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Jueves, 23 de mayo de 2002
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Convivir con virus

Por Marta Dillon
Tengo en mis manos una confesión. Un alma desnuda que llega por carta en busca de consuelo. “Me gusta chupar la pija, esa es una mis habilidades mejor reconocidas. Siempre llevo a cabo mi tarea recibiendo después múltiples halagos”, dice la misiva. “Por eso, cuando Daniel se resistió a mis bien ponderados lengüetazos me desconcerté. Creía que tal vez quería demorar el placer de dedicarse a otros juegos, pero no.” No. Daniel levantó a Rebeca hasta la altura de su nariz, la besó profundamente, con la intensidad de quien tiene algo importante para decir después y descerrajó su pregunta: “¿Por qué me tenés tanta confianza?” Ella apenas tuvo tiempo de pensar a qué se refería: “¿Cómo sabés que no tengo sida?”. –Jamás dije que no lo tuvieras –dijo ella–, pero no entiendo que tiene que ver con que te la chupe.
–¿No sabés que te podés contagiar? –dijo él con la suficiencia de quien está seguro de hacer lo correcto, frescas en su memoria las reglas oficiales del sexo seguro.
Rebeca intentó una explicación con sus palabras, apelando al tradicional sentido común. Le dijo que había una posibilidad en dos millones de que ella pudiera contagiarse, que desde que se conoce la infección por vih, en el mundo apenas se cuentan una docena de contagios por esa vía. Pero Daniel había escuchado lo que escuchó de un médico, una garganta ilustrada. Rebeca no se rindió, retrucó apuntando que aun los médicos tienen ideología y que no hay inocencia en los consejos alarmistas. Daniel no aflojó: “Después de después y no habiendo hecho eso pero sí otras cosas, porque en materia de sexo siempre hay alguna otra cosa, él me preguntó qué era lo que más me gustaba. Y yo le dije: ¿vos querés saber qué es lo que más me gusta? Es algo que nunca me vas a hacer porque te da mucho miedo. ¿Y a vos?
–Supongo que lo mismo –contestó”.
La carta de Rebeca es un pedido de auxilio. Todo lo que puedo decirte, querida amiga, lo he leído en el extranjero y pongo a disposición ese material. Sí, es verdad, hay una posibilidad en dos millones de contagiarse por tener sexo oral. Hay más chances de que un avión se caiga o te estrelles en la ruta que de infectarse con vih de los genitales a la boca y viceversa. Pero si alguien teme subirse a los aviones, siempre habrá algún psicólogo dispuesto a curarlo. ¿Por qué no habrá tratamiento para el miedo a las chupadas? ¿Por qué insisten en atemorizarnos? “Nuestra obligación es decir lo que sucede, Después cada uno se cuida como quiere”, me dijo la doctora. Pero ella no dice toda la verdad. Al menos nadie se toma el trabajo de ponerla al alcance de todos, situarla en su contexto, qué sé yo, dar ejemplos claros Pero bueno, querida Rebeca, nos queda el aliento de tanta gente que sabe reconocer tus habilidades y la esperanza de que un día se haga justicia con el sexo oral.

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