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Sábado, 4 de junio de 2016
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Hablamos

Por Jorge Tartarini
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Hablamos sobre proteger conjuntos, barrios, poblados y paisajes culturales. Coincidimos sobre la necesidad de extender nuestra mirada del patrimonio hacia expresiones inmateriales, esenciales para preservar nuestra identidad cultural. Debatimos acerca de las anquilosadas declaratorias de monumentos y lugares hist贸ricos y la demanda de adoptar otras m谩s apropiadas a los tiempos que corren, como por ejemplo las de bienes culturales. Sabemos sobre la necesidad de declarar un vasto conjunto de bienes en todo el pa铆s, que representen genuinamente nuestras identidades y nuestra diversidad cultural. Conocemos, tambi茅n, la dura realidad que afrontar谩n ellos el d铆a despu茅s, cuando sea necesaria su conservaci贸n. Somos conscientes a su vez de la situaci贸n -ya hist贸rica- de nuestros organismos de preservaci贸n: sin recursos ni prioridades propias, y a menudo sujetos a decisiones de las 谩reas que los poseen, sin los conocimientos ni la sensibilidad necesaria a los planteos que exige su conservaci贸n.

Con algunas batallas ganadas y ciertas actualizaciones indispensables, desde 1940 hasta el presente nuestra cultura 鈥渕onumental鈥 siempre se ha debatido en estos t茅rminos. Y ello en gran medida porque -a pesar de los maquillajes- el sustrato, el nefasto fermento que como virus penetra y carcome la salud de los bienes culturales, permanece intacto. El mismo que, tras amagues de renovaci贸n, en los hechos se tropieza una y otra vez, y vuelve a caer. Casi indefinidamente.

Una mirada a nuestro contexto patrimonial parece corroborar la afirmaci贸n. Nuestra legislaci贸n, aunque con avances, atrasa. Y los recursos -no ya los que se concentran en monumentos impares- dif铆cilmente llegan a otros bienes culturales menos rutilantes, aunque esenciales para cada lugar o regi贸n. Cierto es que el Estado no es el 煤nico responsable de su conservaci贸n y que existen actuaciones asociadas con gobiernos locales o provinciales, o bien con sectores de la comunidad y con sus mismos propietarios. Pero a煤n as铆, est谩 claro que su rol primordial en la salvaguarda patrimonial de los bienes declarados no lo puede delegar. Desde luego, el se帽alamiento no pasa por alto los logros alcanzados por quienes lucharon 鈥揷on m谩s esfuerzo que recursos鈥 para salir de las anegadizas aguas en que hoy se debate el devenir patrimonial. Pero sucede que cada vez pesa m谩s el inmenso el camino por transitar.

Otros pa铆ses latinoamericanos ya lo han emprendido, como puede apreciarse en la ponderable tarea que realiza en Brasil el Servicio de Patrimonio Hist贸rico y Art铆stico Nacional (SPHAN), creado en 1937, poco antes de nuestra Comisi贸n Nacional de Monumentos y de Bienes y Lugares Hist贸ricos. A diferencia de esta 煤ltima, el organismo brasilero no s贸lo ha progresado significativamente en la consideraci贸n antropol贸gica, social y cultural del patrimonio; tambi茅n posee una estructura de recursos humanos y econ贸micos a la altura de la magnitud y distribuci贸n territorial de su cuantioso acervo cultural.

En nuestro caso, queda claro que la actualizaci贸n conceptual no ha sido acompa帽ada por otras cuestiones de similar importancia, como son la profunda revisi贸n del marco legal de protecci贸n y la asignaci贸n de recursos para la conservaci贸n. Creemos que el actual momento presenta condiciones por dem谩s favorables para salvar estas viejas asignaturas. Por una parte, la cultura ha merecido su tan ansiado Ministerio; se han producido actualizaciones en la valoraci贸n de los bienes y la comunidad en general cada vez m谩s reconoce a 茅stos como parte de su propia historia. Es decir, elementos materiales e inmateriales, que no es necesario sacralizar y menos a煤n desproteger.

D铆as atr谩s, en un encuentro sobre patrimonio industrial en Bogot谩, un grupo de especialistas de las universidades organizadoras reflexionaba acerca de la cuestionable 鈥減atrimonializaci贸n鈥 del pasado. Entend铆an por tal las declaratorias que sin ton ni son se hab铆an hecho a帽os atr谩s y las contrastaban con la ruinosa realidad que aquejaba hoy al universo declarado. Queda claro que no se trataba de un debate sobre Alois Riegl y su obra. Era simplemente corroborar que las normativas de protecci贸n, por s铆 solas, solo eran una arista de la conservaci贸n y que su misi贸n se relativizaba si no actuaban asociadas a otros instrumentos igual de importantes. Aunque chocante, la iron铆a del t茅rmino reflejaba la cruda realidad: organismos sin instrumentos efectivos protecci贸n, d茅biles ante las presiones de la especulaci贸n, sin autonom铆a de decisi贸n y faltos de recursos para la restauraci贸n. En tal contexto, la condici贸n patrimonial convert铆a al bien en un ente inerte, casi un vegetal, con los d铆as contados.

De la reversi贸n de los males aqu铆 esbozados depender谩 en buena medida que dicho t茅rmino pase de infeliz calificativo a lo que naturalmente significa, una instancia esencial en el reconocimiento, rescate y conformaci贸n de la memoria e identidad de todos nosotros. S铆, la misma de la que tanto hablamos.

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