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Sábado, 23 de noviembre de 2013
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Por una escalera

Por Jorge Tartarini

Para una sociedad cosmopolita que vivía pendiente de la mirada del otro, y ese otro no estaba por estas tierras sino cruzando el Atlántico, parecerse era ser. Y para construir esa identidad, cuanto más fidedigna era la adscripción a los modelos de origen, tanto más satisfactorio el resultado final. Un principio aplicable a los usos, modas y costumbres de los sectores más acomodados de la sociedad porteña allá por 1900. En especial los que con frecuencia viajaban al Viejo Mundo y volvían con la última novedad de las capitales europeas. Y por sobre todo de París, la meca y norte cultural de la época. La emulación generalizada fue lo común y, cuando no se pudo adquirir ni traer desde allá los modelos –tal el caso de las residencias, por ejemplo– no se vaciló en replicar aquí su construcción. Con las adaptaciones del caso, claro, aunque siempre cuidando que no desdibujaran las características del modelo de origen. Un proceso de transferencia cultural que permitió a la ciudad contar con una de las arquitecturas europeas más relevantes del continente. Un patrimonio hoy fenomenal, que tiene en la arquitectura del pastiche una de sus piezas más significativas y que tuvo en los modelos franceses un punto de referencia excluyente. Como seguidamente veremos.

El hacendado Celedonio Pereda y su esposa María Girado tuvieron seis hijos, y con su familia realizaron frecuentes viajes a Europa en 1889, 1908 y 1926, con prolongadas estadías en España, Francia, Italia e Inglaterra. La muerte de sus padres muy probablemente dio el impulso definitivo para que Celedonio dejara su residencia de Belgrano y Tacuarí y se trasladase a la elegante zona norte de la ciudad. Para ello, en 1917 y 1921, adquirió terrenos sobre las calles Arroyo y Libertad, donde levantaría su nuevo hogar. El profesional elegido para desarrollar el proyecto fue el arquitecto francés radicado en la Argentina Louis Martin, y el encargo fue muy preciso: recrear aquí una versión del Palacio Jacquémart André de París, convertido en museo en 1913. Y, en la parte posterior, sobre los jardines, realizar una bajada al estilo de la Escalier en fer à cheval del castillo de Fontainebleu.

Léonard Louis Martin había nacido en París el 24 de febrero de 1867. En 1886 comenzó sus estudios en L’Ecole des Beaux Arts, egresando a fines de 1895. Desde entonces hasta 1906, año de su partida para la Argentina, Martin realizó en Francia numerosas obras en París y sus alrededores, entre ellas varios hôtels y edificios de renta (maison de rapport). También trabajó en el departamento de Charente, al oeste de Francia y al norte de la ciudad de Burdeos. En 1897, con domicilio en Angoulème, fue nombrado Arquitecto de los Monumentos Históricos de este departamento e inspector local de las obras en los edificios de su diócesis. En la región, restauró el castillo de Charrias (todavía en pie) y varias iglesias, bajo la dirección de los arquitectos Ballu y Baudot, entre las que se encuentran las de Licheres y Plassac (c. 1906). También en Charente, se ocupó de la construcción de un hotel en Jarnac, y de la ampliación de un banco de la Societé Genérale en Cognac.

Con 39 años y probablemente atraído por las perspectivas que ofrecía entonces Buenos Aires, Louis Martin decidió en 1906 partir rumbo a la Argentina. A poco de su llegada, pudo concretar importantes encargos residenciales. Así lo atestiguan las viviendas de Arenales 1334/38 (1908, demolida); Avenida Callao 924/26 (1913), Juncal 1319 (c. 1924), Juncal 1404, esquina Uruguay 1298; Avenida Quintana 160; Montevideo 1711, esquina Avenida Quintana 191; Vicente López 1732 (demolida). En el interior del país, fue autor del Jockey Club de San Miguel de Tucumán (1910-1916), sobre la calle Las Heras, frente a la Plaza Independencia.

El denominador común en la mayor parte de sus obras fue el dominio de la arquitectura borbónica, del equilibrio, sobriedad y elegancia de las proporciones, y detalles ornamentales y decorativos, que muestran un conocimiento acabado del manejo de los estilos Luis XIV, en sus distintas variantes, Luis XV, Luis XVI y el Directorio. Cuando en 1917 Celedonio Pereda le encargó el proyecto de su residencia, el estudio de Martin, en la calle Aráoz 2991, gozaba de prestigio y tenía antecedentes de obras importantes en la zona norte de la ciudad. Todo parecía indicar que la ecuación era exacta, y que este arquitecto francés de 50 años y con más de una década de afincado en el país resolvería sin problemas el proyecto de este Hôtel particulier. No obstante, las circunstancias de la obra mostrarían que la realidad sería otra, y su desempeño bastante más efímero por cierto.

Cuenta la tradición familiar de los Pereda que, disgustado con las formas de la escalera principal de la residencia –que no guardaba la debida similitud con el modelo parisiense–, Pereda separó a Martin de las obras, contratando en su lugar al belga Jules Dormal que entonces, tras la muerte de Vittorio Meano, se encontraba a cargo del Teatro Colón. Ni los antecedentes profesionales de Martin, ni su patria de origen, hicieron vacilar a Pereda –de fuerte carácter– en su decisión. La escalera de su residencia, es decir la del Jacquémart, si no se parecía, sencillamente no era. No tenía ningún valor per se. El acabado conocimiento de Pereda –y su firme antojo de replicarlo– influyeron para que la ciudad cuente hoy con su obra más importante de la arquitectura francesa del “pastiche” y, además, ejemplo cumbre del momento que la engendró. Un testimonio que no puede verse como una mera imitación, sino como consecuencia de un excepcional proceso de hibridación y amalgama cultural.

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