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Sábado, 4 de octubre de 2003
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Una iglesia que renace

El enorme templo de San Patricio en Mercedes, provincia de Buenos Aires, acaba de volver de muchos años de intemperies y maltratos. La restauración es llamativa por la escala y el rigor con que se realizó. El resultado permite ver un gran edificio de valor patrimonial como fue concebido originalmente, y a nuevo.

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La iglesia de Mercedes ahora está iluminada, con sus pisos relucientes, sus superficies perfectas y sus muchas decoraciones renovadas.
La nave vista desde el órgano.
Por Sergio Kiernan

Será por su fama de cabeza dura y enérgico, será porque se le dice milagrero y es probadamente contagioso, pero la mayor iglesia de Sudamérica que lleva su nombre muestra en su historia rasgos muy de San Patricio. El templo nació a principios de 1930 casi de súbito, y entre la piedra fundamental y la consagración pasó apenas un año. Que es exactamente el tiempo que tomó la minuciosa, rigurosa y elegante restauración que acaba de recibir. Y que no es poca cosa: la iglesia del santo irlandés en Mercedes, provincia de Buenos Aires, es grande, de 2500 metros cuadrados, tiene vastas superficies de vitrales y un complejísimo sistema de decoraciones góticas, y estaba en estado calamitoso.
Con setenta años cumplidos, el edificio estaba profundamente deteriorado y en parte vandalizado, con vitrales rotos a pedradas, pináculos caídos o partidos, gárgolas decapitadas y muchas, muchas humedades. El relevamiento del edificio detectó que las patologías eran de mantenimiento: la iglesia mostraba pocas intervenciones destructivas, y ya se sabe que arruinar un edificio patrimonial es más cuestión de invertir mal que de indiferencia. La decisión fue realizar una restauración, revirtiendo los mínimos cambios sufridos en su estructura y funcionamiento, y removiendo instalaciones, como las de iluminación, bastante improvisadas y dañinas a la estructura y la estética del templo.
Fue una sabia decisión. No hay dos iglesias iguales, y las que tienen raíz en una comunidad nacional y cultural suelen funcionar como un texto materializado, un libro de signos y símbolos entendibles. Por ejemplo, el ábside de San Patricio es un santoral íntimo de los irlandeses, con el viejo obispo dueño de casa en su ventanal central –mostrado al momento de expulsar las serpientes de Irlanda, como prueba del poder divino– y flanqueado por Brígida y el muy poco conocido por estas pampas Columkille. Alguien, quizás pagando promesas, donó uno de los vitrales superiores, que desde su remota altura muestra una figura que parece un druida del Señor de los Anillos y resulta ser San Pall.
El grueso del trabajo fue de albañilería, con interminables picados que se aprovecharon para embutir líneas de luz y un discretísimo sistema de aire acondicionado y calefacción. Los muros principales, de 55 centímetros de grosor, recibieron un doble inyectado de cristales de cuarzo en base acuosa contra la humedad. Los cateos permitieron ubicar parches parciales, que fueron removidos junto al 90 por ciento de los motivos ornamentales del exterior, cuyas fijaciones de hierro dulce habían florecido y estaban partidos. Las 18 gárgolas –en cuatro tipos de animal diferentes– habían sufrido mucho y hubo que bajar un ejemplar de cada tipo, restaurarlo y hacer un molde de reconstrucción. Quien se acerque hoy al templo de la esquina de 14 y 21 no notará nada de esto: el edificio luce un homogéneo color crema, fruto de un profundo lavado y un exitoso trabajo de reconstrucción con cementos en el exacto tono.
En el exterior se destacan dos elementos. Primero, la imagen de Patricio, que lucía gris y mustia. Resultó que era de un mármol de especial blancura, tono visible después de una cuidadosa limpieza. El báculo del santo fue reparado y su vistosa voluta dorada a la hoja. Otro tanto ocurrió con la cruz que remata la torre, a 72 metros de altura. El relevamiento demostró que estaba en emergencia: de los 72 milímetros de metal que la sostenían quedaban apenas 35, y era cuestión de tiempo que todo se cayera. La cruz fue removida y mientras se la doraba se demolió el pináculo de dos metros que la sostenía para reemplazar su estructura interna. Un golpe de suerte permitió dejar perfectos los vastos techos del edificio. Varias de sus tejas, negras y belgas, estaban partidas o perdidas, y nadie sabía si podrían ser copiadas. Pero en un vano del desván, bajo las estructuras de hormigón que sostienen el techo, se encontraron varias cajas del revestimiento, guardadas previsoramente hace 72 años. La iglesia ganó un nuevo atrio, mucho más amplio y con rampas para discapacitados, mientras que el perímetro muestra ahora pequeños jardines, rejas recicladas y pilares a nuevo. Los tres portones de acceso fueron reconstruidos, porque sus partes inferiores ya eran irrescatables. La fachada y el exterior del templo regalan ahora la rara experiencia de verlos como el día de su inauguración, sin más cambios que una buena iluminación exterior, primera fase de un sistema que irá “subiendo” hacia las torres y los techos.
En el interior los cambios también fueron notables. Primeramente, el altar, una pieza gótica de gran escala y muy bella, fue cuidadosamente limpiado. Se reemplazó la mesa que lo precede, un mueble voluminoso y agregado tardíamente que tapaba el altar, y se instaló una de diseño “transparente”, seca y poco obstrusiva, que permite una vista global del ábside mayor. Las superficies interiores, lavadas y restauradas a su luminoso tono original, permiten apreciar el espacio coronado por vitrales y más vitrales. Los motivos ornamentales lucen a nuevo, las naves laterales recibieron líneas de iluminación, y las columnas interiores recibieron un trabajo de restauración detallado. Sus bases son lo único pintado en el edificio: iban a ser revestidas con mármoles, pero el barco que traía las piezas se hundió en altamar. A un lado del altar, se revirtió el único cambio de circulación que había sufrido el templo y se reabrió el acceso a un ámbito que por muchos años fue depósito y hoy es capilla de diario.
El domingo pasado se volvió a consagrar San Patricio en Mercedes, un monumento patrimonial que fue tratado, por una vez en la vida, con el rigor que corresponde.

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