La Venus de ébano, Josephine Baker, estuvo en Quilmes en 1929. Asà lo testimonia el libro de visitas de la cervecerÃa fundada por Bemberg en 1890. Poco antes la habÃa visitado el tenor Beniamino Gigli junto a los integrantes de la compañÃa del Teatro Colón (1925). Grandes estrellas, figuras, personalidades, visitaban establecimientos industriales. No era para menos. Entonces la Argentina habÃa pasado del modelo agroexportador a su primer desarrollo industrial significativo, y conocer su industria tenÃa cierto atractivo. Asà lo evidenciaban las visitas de polÃticos, artistas y deportistas consagrados, publicitadas en diarios y revistas. Eran sÃmbolos de progreso, pero también lugares redituables para ambos. Para el visitante y para la visitada. Para esta última, un impulso publicitario que favorecÃa las ventas. Para el personaje, otro peldaño para escalar, permanecer o tan solo no desaparecer del candelero.
En ocasiones la industria salÃa a la calle para ganar potenciales clientes, no ya desde la publicidad en la vÃa pública, sino con promociones en lugares no convencionales. Estamos hablando de lo que pasaba en los años 50 y 60 del siglo XX. Ahora todo aquello puede parecer ingenuo, pero entonces rendÃa sus frutos. CorrÃan los agitados 60 y los hombres de corbatines de la Coca Cola, con jopos engominados y sus yo-yo Rusell (ióió decÃan ellos, en un español rudimentario) iban a los colegios y nos dejaban embobados con sus pruebas (la más fácil era la del ióió dormilón). También era dÃa de fiesta cuando aparecÃan los que regalaban figuritas. No tenÃan el glamour americano de la gaseosa. Eran simples mortales con cajas de cartón repletas de paquetes que entregaban a regañadientes a la salida del cole. Era el primer paso hacia la iniciación (la adicción a romperle la paciencia a los viejos para comprarlas luego) y su anhelada culminación: ir en bici al mayorista de golosinas con el álbum lleno para recibir el premio (casi siempre una pelota de goma).
En aquellos años la industria nacional del juguete no habÃa sucumbido frente al aluvión importador y era común que cuando nos llevaban a los programas de TV, tras los juegos facilongos de rigor (en los programas de Capitán Piluso y El gordo y el flaco), nos regalaran desde triciclos de plástico (la industria plástica estaba en la cresta de la ola y desplazaba a materiales tradicionales) hasta hélices voladoras. Para no hablar del hulahula, esos grandes aros de plástico que agitaban las caderas en maratones musicales interminables.
La industria automotriz de los 60 se parecÃa más a la brasileña de hoy que a su modesta expresión local posterior. Córdoba y Santa Fe se comportaban como emporios industriales que producÃan tractores, vagones y variedad de automóviles. Era emocionante para cualquier niño ir a las concesionarias con sus padres a retirar el auto nuevo. Los nombres de las suspensiones (Twin I Beam), los olores de los plásticos y tapizados y la amabilidad del vendedor, de sonrisa impecable y trato afable, terminaban conquistando al grupo familiar. Aquel olor a nuevo era irresistible. Y lo sigue siendo, a decir del nombre con que un conocido aerosol bautizó a una de sus fragancias más vendidas para automóviles.
El Pop art y el styling norteamericano se metÃa en la estética de las nuevas campañas publicitarias. Atrás habÃan quedado los años de radio. Ahora las industrias de alimentos promocionaban sus productos con Doña Petrona pero desde la pantalla de la TV, en blanco y negro. Lo mismo hacÃan las bodegas de vinos, que veÃan caer su mercado tradicional a manos de las gaseosas y la cerveza. Muchas de ellas habÃan virado su negocio sustituyendo sus vinos añejos por otros masivos de pobre calidad. Le llevó muchos años a la industria vitivinÃcola recuperarse luego de la transformación.
Solo fue un puñado de recuerdos. Cada uno de nosotros podrá tener semejantes o distintos, según su edad y vivencias. En unos y otros el denominador común sigue siendo el mismo: nuestro querido paÃs y sus vaivenes. Por eso, a menudo, antiguos juguetes, alimentos, automóviles, dicen mucho más que el paso de usos, modos y costumbres. También en ellos perviven los vaivenes de nuestra industria, economÃa y sociedad. Y, al igual que en el film de Fellini, cuando los evocamos a uno le queda un sabor mezcla rara de ironÃa, farsa y esperpento.
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