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Sábado, 6 de diciembre de 2014
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Lo que viene en El Molino

Con la expropiación ya promulgada, se está conformando la comisión bicameral de administración y preparando los planes de contención del edificio, que tiene patologías graves.

Por Sergio Kiernan
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Primero fue la soñada votación de la ley en Diputados, unánime y fruto del empuje político del presidente de la Cámara, Julián Domínguez. Luego fue la muy veloz promulgación de la ley por el Ejecutivo, que hace realidad la nacionalización del célebre edificio. Ahora viene el paso de crear la comisión que comparten el Senado y los diputados para administrar la creación de Francesco Gianotti, y salvarla de la ruina. Los problemas del edificio de El Molino trascienden por mucho los casi veinte años de su cierre, porque en realidad son fruto de muchos más años de falta de mantenimiento en serio.

Como se sabe, el edifico de El Molino pasó a ser propiedad pública este mes, cuando se votó la ley que tenía media sanción de los senadores y dormía un profundo sueño en Diputados. Domínguez, que ya lleva restaurado el Ministerio de Agricultura y está restaurando el mismo Congreso, la sacó del cajón, la puso en la mesa en un plenario de comisiones y la llevó al recinto, donde fue aprobada por unanimidad, con una abstención y el rezongo pequeño de Martín Lousteau, que no quería el gasto. Así comenzó el camino de la salvación de un edificio notable a nivel internacional y una de las grandes piezas de la arquitectura argentina.

Esto no es exageración, porque una de las cosas más originales que le pasó al país fue la llegada de Francesco Gianotti, joven y arquitecto, que nos pobló de edificios fantasiosos, originales, deslumbrantes y efectistas. La reciente restauración de las Galerías Güemes en la calle Florida da una idea del calibre de su fantasía y su capacidad como diseñador y constructor. El mismo hecho de que El Molino no se haya quebrado en pedazos, a un siglo de su construcción y tras décadas de abandono, es un homenaje a la muñeca de Gianotti.

El edificio tiene todavía cuatro departamentos con habitantes –no okupas ni mucho menos, sino inquilinos que siguen ahí– pero el sector sobre Rivadavia no tiene agua y las ascensores llevan años sin funcionar. Ambos cuerpos están descascarados, cachuzos, oscurecidos y con unidades cerradas con candado desde hace muchos años. La fachada interna, la que da al patio andaluz que, incongruente pero a la moda de la época, se instaló hacia adentro, está en muy mal estado, con muchos desprendimientos, pero la fachada principal, a la calle, está básicamente intacta y bajo su mugre de smog presenta sólo patologías arreglables.

La torre tiene desprendimientos diversos, no conserva ni un vidrio en sus puertas y ventanas, y fue maltratada por públicos y privados. Por razones inexplicables, le demolieron el baño y le rompieron varios muros interiores. Y la misma ciudad se presentó un buen día a romper lo que quedaba de los vitrales. La operación fue a martillazos y los administradores del edificio llegaron justo a tiempo para evitar que se llevaran pedazos del vitral...

Pero, nuevamente, no parece haber nada que alarme con una posibilidad de derrumbe inminente. Por supuesto, comprobar esto es lo primero que se piensa hacer, porque la primera fase de la intervención será prevenir todo tipo de accidentes. El equipo del PRIE, que está restaurando el Congreso, tendrá a cargo apuntalar la famosa marquesina de vitrales, que en tiempos idos se iluminaba por completo, y luego realizar un estudio de problemas urgentes. También hay que atender las necesidades de los empleados que cuidan el edificio y de cuatro familias que todavía viven ahí.

La tarea de restaurar va a ser complicada y larga, e implica resolver problemas inesperados, como el de las constantes inundaciones en los subsuelos de la vieja confitería. El tercer subsuelo, una carbonera en desuso, suele inundarse, y las causas pueden ser dos. Por un lado, hay un pozo semisurgente que ya figura como un problema en un expediente de la década del veinte. Por otro lado, la infraestructura subterránea del cruce de Callao y Rivadavia parece desbordar cuando llueve mucho, socavando la esquina. Con lo que la tarea implica varios frentes a la vez.

Pero vale la pena y es casi una tarea docente. El misterio es cómo puede ser que como sociedad dejemos que un tesoro nacional llegue a este punto de ruina y que no haya otra solución que expropiarlo. Y el otro misterio es cómo puede ser que siga siendo legal dejar que un edificio se degrade hasta transformarse en una ruina peligrosa, una tristeza y un acto de barbarie.

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