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Sábado, 6 de septiembre de 2003
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OPINION

Sobre el Luna Park

Por Jorge Tartarini


Actualmente, en distintos ámbitos profesionales e institucionales se cambian opiniones sobre los valores patrimoniales que posee el edificio del Luna Park. Algo de importancia capital para este mítico testimonio, pues, de la forma en que sean evaluados sus valores testimoniales, arquitectónicos, ambientales y de significados, dependerá en buena medida su futuro. Un futuro que puede oscilar entre la renovación y su preservación como patrimonio cultural de la ciudad. Sobre la importancia de este mítico edificio, desearía hacer algunas consideraciones.
La arquitectura, como testimonio vivo, excede en mucho el estricto campo disciplinar, y como parte del patrimonio cultural se interna en terrenos que tienen que ver con el patrimonio etnográfico, con lo identitario y con los significados que adquiere para el imaginario ciudadano. No hay más que repasar los numerosos señalamientos de documentos internacionales sobre la importancia que tienen estas presuntas obras “menores” o “carentes de estética” en el fortalecimiento de las identidades y culturas locales frente a los fenómenos derivados de la globalización. ¿Qué sería de otros testimonios arquitectónicos supuestamente “menores” de la ciudad (bares, confiterías, estaciones intermedias, puentes, clubes) si no se considerase esta visión?
Al examinar sus valores y posibilidades de transformación, no debería soslayarse esta dimensión. Ello permitiría comprender mejor la relevancia que asume para nosotros lograr un necesario equilibrio entre nuestra contemporaneidad y los testimonios de nuestro pasado reciente. Y enfatizo lo de reciente, porque otra falacia radica en descalificar a estas obras por su presunta juventud, cuando en nuestro contexto poseen una importancia capital, si tenemos en cuenta que la mayoría de los paisajes culturales que vemos a diario, dentro y fuera de nuestras ciudades, son obra del hombre en los últimos cien años de historia, poco más, poco menos.
El Luna Park, para quien quiera integrar, reunir e interpretar los signos de la cultura ciudadana en un período de tiempo determinado, será una pieza esencial. Tan importante como lo puede ser el Palacio de Correos, la Bolsa de Comercio o los docks de Puerto Madero. Una comparación que nos remite al valor insustituible que asumen estos signos en la definición de una cultura, en su sentido más amplio.
Pero no todo descansa en el poder de las normas. Primero la conciencia ciudadana sobre la protección activa y luego la formación profesional, son también indispensables. Sobre esta última cuestión algunos colegas deberían tener presente que, como bien señala Graziano Gasparini, el siglo XX ha sido el siglo de las normas y las cartas internacionales, y el siglo XXI debe ser el del diálogo del profesional con el monumento, no un monólogo, presuntuoso y vacío de contenido. Tal vez porque, con frecuencia, se pierde de vista que no somos propietarios del patrimonio que heredamos, sino sólo sus cuidadores, para garantizar su disfrute.
Este diálogo, en el caso de nuestro Luna Park, significa aproximarnos a una comprensión genuina e integral de sus valores. Ni los señalamientos de documentos, repetidos como preceptos bíblicos hasta el cansancio, ni la comparación con demoliciones o recuperaciones de otras latitudes podrán constituir el eje de sustentación de las valoraciones que avalen posibles intervenciones a futuro. Honrar la autenticidad de este testimonio de la cultura popular local merece construir un diálogo en función de sus valores, de su relación de hospitalidad y de su vocación para adaptarse a las necesidades del presente. Algo que difícilmente se logre con vaciamientos compulsivos, ni con criterios congelacionistas a ultranza.

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