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Sábado, 27 de mayo de 2006
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nota de tapa

Entre tapas

Parece que será un buen año en materia de libros. Las novedades de Taschen incluyen la obra completa de Ando en un librazo espectacular, los dos primeros volúmenes de la serie de arquitecturas contemporáneas por países y el anuncio de una masiva antología de la famosa Domus.

Por Sergio Kiernan
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El notable libro que reúne la obra completa de Tadao Ando, impresionante por su tamaño y su calidad (abajo, el objeto, a la izquierda tomas de una obra suya en madera; en la tapa, una de sus bibliotecas). Los lanzamientos de Taschen se completan con los dos primeros volúmenes de la serie de arquitecturas contemporáneas por países, dedicados a Holanda y Gran Bretaña. Las tres obras son trilingües, en castellano, italiano y portugués.

La editorial Taschen lleva un cuarto de siglo editando libros visuales. Lo hizo desde lo portátil y voluminoso, como sus pequeños libros-catálogos de fotografía erótica, sioux y artística, hasta los muy publicitados mega-libros, tan enormes que vienen con mesa propia. Taschen se dedicó gradualmente al libro de arte de todo formato y precio, y a reeditar joyas históricas de ciencias naturales y viajes. Y como quien no quiere la cosa, se transformó en una formidable editorial de arquitectura, con una capacidad notable para producir obras definitorias.

Este año, hay varios lanzamientos destacables de esta casa originalmente alemana pero ya hace rato multilingüe y multinacional. Uno, que se prepara, es la edición cuasi completa de la revista Domus, una masiva antología en varios tomos preparada por sus propios editores. Otros son los que se comentan aquí recién llegados a Argentina: dos tomos de la serie de arquitecturas contemporáneas, y el enorme, lujoso, pesado e impresionante librazo –libraco, librote– que reúne la obra completa del japonés Tadao Ando.

Ando nació en Osaka en 1941 y es un autodidacta muy viajado, que se interesó en el tema cuando a los quince años se encontró viviendo en una casa en obra. Cuenta el arquitecto que se hizo amigo de los carpinteros que trabajaban allí, que le mostraron su trabajo, herramientas y técnicas, y que poco después se encontró en una librería de viejo un libro sobre Le Corbusier. El joven Tadao se puso a copiar edificios y diseños en su cuaderno, y todavía reconoce estas tempranas influencias en sus formas y en su cariño por la madera como material. Lo que es inconfundible, en sus espacios internos, es su esencia japonesa: su minimalismo implica el despojamiento interior que lleva largos siglos en su isla.

Quien recorra este impresionante libro de casi 500 páginas, con texto en castellano, portugués e italiano, tan grande y pesado que viene en un portafolios de cartón reforzado, podrá detectar varias manías de Ando. Una es su gusto por los espacios subterráneos, los edificios que parecen entrar y salir de la tierra y crean en las laderas japonesas efectos desconcertantes, de apariciones y desapariciones. Otra es su constante uso del agua en superficies reflectantes y como paños de luminosidad. Una tercera es la poética aparición de la madera, trabajada con seguridad y fantasía en contrapunto con el hormigón, que es su materia base. Y, quizá la más importante, es su paciente y pensado uso de la luz, más que notable en las muchas estructuras circulares que puntúan sus creaciones.

Una sorpresa de Ando es su maestría en la creación de espacios verticales. Una suerte de ensayo fue el atelier que se construyó en un lote de 115 metros en una tranquila calle de barrio en Osaka. Bastante ceñudo y seco por fuera, por dentro resulta un sorprendente lugar puramente vertical, con una serie de balcones decrecientes, una gran lucarna, una pared lisa y la otra complejizada por bibliotecas abarrotadas que toman la altura completa del edificio en niveles diferentes.

Años después, Ando usó la misma idea para crear la notable biblioteca que ilustra nuestra tapa, en el museo dedicado al escritor Shiba Ryotaro. El museo es básicamente la casa del novelista, muy querido en Japón, más un edificio de 997 metros cuadrados, casi todo subterráneo, cuyo centro es la biblioteca, una exhibición de los papeles, originales e interminables ediciones de la obra del homenajeado. Este ámbito tiene una verticalidad gloriosa, un aspecto muy superior a su tamaño real y una clara afinidad con los grabados fantásticos de Piranesi que Ando estudió en detalle.

Ando construyó varios museos exurbanos, rodeados de verde y con espacios de agua, donde se da el gusto de crear circulaciones topográficas, plazas semienterradas –es notable la del museo histórico Sayamaike–, rampas dramáticas y espejos de agua que culminan en cascadas perfectamente verticales. La monocromía del hormigón es cortada con juegos solares, verde y algunas veces con texturas de piedra, sin perder el efecto seco,mínimo. Esta tendencia llega tal vez al extremo en sus templos y en el “espacio de meditación” creado para la Unesco, lugares casi abstractos en su despojamiento extremo.

Es curioso que el mismo arquitecto sea un creador tan regular de jardines aéreos, a veces laberínticos y barrocos en su complejidad, en los techos de sus complejos de vivienda o en las superficies de las laderas excavadas para asentar parte de sus predios públicos. Es particularmente notable el de Awaji-Yumebutai, una ladera de 100 hectáreas en Higashiura que fue excavada sin piedad para crear una isla artificial cercana, parte del aeropuerto local. El desnudo y muerto lugar es escenario del “yumabutai”, “lugar de sueños” que aloja un jardín botánico, un teatro al aire libre, un hotel, un centro de convenciones. Es la obra más extensa de Ando y parte de su razón de ser fue reconstruir la naturaleza local: el jardín mayor parece una cascada vegetal y no hubiera extrañado al Rey Sol.

Contemporáneos

En las mismas lenguas y con el mismo autor, Phillip Jodidio, los dos tomos de la serie de recorridas arquitectónicas por países son una puesta al día en la última producción de Holanda y Gran Bretaña. Los holandeses, se sabe, tienen un gusto peculiar por las vanguardias y, si cabe, por los espacios de lo más zarpados. Por ejemplo, la municipalidad de Alphen Aan Den Rijn (sí, todo eso), diseñada por Erick van Egeraat y que parece para todos los efectos prácticos la próxima nave espacial de Stephen Spielberg. No menos espacialista es la boutique Shoebaloo de Amsterdam, del colombiano Roberto Meyer y el holandés Jeroen Van Schooten, un espacio blanco de superficies curvas y claramente inspirado en el imaginario de la ciencia ficción.

Este tipo de arquitecturas, parecen plantear los holandeses, fuerza a nuevas formas de vida. En el hotel Lloyd de Amsterdam, el estudio MVRDV destruyó por completo el interior de un edificio de principios del siglo 20 en estilo tradicional y lo reemplazó por un alegre caos de superficies y texturas que va de lo original a lo grasa-chic –¿venecitas doradas?–, con estaciones en ámbitos como una habitación que consta de cama, lavabo y ducha, todo en el mismo ambiente y sin la menor separación.

En este libro también están los edificios casi acuáticos de Neutelings y Riedjik, edificios públicos y comerciales de OMA/REM Koolhaas, y las muy inesperadas texturas rústicas de Search, especialmente en una extensión de una granja histórica.

El tomo dedicado a la arquitectura actual en Gran Bretaña deja la sospecha de que los holandeses están ganando por puntos. Aunque contiene nombres celebérrimos como el de Norman Foster y Zaha Hadid, el sabor final es el de cierta desorientación y una poco británica voluntad de llamar la atención, de buscar el shock y el elogio fácil. La casa mariposa de Laurie Chetwood es una intimación al caos de ideas, los Idea Stores de David Adjaye orillan el mal gusto, las “esculturas” de William Alsop invitan al silencio piadoso y el centro de conciertos de la BBC de FOA es indistinguible de una tostadora de los años sesenta, de las que le gustaba exhibir a Glusberg. El estudio Gormley diseñado por David Chipperfield salva el honor nacional con su economía de recursos y por la creatividad de Edward Cullinan, inventor del gridshell para el museo de edificios históricos Weald and Downland, un sistema de cobertura flexible en madera que permitió crear uno de los depósitos más bonitos ya vistos.

Una originalidad de este volumen es que incluye el Proyecto Edén, la serie de cúpulas geodésicas que resultan en el experimento ecológico más grande del mundo y que también tuvieron un arquitecto, Nicholas Grimshaw. Es curioso que este complejo, que tiene sus hectáreas de superficie, no haya sido antes visto así, como un edificio

Los lanzamientos de Taschen pueden verse en www.taschen.com.


Una historia del ladrillo

El libro de James Campbell y Will Pryce no podría ser más diferente a los editados por Taschen si lo hubieran planeado a propósito. Ladrillo: Historia Universal es un canto de amor al elemento constructivo más básico y más extendido, tan ubicuo que uno ni siquiera se para a pensar cómo puede ser que civilizaciones aisladas entre sí hayan dado con el mismo recurso. De hecho, la lectura de Ladrillo... deja ciertas inquietudes, como el casi perfecto paralelismo entre ladrillería y alfabetismo: las civilizaciones que no inventaron una escritura propia no sólo no entraron en la Historia sino que tampoco descubrieron el ladrillo. ¿Qué diría José Pablo Feinmann?

La historia que cuentan Campbell y Pryce –y edita Blume– es una milenaria, ya que el modesto ladrillo fue prácticamente la primera tecnología constructiva desde que salimos del palo y el adobe. También es masiva, ya que la muralla china, el edificio Chrysler de Nueva York y los 2 mil kilómetros de alcantarillado victoriano en Londres, todos fueron construidos con ladrillos. Y también es asombrosa, ya que en este libro hay edificios que llevan 3 mil años al aire libre, como la tumba sasaminida que sigue lo más campante en Bujara, sin mayores problemas estructurales o de desgaste.

La historia comienza hacia el año 10.000 a.C., cuando se producen los ladrillos de adobe más antiguos que se hayan encontrado, por supuesto en Medio Oriente. En lo que hoy es Irak se inventó el premoldeado, el ladrillo paralelepípedo de bordes lisos y ángulos rectos, hace 7 mil años. Y en el 3500 a.C. vino el gran salto tecnológico, cuando a algún genio no cantado se le ocurre el ladrillo cocido, primer material artificial que tiene la resistencia y dureza de una piedra. Fue con este tipo de ladrillo que se montaron las grandes piezas de ingeniería romana, además de miles de edificios que siguen ahí todavía y en su momento soportaron masivas decoraciones de piedra. La perfección técnica se logra en Bizancio, donde se construye la catedral de Hagia Sofía, con sus inmensas cúpulas todavía en pie, y en China, donde el nivel de producción llega a ser tan masivo que se logra crear en pocos años la gran muralla, el edificio más largo del mundo.

Una de las sorpresas de este libro es ver que la costumbre de grabar marcas en los ladrillos arrancó con su fabricación. Aquí se ven ladrillos con marcas cuneiformes, latinas y arábigas, chinas, indias y japonesas, encontrados en yacimientos arqueológicos o en cateos a edificios con muchos siglos encima.

Ladrillo... funciona además como una breve historia de la arquitectura, ya que resulta un catálogo de estilos y técnicas conexas. Aquí hay templos y pagodas, circos y foros, palacios y murallas, zigurats e iglesias, castillos y mezquitas, tumbas y comercios, torres y sótanos. Hay capítulos sobre cada locus del ladrillo, con partes especiales sobre los campeones, como Italia siempre, Francia en la Edad Media e Inglaterra en la era isabelina. También hay discusiones sobre el misterio de la reaparición del ladrillo en el Norte europeo: esa técnica desaparece con la caída del Imperio Romano y reaparece como por arte de magia unos siglos después, con personalidad propia. En esta recorrida aparecen edificios casi desconocidos, como el castillo de los caballeros teutónicos en Malbork, Polonia, una inmensidad de ladrillos construida casi completamente hace 700 años, tan grande que contiene un pueblo y una catedral de fuste.

El ladrillo permitió en la Edad Media construir con presupuestos posibles y esfuerzos tecnológicos razonables estructuras monumentales como la poco conocida catedral de Santa Cecilia en Albi, Francia, una curiosa iglesia que dobla como fortaleza. Es un edificio severo y perfectamente defendible, en un gótico militar muy peculiar.Poca gente logró tanta belleza en el uso de la hilera como los árabes y los ingleses. Los mausoleos y las mezquitas árabes muestran una habilidad y una imaginación en el uso del entramado, y los tonos de ladrillos de tierras distintas, difícil de empardar. Lo mismo ocurre con la terracota inglesa del siglo XVI, con sus chimeneas de torsión y sus cambios de hilera para marcar pianos nobile y subrayar horizontalidades.

El final del libro tiene paradas especiales para los victorianos, los modernistas catalanes –Gaudí en especial–, los arts and crafts inventores de aparejos peculiares y la arquitectura contemporánea. Hay sorpresas, especialmente inglesas y holandesas, y varias firmas modernas en edificios que respiran la calidez de su material protagónico.

Ladrillo: Historia Universal, de James W.P. Campbell y Will Pryce, editorial Blume, 320 páginas, edición española de Brick, a World History, publicado por Thames and Hudson, Londres. www.blume.net

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