escultórica no tiene cartel, nombre ni firma. Está frente a una cuadra muy valiosa por sus casas patrimoniales que en su momento mereció un proyecto de la ex diputada Teresa de Anchorena. Y para ironía terminal, esa cuadra es de la calle Anchorena que recuerda a Tomás, el intendente porteño que creó la Buenos Aires europea, la del impecable buen gusto y las cosas hechas para durar.

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