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Sábado, 30 de agosto de 2014
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Cosas del Lezama

El parque está en obra, con pavimentos rojos y otras desgracias, pero con límites de la Comisión Nacional y hasta una pequeña restauración acertada.

Por Sergio Kiernan
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Los vecinos de San Telmo andan alarmados por la enorme obra en el delicado y lindo Parque Lezama, donde se ven movimientos de tierra, mucho cemento y el asomo del habitual mal gusto en el diseño público del macrismo en funciones. Se sabe que gente que considera que el ministro de Planeamiento Urbano, Daniel Chaín, es un Hausman porteño que no puede construir nada elegante, pero en este caso las noticias son mixtas. El PRO se cargaría el parque como ya se cargó otros, pero la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos los vigila regularmente, poniendo límites. Por desgracia, el plan de obras fue aprobado antes de la gestión de Jaime Sorín, con lo que ya no puede ser descartado totalmente.

Lo que están haciendo en el parque, sobre todo en el sector más alto, que asoma sobre Brasil, es arrancar el asfalto que cubría los senderos. Esto es una buena idea, porque el asfalto sirve en avenidas y autopistas, no en senderos de parque, pero para variar, el reemplazo es casi peor. Ya se ven las camas de cemento de la foto, con esos bordecitos penosos que le hacen a todo. Encima irán ladrillos entramados, con lo que los caminos del parque serán rojos. Esto es inventar la pólvora, porque la tradición en el Lezama es de baldosas blancas de nueve cuadrados, como las que se usaban antaño en las veredas porteñas. Las viejas fotos de Makarius o los retratos de Sabato promocionando Sobre héroes y tumbas en los años sesenta muestran este sencillo y atinado pavimento.

Sin que se sepa muy bien dónde serán instalados, ya se ven en el obrador de la esquina de Brasil y Defensa montañas de adoquines cortados como baldosas, otras tonteras de country que les encanta a los macristas. También se sabe que la parte baja del parque tendrá farolitos chinos, modernudos ellos, y cerca de la calesita se construye un redondel de cemento feote pero que puede ser la base de un sector de juegos para los más chiquititos, con piso de goma obligatorio. La buena noticia es que el sector más tradicional del parque, arriba y cerca de los templetes y la calle de los copones, tendrá modelos de lámpara más tradicionales. Según se supo, los iban a pintar de dorado, pero los convencieron de usar el más discreto gris oscuro que en otros tiempos mejores era de rigor. Es un límite y sería un acierto lograr que el proyecto no baratee el parque poniendo pavimentos rojos.

Justo al lado del Museo, sobre Defensa y adentro de un curioso corralito de enrejado, se puede ver el tocón de un enorme ficus cortado recientemente. El árbol tenía sus años en el lugar y hacía un agradable pendant con la entrada de la casona de los Lezama, justo al lado, con lo que se lamentó su pérdida y se sospechó de sus motivos. Pero se pudo establecer que el árbol estaba enfermo, en muy mal estado por un mal realmente inesperado: el corralito terminó en depósito de gatos, que llegaron a ser casi cien, y su pis de años y años terminó saturando el limitado espacio. Parece que el exceso de amoníaco puede matar un árbol.

Y en medio de tanto movimiento de tierras, de tanto pavimento guarango y tanto farolito chino hay un rasgo de cordura. Este miércoles se pudo ver a un hombre reparando cuidadosamente la rara escalera que baja del mirador con rumbo a las gradas del anfiteatro. Esta escalera y sobre todo su baranda, ya resultan piezas históricas de las raras porque fueron realizadas en el ese curioso estilo Art Noveau vegetal, fingiendo ser de madera cuando son de cemento modelado. Los pocos edificios realizados en esta estética pernóstica fueron demolidos sin piedad porque eran casi todos casas de barrio con aire a quinta. El mobiliario de jardín que hacía juego, de maceteros a bancos pasando por formidables pajareras, fue descartado hace mucho como pasado de moda. Con lo que casi lo único público que nos queda en este estilo es esta pieza en el Lezama, que por suerte no será destruida por algún Hausman.

Una curiosidad sobre la obra es que el mismo gobierno porteño no respeta la ley que impide bloquear por completo una vereda sin crear un sendero seguro para los peatones. Todo el lado de Brasil y casi todo el de Paseo Colón está enrejado y no hay por dónde caminar, con una permanente fila de autos estacionados donde debería haber un sendero. Es grave para quien cruza desde Paseo Colón porque no hay refugio alguno en la esquina del parque, con lo que la gente queda bastante indefensa ante los coches que doblan bajando Brasil. El gobierno de esta ciudad podría dar el ejemplito de no hacer lo que hacen tantos privados a los que les cobran multas por hacerlo.

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