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Jueves, 6 de enero de 2005
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Nunca más

Por Eduardo Fabregat
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No.

La palabra que identifica a este suplemento desde hace casi trece años tiene hoy un peso, una determinación, inéditos.
Hay casi 200 chicos y chicas muertos, centenares que sufrirán consecuencias por siempre, familias destrozadas.
Esta herida no puede cerrar.

El show no puede seguir. No así.

Omar Chabán, el Gobierno de la Ciudad, los bomberos, los propietarios de locales, los managers, los promotores, los músicos, el público, los periodistas. Todos somos responsables, todos fuimos irresponsables.

El sueño se terminó, y no hay lugar para la inocencia, real o fingida.

Culpable Chabán y todos los “empresarios” que se cagan en todo, que revientan sus locales y que los pibes se jodan, que cierran las puertas de seguridad, que lucran con las vidas jóvenes.

Culpables los burócratas de siempre, histeriqueando para la tribuna, incapaces de controlar los atentados de cada noche en centenares de boliches.

Culpables los managers, promotores, productores que siguen montando shows donde saben que todo está en riesgo.
Culpables los músicos, extasiados por el espectáculo de la masa, sus bengalas y sus banderas, alimentando su ego y alimentando el mito de que el show es arriba y abajo del escenario.

Culpables los periodistas, que llenamos páginas de notas de color, entramos en el juego de éste es mejor que aquél, nos sacamos los ojos por la primicia, sufrimos las mismas condiciones inhumanas para trabajar en un concierto y nunca, nunca, dijimos las cosas que había que decir.

Culpable el público por subirse al caballo desbocado de “la fiesta”, por creer que su bengala hace mejor el show, por no sacar a patadas al idiota que prende la candela en un lugar cerrado, por ingresar a Obras para ver a Callejeros escondiendo pirotecnia en los pañales del bebé que traen en brazos.

Nadie es inocente. Nadie puede lavarse las manos y pretender que no entró en el juego.

Quizá por eso, al primer llamado del No, quienes participan en esta edición especial abrieron la cabeza y el corazón para reflexionar, para dar ideas, para pensar el futuro, para homenajear a las víctimas que se fueron y a las que siguen entre nosotros. Un llamado trajo a otro, y se corrió la bola, y pronto la redacción fue atestada por las palabras de músicos, productores, managers, gente en carne viva queriendo aportar algo, decidida a cambiar el juego de una vez y para siempre.

Ahora vendrán los oportunistas, los Blumberg (¿Blumberg ofreciendo su solidaridad? ¿Blumberg, el que quiere meter presos a chicos de la misma edad que los que murieron en Cromañón?), los fachos y los troskos queriendo llevar agua a su molino con el disfraz de la conciencia social, los funcionarios preocupados y las frases de ocasión. Pero sólo el rock podrá encontrar las respuestas y el remedio a su peor tragedia, su hora más nefasta. Las muertes de República Cromañón son el final de una era, son el freno a nuestra soberbia, nuestro cinismo, nuestra ciega creencia de que nada podrá pasarnos porque somos vivos, argentinos que arreglan todo con alambre, ventajean en la cola, se cagan en las más mínimas reglas de convivencia y supervivencia, pisan al que está al lado porque sí, porque se puede, por la oportunidad.

La fiesta se convirtió en muerte. El show no puede seguir.
Nada va a traer de vuelta a esos chicas, esas chicas, esos bebés, este sacrificio inmundo en el altar de nuestra estupidez colectiva. En nombre de ellos, hoy y para siempre, tendremos que aprender la lección, y que nos duela en la carne lo suficiente para no olvidar.

No.

Nunca más.

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