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Sábado, 4 de enero de 2014
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Diseños que funcionan

Cuando se crea con una idea social, la prueba de éxito es la producción y difusión de los productos. Fuera de las exposiciones, algunos lograron hacer una diferencia en el mundo real.

Por Sergio Kiernan
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Hay cosas que empiezan para los concursos, para sentirse bien, para hacerse fama de buena persona o para simplemente hacerse conocer. Buena parte de lo que pasa por inquietud social en el mundo del diseño no pasa de eso. Pero hay gentes que realmente se preocupan por ver qué necesita el otro y saben pensar en simple, con lo que sus productos tienen una cierta humildad práctica que funciona. El tiempo decanta estas ideas exitosas y muestra que algunas entran en producción, se difunden, se imponen, son adaptadas y entendidas por sus usuarios, y van por la vida cambiándola.

El primer tema a tener en cuenta en este tipo de diseño, si es que se quiere ser realmente útil, es pensar para quién se está trabajando y qué necesita esa población. La respuesta es una lista muy básica de necesidades: un poco de luz a la noche, combustible para cocinar, sombra de día, agua para beber, agua para regar. Luego viene un segundo nivel algo más complejo, que piensa en cómo ganarse la vida, e incluye cosas como cargar celulares, poder llevar productos a puntos de venta y hasta tener acceso a Internet para la educación. La lista parece fácil de hacer, pero implica el ejercicio difícil de observar la vida en su estado más pobre y más simple y no dejar que las miles de cosas que faltan –asfalto, edificios, hospitales, vacunas, veredas, transporte– tapen lo esencial.

Ahora, englobados en la etiqueta “Diseño para el 90 por ciento”, estos productos tienen éxito porque fueron aceptados por poblaciones en el cincuenta por ciento del mundo que vive con menos de dos dólares por día. Un ejemplo brillante es el de la técnica de hacer briquetas de carbón con vegetales inesperados. Resulta que 2500 millones de personas no tienen acceso a ninguna energía comercial como el gas o la electricidad para cocinar o calentarse, y tiene que utilizar leña, carbón o bosta seca. Esto significa que un porcentaje notable de la población mundial, casi equivalente a la población argentina, se dedica a recoger leña, hacer carbón o juntar bosta seca como su actividad básica, full time. Las consecuencias económicas de tener a tanta gente ocupada en eso son evidentes, pero las sociales son peores, porque juntar leña suele ser una tarea de nenas que las mantiene lejos de la escuela.

El proyecto Fuel from the Fields desarrolló una técnica muy simple para producir carbón en forma de briquetas con cualquier desecho vegetal, a bajo costo y como una actividad que puede ser comercial. La cosa pasa por llenar un barril en desuso con bagazo de caña, “huesos” de choclo, tallos de maíz o trigo, o cualquier cosa más o menos seca que sobre de la cosecha o se pueda recoger. Se prende fuego al barril y cuando prendió bien se lo tapa, de modo que el material se carbonice. Tras algunas horas, se retira todo ese carbón y se lo transforma en briquetas usando el material molido a palo, con algún almidón –de tapioca, de batatas– como ligante. La inversión es mínima y no sólo puede evitarles a familias enteras salir a buscar leña sino que puede ser un negocio.

Martin Fisher, del Movimiento de Tecnologías Apropiadas, se dedica al diseño más básico posible, bombas, prensas, cortadoras de metales y cocinas portátiles. Todos estos objetos solucionan necesidades tecnológicas simples a un costo muy inferior al de productos importados o producidos de modo industrial convencional. Fisher y sus asociados regalan los planos y el asesoramiento para crear estos productos, básicamente hechos con caños soldados, y han sembrado Africa de fábricas y talleres. Una de sus bombas de agua es simplemente la adaptación de un inflador de bicicletas, de gran tamaño. En Asia, las bombas se producen con “pedales” de bambú, para irrigación de grandes superficies.

Neville Williams y Harish Hande fundaron una firma, SELF, que transfiere tecnología solar en la India sin costo ni ganancias. El centro de su trabajo es llevar luz eléctrica a millones de personas que gastan en lámparas de kerosén o pilas para tener luz en su casa. El costo del kit básico de un panel y una luz de muy bajo consumo es pequeño, pero como los clientes son los pobres entre los pobres, SELF se asoció con un banco local para vender en cuotas sus sistemas. Ya hay decenas de miles de casas, talleres y negocios que usan estas luces solares.

Pieter Hendriksen tomó el tema del agua desde otro ángulo y por las mismas razones en que se pensó en la leña: que millones de mujeres en el mundo pasan horas yendo a buscar agua. Hendriksen entendió la dificultad de acercar al agua a los poblados y aldeas, y observó que lo peor del problema es el tiempo y esfuerzo de caminar a veces kilómetros con baldes o bidones. Su solución es el Barril Q, una rueda hueca de plástico con un tapón, como para llenarla de agua, y una soga de gran resistencia atada al medio. No hay que cargarla sino simplemente arrastrarla, que ella rueda solita. El barril no sólo ahorra esfuerzos enormes, sino que permite a una persona acarrear una cantidad de agua imposible de ponerse al hombro.

Otro problema con el agua es que muchas veces simplemente no es potable y de hecho es el vector principal de enfermedades endémicas. Vestergaard Frandsen diseñó en Suiza y produce en China la LifeStraw, la Pajita de la Vida, un tubito de poliestireno con un filtro de resinas y carbón activado que no pesa nada, mide menos de treinta centímetros de largo y viene con un cordón para colgarlo del cuello. Ya difundido en países como Ghana, Nigeria, Uganda y Pakistán, el tubito filtra partículas de hasta quince micrones, con lo que evita el contagio de la fiebre tifoidea, el cólera, la disentería y hasta la diarrea.

Mohammed Bah Abba no necesitó visitar Africa para ver qué hacía falta llevar en materia de diseño, porque nació en el campo en Nigeria en una aldea sin luz ni agua corriente. Lo que hizo Abba fue difundir una vieja técnica inmemorial que permite sobrevivir en un clima tan seco y caliente como el suyo natal. La heladera de barro es simplemente una maceta de paredes gruesas colocada adentro de otra más grande, con el espacio entre ambas bien rellenado de tierra. La terracota es un aislante natural que se refuerza con la capa de tierra y mantiene el contenido –agua, verduras, fruta– a una temperatura estable muy inferior a la ambiente. La heladera se instala a la sombra y se cubre con un paño grueso o con un plato de terracota. La tecnología es la simplicidad misma y muy difundida en el continente, y el consumo de energía es nulo.

Pero si se puede elegir una idea por su ingenio, el premio lo gana la bicicleta Big Boda que inventó Adam French, y que se vende muy bien en Kenia y Uganda. Africa anda en bicicletas, baratas, simples y fabricadas en China. La Big Boda consiste en tomar cualquiera de estas bicis y estirarle el parante trasero donde se calza la rueda, con lo que la bicicleta se alarga exactamente el diámetro de la rueda. Con una cadena más larga, basta agregar un portacargas trasero común, pero de más de medio metro de distancia. Las Big Boda sirven de taxis, de fletes y de vehículos de reparto, un sector entero de servicios creado a partir de una bicicleta común y corriente.

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