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Sábado, 16 de noviembre de 2013
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Joyas preciosas

Love Heals es la etiqueta creada por Adriana Goddard, diseñadora argentina radicada hace años en California, que imprime espiritualidad y responsabilidad social a bellísimas piezas en camino al talismán.

Por Luján Cambariere
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Es que Love Heals, el amor cura, y ciertos objetos sanan y sin dudas acompañan. Este es el caso de las piezas y el trabajo minucioso de una aún más especial diseñadora, Adriana Goddard, argentina radicada hace muchos años en California, quien de forma natural y junto a su familia, sus hijos Elisa y Gunnar, las carga de una energía particular.

Vibra, factura artesanal, un sinfín de detalles en cada pieza (si no es un Buda, es un corazón, una gema o una llave engarzadas entre delicadísimas piedras, cuentas, perlas o cristales) que despiertan el fanatismo de celebrities internacionales de la talla de Cameron Diaz, Winona Ryder, Vanessa Hudgens y Ashley Tisdale, aunque Goddard reniegue de apelar a esa data, y prefiera que sus piezas hablen por sí mismas. De paso por Argentina, y en venta por primera vez acá, charla con m2.

¿Cómo es tu formación?

–Estudié arquitectura en la UBA y enseguida me puse a hacer cosas de manera totalmente autodidacta. En esa época estuve metida de forma poco sistemática, por decirlo de algún modo, en el movimiento estudiantil, lo que me valió que me expulsaran de la facultad, así que me fui a Londres en el ’72. Ahí empecé a estudiar de nuevo en el Arquitectural Association pero no era mi mundo. Así que de nuevo me puse a hacer cosas por mi cuenta y a venderlas en Portobello Market. Después de un tiempo, con mi pareja, nos fuimos a vivir a Ibiza a una casa de 400 años, sin electricidad. Hacíamos viajes por Europa y vendía en Madrid y Barcelona. Nació mi hijo mayor, Gunnar, quien hoy trabaja conmigo y es mi gran apoyo, y al tiempo nos fuimos por una beca Fullbright de mi marido a California. Primero a Santa Bárbara, donde empecé a trabajar en una joyería que fue mi trabajo más regular. Ahí, entre otras cosas, aprendí a enhebrar perlas, que en esa época era un oficio que nadie hacía. Siempre muy loca porque me las llevaba a la playa a enhebrar. Pero también trabajé como bestia. Aprendí mucho y fundamentalmente lo que es la disciplina y el esfuerzo. Junto con eso, y con el tiempo, a que aquello no lo iba a hacer más para otra persona que no fuera yo.

¿Y cuándo empezaste con lo propio?

–Ahí, en Santa Bárbara. Empecé a tallar marfil y ébano reciclado que encontré. Vendía en una feria famosa que hay los domingos en la playa. Y luego nos mudamos a Ojai, un pueblito muy místico a media hora de Santa Bárbara en la montaña, donde vivió Krishnamurti. Finalmente me compré una casa por asesoramiento de mi hijo. Nos mudamos a una comunidad, de nuevo no había electricidad. Por un par de años era el Far West. Y yo tenía un tallercito y es una historia simpática porque me quedaban 150 dólares, era todo lo que tenía, en ese entonces el concepto de ahorro era inconcebible para mí, vivíamos al día y se me ocurrió invertir en metal, cuero, pinturas y un pequeño equipo de soldadura y empecé a hacer unos cinturones, sin pensarlo mucho, que me largué a vender. Fui a Rodeo Drive y me metí en una boutique muy famosa y las vendedoras se fascinaron y me contactaron con la compradora. Yo apenas sabía manejar y me iba como siempre con Gunnar, que tenía 8 años, él de copiloto, tomando la autopista de la costa. Siempre fuimos un equipo. El es un gran visionario y quien desde siempre ha tomado las mejores decisiones.

¿Qué les llamaba la atención?

–Tenían un nivel de artesanía, entre lo pintado, lo que le ponía (como cuernos de antílope tallados a mano con incrustaciones de ágata, que eran alucinantes). Se vendían a 500 dólares. Tenían un nivel de trabajo, de soldado, hibridados con piezas antiguas. Vidrios antiquísimos, plata. Era un trabajo brutal porque mi taller era básico. Era un pulmonazo todo. Cuando me quedé embarazada de mi hija, Elisa, que hoy es mi musa, dejé porque era un trabajo muy tóxico. Me metí a estudiar trabajos energéticos, y recién unos años después, en el 2000, retomé. Comencé a vender en ferias de pulgas. Y de nuevo un esfuerzo denodado, levantarme los domingos a las tres de la mañana, cargar el auto, pero me empezó a ir increíblemente bien. Ese mundo de las ferias era un mundo maravilloso. Además, cuando llegás a la feria primera antes que nadie, tenés primera selección de todo. Un mundillo entre lumpenaje y diseñadores geniales. Y un Día de la Madre, Gunnar me ofrece que no vaya, que él me reemplaza porque eran días de 17 horas. Y va él y vuelve sorprendido por la recepción de las piezas. Cómo las mujeres tenían y tienen una cosa muy emocional con mi trabajo. Entonces me propone hacer una presentación en formato show, como se hacen allá. Alquilamos el lugar e hicimos, como siempre, todo a pulmón. Tal es así que fuimos a pasar la noche a un ashram Hare Krishna donde por el calor cada movida era un sauna. Y tuvimos tanto éxito que terminamos en un hotel donde cada uno tenía su cuarto. Con Gunnar siempre nos arriesgamos y nos fue bien.

¿Qué significan tus joyas para vos?

–Yo no le hago historia, es todo tan instintivo, me tomo todo tan en serio, la energía y mi trabajo, que me parece un poco oportunista calificarlas de algo. O resonás con ellas o no resonás. Entonces dejo que las cosas hablen por sí mismas.

¿Materiales?

–Siempre estamos cambiando, diseñando cosas nuevas. Además, Gunnar sumó al negocio lo social. La comunidad donde vivía se basaba en una granja orgánica y yo he sido siempre jardinera. Me encantan las plantas. Les hablo a los árboles. Tengo esa cosa de auténtica conexión. Entonces empezamos a plantar árboles en Etiopía con una organización que se llama Think for the Future, que es maravillosa y documentamos el trabajo, porque hay mucho escepticismo con estas cosas. Y el trabajo es emocionante. Porque cada plantita es un tesoro. Ya hemos reforestado colinas. Plantamos más de un millón de árboles. Por cada pieza que vendemos plantamos 10 árboles. Y después lo que ha pasado es que tenemos un equipo increíble de trabajo en California y otro en Bali. Somos 17 en California y en Bali. Y mantener bien a todo el equipo creo que es nuestra función social más fundamental. Lo más difícil es la continuidad y dar trabajo a la gente. Mi equipo es lo más conmovedor que existe. Desde 2012, además, incorporamos a la diseñadora de joyas italiana María Angela Perna al equipo de diseño. Nacida en Umbría, una región cerca de Toscana, estudió arte en Florencia antes de entrar en la industria de la moda a través de una beca de la Cámara de la Moda italiana de Milán. Inquieta y brillante, trabajó para los nombres más fuertes, como Alexander McQueen, Jean-Paul Gaultier, Fendi, Versace, Yves Saint Laurent, entre otros.

www.loveheals.com

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