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Sábado, 6 de septiembre de 2003
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La “gauche divine”

Por Mario Vargas Llosa

En la década de los setentas viví unos cinco años en Barcelona, época que recuerdo siempre con nostalgia y cariño. Allí leí, aprendí, escribí mucho, conocí a innumerables personas interesantes e hice amistades que resultaron indestructibles. Lo único que no hice en esos años fue compartir los ritos, los excesos y poses de lo que –con envidia, odio, celos, admiración y reprobación– se conocía entonces como la “gauche divine”. ¿Quiénes la conformaban? Una difusa maraña de escritores, pintores, arquitectos, editores, cantantes, cineastas, publicistas, fotógrafos y conspiradores varios, generalmente de alto nivel social. ¿Qué hacían? Varias revoluciones al mismo tiempo, incompatibles entre sí: el socialismo, la anarquía, el desarreglo de los sentidos, el experimento formal, la revolución cultural, el libertinaje y el éxito. Para mí, la gauche divine se encarnaba en Oscar Tusquets. Aunque no lo veía, cuando lo veía yo la pasaba muy bien. Su enorme cabellera desconcertaba a las señoras y sus infaltables mocasines congeniaban muy bien con el desenfado de sus opiniones, su frenesí, sus humos y su espíritu de contradicción. Hacía el payaso en las noches, pero en el día trabajaba como un burro. Según nuestro común amigo Ricardo Muñoz Suay, ver bailar a Oscar era un espectáculo fuera de serie, que tenía algo de aquelarre, danza sioux y trance místico. Yo nunca lo vi, pues la única noche que fui al Bocaccio, uno de los cuarteles de la gauche divine, él no estaba allí. Aunque había mucho de frivolidad, de juego peligroso de niños bien, en la gauche divine, detrás de sus disfuerzos y desplantes latía un anhelo generoso. El de un mundo distinto y mejor, más libre por supuesto que aquel que se vivía bajo la dictadura, pero también más culto, más espontáneo, con menos prejuicios y estupidez, sin orejeras y sin burócratas, en el que la justicia no estuviera reñida con al estridencia, la disidencia, la fantasía, y donde las excepciones fueran tan importantes como las reglas en todos los campos: el arte, la economía, la política, la moral. De todos los amigos de entonces que de algún modo tuvieron que ver con la gauche divine, Oscar, ahora tan trabajador, tan exitoso en su profesión, tan formal, sigue encarnando para mí aquel lejano espíritu, debilitado o extingo en casi todos los demás. De una manera que es imposible no admirar, ha conseguido hacer de su vida y de su obra una alianza de contrarios integrado y disidente, tradicionalista y rupturista, y, siempre, inesperado, elegante, innovador y, sobre todo, libre. Es uno de los pocos que envejecen bien.

De la “Enciclopedia Oscar Tusquets”.

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