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Jueves, 10 de noviembre de 2005
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LOS RECITALES DEL INDIO ERAN UN VIAJE

Esos bondis a Finisterre

En los últimos años, los Redondos se alejaron de la Capital para tocar en pueblos pequeños. Y hacia allá viajaban los ricoteros. Antes de la vuelta solista del Indio, un anecdotario sobre costumbres que parecían perdidas.

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Por Mario Yannoulas

Con esto de que el Indio toca en La Plata después de cuatro años de reclusión, su cara de estampita decora otra vez las tapas de las revistas del palo, florecen las remeras, chillan los estéreos y demás cotidianidades que sacan a flote el espíritu de Patricio Rey. Ese que rebota entre tantas almas incondicionales, esas que serían capaces de cruzar el océano a nado para ver a una de las bandas más grandes del rock argentino. Y si bien hoy la cúpula está disgregada, siempre viene bien recordar historias de viajes, de largas epopeyas ruteras y caravanas interminables que hicieron de los Redondos la leyenda que aún sigue viva. Así que si alguno todavía no sabe cómo va a llegar a La Plata, Ignacio, Walter, Julián y Santiago tienen historias de carretera, de shows inolvidables y de agite, como para ir imaginándoselo.

Tras las presentaciones de Huracán en 1994 y una crecida de popularidad casi imparable, los Redondos habían decidido interrumpir sus recitales en la caótica Capital y a muchos no les quedó otra que movilizarse para verlos. Se hacía difícil viajar si uno todavía pasaba sus días en un aula de secundario y debía explicarles a sus viejos que las ganas eran más fuertes que cualquier bardo televisado. Desde Olavarría o Villa María, el rojo furioso de Crónica TV proclamaba malas noticias mientras Julián trataba de despejarlas de la pantalla, como para no sembrar en casa la mala imagen que los medios se empeñaban en formar.

“En el ‘97 fui con un amigo a Córdoba. Hicimos casi todo el camino a dedo porque no teníamos mucha guita”, recuerda Walter, hombre de largas caravanas que en su debut encontró un ambiente bucólico y etílico. “Era un verdadero campamento ricotero, estaba todo el mundo en carpa y el pasto lleno de botellas de cerveza y cajas de vino.” En ese mismo año, Ignacio fue a la cancha de Colón, en Santa Fe. Por el calor pasó la tarde comiendo chori y tomando sangría en una plaza inundada que usaban como pileta.

En agosto del mismo ‘97, año clave en la historia redonda, el intendente de Olavarría, Helios Eseverri, prohibió dos fechas y generó así la única conferencia de prensa en la vida del grupo mientras las bandas, afuera, esperaban en vano que la prohibición se levantara. Se hacía cada vez más difícil luchar contra la corriente, si hasta la Casa Rosada era anti-rock. ¿Se acuerdan de cuando los Guns’N’Roses eran forajidos?

Un clásico de los rituales ricoteros siempre fueron los micros, pequeñas comunidades rodantes de agite permanente que siempre sufrían algún traspié en el camino. En una de sus tantas odiseas, Walter tomó uno que recalentaba. “Cuando salió a la ruta tuvimos que parar tres veces para que se enfriara. Igual siempre íbamos agitando mal, golpeando el techo, saltando, con las banderas colgadas a los costados”, pincela.

Pocos duelos llevaron tantos años en pie como el que levantaron las bandas redondas contra “la gorra”. Era un condimento extra que solía caer mal, pero que los fieles preferían soportar y en el que todos coinciden: era un choque de prejuicios. “Pensaban que éramos todos primitivos y reprimían de entrada”, narra Ignacio. “Quedó todo tenso desde lo de Bulacio, y encima estaban los que iban sólo a hacer bardo”, explica Walter. En Mar Del Plata, en 1999, muchos quedaron fuera del Patinódromo heridos de palos y balas de goma, con su entrada en mano.

¿Cómo explicar que a pesar de la falta de plata, de las largas distancias, la violencia y tantos otros contratiempos, las entradas para el Indio escaseen? ¿Cómo entender que para muchos “desangelados” esos viajes eran un modo de vida? Tarea difícil. Para Santiago, el fenómeno no se comparaba con nada en el mundo. “Eso es lo que te llevaba a viajar, el saber que nunca te ibas a quedar dormido.” “Era salir de la cancha pensando cuándo sería el próximo”, agrega Ignacio y Walter sella: “Te ponía la piel de gallina ver a toda esa gente re loca por una banda, era algo inexplicable, y muchos no lo entendieron”.

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