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Jueves, 30 de agosto de 2007
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ENTREVISTA CON LOS PIOJOS

“Nos quieren convertir en animales consumistas”

Un show sorpresa en avenida Corrientes. La presentación del flamante Civilización. El recital en Mar del Plata, reflotando las banderas del aguante. Postales de esta nueva versión de la banda de Andrés Ciro, que deambula entre la libertad y la concesión, la política y el amor, el vértigo y la madurez, la civilización y la barbarie. “El rock es la voz de millones de personas”, dice Ciro.

Por Mario Yannoulas y Cristian Vitale

En la quinta de Paso del Rey proliferan el verde, el celeste y la paz. Por el fondo, cerca de la cancha de tenis, hay un hombre caminando. Desde lejos se ve que es muy alto, algo panzón y que tiene lentes matasoles. “Allá está, llegó”, confirma el casero polifuncional. Andrés Ciro va y viene por el parque inmenso, cuyo límite con el más allá del barrio es una hilera de árboles intrepables. Una especie de cobijo natural, que protege al piojo mayor del murmullo del vecindario. Su celular ultramoderno, lleno de ruiditos y lucecitas, parece una extensión de su mano y son pocos los lapsos en los que para de hablar o mandar mensajes, cosas de padre: tiene una nena de 7 y otra de 11. Pero también de tipo ubicado en tiempo y espacio, parado con postura firme frente al run-run que provocan ciertos hábitos en este rock and roll que duda entre el confort y la rebeldía. “Si una multinacional le paga una gira a Pappo con el mejor sonido y le permite traer un bajista yanqui que lo acompañe, me parece maravilloso, no creo que pierda su esencia (Ciro piensa al Carpo en tiempo presente). No hablamos de una fábrica de armas sino de una empresa que produce celulares, que todo el mundo tiene. El celular es maravilloso, más allá del negocio que es para las empresas. Yo tengo hijas, y si quiero puedo llamarlas para saber dónde o cómo están, vivo llegando tarde a los lugares y puedo avisar. Y eso que renegaba antes de comprarme el primero, hace más o menos diez años. Ahora cuesta imaginarse la vida sin celulares”, resuelve, como un dos aguerrido despejando una pelota fácil, pero llovida.

Imagen: Cecilia Salas

Ciro está solitario y reflexivo esta tarde. Es miércoles –día de reunión colectiva– y los demás, recién llegados de Mar del Plata, están “bajando” la adrenalina. Los shows en el Polideportivo –presentación oficial del flamante Civilización– habían sido calientes y nerviosos (ver aparte), por lo tanto hacían falta calidez, confraternidad y charlas de entrecasa. Piti, el primero en llegar, sufre a medias los últimos minutos de Noruega–Argentina. Apenas grita el gol de Messi y no le sorprende el 1-2 en contra. “Estamos para atrás, eh”, macayea y se desentiende.

Después llegan, casi juntos, Sebastián Cardero y Micky. Ambos con una sonrisa reluciente, de “objetivo cumplido”. Pero se habla poco de Mar del Plata: el bajista prepara el ambiente para la partida de tenis y se va a poner los cortos. Sebastián habla de Oscar Moro y los que llegan último –Tavo, el Changuito Farías Gómez y Chucky De Ipola– toman por asalto el pool... un pasatiempo ideal, casi adictivo. Todo esto, mientras Ciro hace los últimos llamados. A Ciro le interesa hablar de ideales, y de cómo sopesar militancia y negocio, dicotomía inevitable y recurrente para una banda de rock and roll que llena estadios. “Hace años que usamos sponsors para ir al interior, somos veinte personas en un camión, aparte de los equipos y cuestiones escenográficas, el alquiler, más gente de seguridad. Es imposible llevar un buen show de otra manera, y no podés arrancarle la cabeza a la gente cobrándole cien pesos la entrada”, informa.

–¿Cómo resuelven el límite entre la libertad y la concesión?

–Cuando arrancamos nos propusieron ir a programas de televisión, y dijimos que no. Nos ofrecieron 70 mil dólares por tocar dos temas haciendo playback, cerrando La movida del verano, y nos negamos. Está en vos ver qué hacés con eso, si aceptás o no, o si ponés condiciones. Siempre que vino una multinacional para firmar un contrato nosotros dijimos “así, no”, no dijimos “no, jamás”. Si viene Quilmes y nos dice: “Esta es la propuesta, hagan lo que quieran”, lo analizamos. Vos manejás el límite. Pasa lo mismo cuando las bandas firman con una multinacional. ¿Qué importa si es Samsung o es BMG, si es Nokia o es Sony? El hecho de que las empresas estén poniendo plata en el rock introduce un nuevo acertijo para los músicos, que me parece bueno que exista. Además, si vos ahí estás firmando para vender tantos discos, y que si no los vendés tenés que ir al programa de televisión infantil a tocar, estás entregando el orto igual, o peor. Hay que ser coherente ciento por ciento. A mí me gusta andar en un buen auto, tomar un buen vino. No voy a andar en un auto hecho mierda para que me digan “uy, qué grosso”, porque estaría mintiendo.

–La presentación de Civilización recorriendo la avenida Corrientes fue un shock de atención importante. ¿A quién se le ocurrió?

–A mí. Me vino la imagen de lo que habían hecho los Stones en Nueva York hace mucho. Algunos se enteraron de una manera indirecta, quizá por el lado del camión, pero yo solamente les comenté a algunos parientes muy cercanos, porque ésa era la idea. Si no, hubiese sido bastante complicado, sobre todo viendo cómo fue al final. Ya no sé cuánta gente había ahí. Ibamos a hacer un tema más, pero por suerte decidimos cortarlo antes e irnos sin saludar. Cuando nos tuvimos que ir fue difícil.

–¿Cuál fue el objetivo, además de lograr un impacto mediático distinto?

–Darse el gusto de tocar de un modo que tiene que ver con la esencia del rock. La esencia del rock está en la calle. Es maravilloso hacerle pasar un día distinto a una persona a través del arte, con algo que la saque de la monótona vida cotidiana. Ver a los mozos saliendo de los bares, los motoqueros, fue emocionante.

–¿Te sorprendió alguna secuencia?

–Ver personas saltando en cueros en balcones que parecían ser de oficinas, o gente de traje corriendo por el medio de Diagonal Norte, ver el sol detrás del Obelisco y estar tocando Tan solo con la armónica, verme yendo por el medio de Corrientes con la gente mirándonos y copándose. Recordar las miles de veces que caminé por ahí recorriendo librerías, disquerías, pizzerías. Es la parte del centro que más curtí y fue fuerte estar ocupando ese lugar.

Los muchachos de la JP Evita también saben dónde golpear. En el paredón que divide la quinta de su afuera, estamparon con aerosol rabioso un graffiti de trinchera: “Malvinas, volveremos”, es el que más llama la atención, entre los piropos de ellas, las fanáticas, y las repetidas asociaciones entre fútbol y rock, los fanáticos. Es verosímil creer que a ningún piojo le moleste cargar con las consignas nacionalistas de los evitistas. A Ciro, pese a su presente moderado, por haber puesto a Jauretche en escena. Tampoco a Piti, que renovó el argentinismo de la banda en Cruces y flores (“Tengo flores en el jardín / a mí me gusta mi país / Cruces y flores en el jardín / a mí me duele mi país”).

Ciro se incorpora –por momentos parece naufragar en ese sofá–, lo ratifica, y se dispara hacia sus días de estudiante. “Creo que soy socialista y nacionalista. No nacional socialista (se sonríe). Creo que el verdadero nacionalista debe ser socialista. Y no creo en la izquierda en el sentido pajero: mi primera experiencia política fue en el centro de estudiantes, estaba en la movida de hacer que volviera el centro después de la dictadura. Era una lucha conseguir que el colegio nos diera un espacio, y estaban estos pibes del PC que querían poner una comisión que hablara de la invasión norteamericana a Panamá, mientras el techo del gimnasio goteaba por todos lados. No lográs nada con eso, son todas iniciativas que hablan de una ineptitud. Son los mismos que ves que andan todo el día por los pasillos, y pensás: ‘¿Cuándo estudia este pibe?’. Supongo que hasta conseguirán acomodos en notas de exámenes. Creo que ese es el momento en el que el político ya se despega de la vida social, de la gente normal, para empezar a meterse en las transas y buscar sumar poder, a ser ‘clase política’.”

–¿Cuándo creés que empezó a ser así?

–No sé si alguna vez fue de otro modo. Los indios transaban con Rosas porque les daba entradas para el partido del domingo. Acá está la cultura de tener las cosas sin laburar, por izquierda, entonces uno parece un boludo porque se rompe el culo; a mí me va bien, pero mucho menos bien que a otros que no hacen nada, sólo conexiones... nada productivo. Son parásitos de los que laburamos.

–¿Qué es lo productivo del rock?

–Ya desde lo contable, produce trabajo para muchísima gente. Pero por lo pronto es la expresión de un pueblo, la voz de millones de personas: del que escribe las letras en una carpeta, o en una pared, o del que nos manda una carta.

–En el disco, la palabra “civilización” aparece con una connotación negativa. La idea de progreso se desvanece. Al final, ¿la civilización es mejor que qué?

–Hay un discurso que apunta al dominio de la mente de la gente, a hacer de nosotros el animal consumista. Está en la búsqueda de cada uno despegar de eso. Y no sé si históricamente el hombre fue más libre o más feliz que ahora. Ahora uno puede vivir ochenta años, pero no sé si a lo largo de ese tiempo siempre se siente la libertad o la dicha que sentía un romano, o un persa. Hay gente que quiere tener 650 guitarras y dos mil pedales, aunque después no toque nada. A mí me gusta no perder nunca de vista la esencia, pero a la vez me acabo de comprar un micrófono que sale... no sé, 3 mil dólares. Y no soy un fanático, es el primero que me compro. ¿Es mejor? ¿Vale la pena? Sí, entonces vamos. No hay que renegar de eso.

–Da la sensación de que, cuando componés, te importa más una frase contundente que un desarrollo. ¿Es así?

–Relativamente. Cuando uno escribe una canción, necesariamente tiene que adaptarla a la música. Yo trato de buscar el equilibrio, muchas veces hago la letra dentro de una melodía que zapamos en la sala, la grabo, y después viene el trabajo artesanal de encontrar las palabras para esa melodía. Muchas veces tenés que cambiar letras que te gustaban. Voy contando una historia, quizá no de manera completamente conexa, pero que tiene que ver con la melodía. Donde más logré este equilibrio es en Todo pasa, o Buenos días, Palomar. Ahí también cuento una historia, donde la unión es el paso de los años: arranco como si fuera hoy volviendo al pasado, y llego hasta el día de Los Piojos, que es la frase de Chac Tu Chac (“Si vos querés estar libre / si querés alto volar”), y a la vez llego a Los Piojos de hoy. Está bueno decirlo y sentir que uno no ha traicionado eso, el haberse mantenido libre haciendo lo que uno quería.

–¿Hacia dónde van Los Piojos después de Civilización?

–Hay un crecimiento compositivo que ya viene apareciendo desde Verde paisaje del infierno: aparecen temas como Bicho de ciudad, que es una balada con cierta estética propia, está el rock más tradicional de Los Piojos (Hoy es hoy, o Cruces y flores), pero a mí me gusta lo que en algún punto se cristaliza en Pacífico y Unbekannt, o el mismo Buenos días, Palomar. Tiene que ver con cierta cuestión de maduración, o de transición; es como el libro que uno compra y lo tiene ahí, sabe que está buenísimo, pero no lo lee. Y hay un momento en el que lo agarrás. Hablo de esa cosa mántrica de –por ejemplo– Buenos días, Palomar. Es un tema de la época en la que estaba Dani (Buira), pero que nunca le dimos peso ni lo laburamos lo suficiente como para sacarlo a la luz. Lo mismo pasó con Unbekannt.

–Unbekannt es un tema bastante “lucaprodanesco”...

–A mí también me hizo acordar a Sumo, porque en algún punto sentí la visión del extranjero, lo que habrá sentido Luca acá. El tenía esa ventaja, porque desde lejos sí se ve, el tipo venía de otra cultura y veía las cosas con otra claridad. La situación de estar en Alemania –estuve un mes, invitado por la Rock & Pop para cubrir el Mundial (ver aparte)– y percibir las cosas desde el lugar del extranjero solitario, se tradujo además musicalmente. La letra la escribí allá, arriba de un tren.

–Otras canciones del disco también dejan entrever cierto desencanto... Salitral, o Cruces y flores.

–Sí. Hoy es hoy también plantea el no dejar las cosas en manos de nadie.

–¿Cómo te influyó el distanciamiento del grupo desde Máquina de sangre?

–Estaba con una presión superior a la que siento ahora, aunque no sé qué voy a decir cuando termine este año. La desconexión que necesita cualquier persona cuando sale de su trabajo, yo la tengo que buscar en lugares sumamente aislados. Es como si ustedes todo el tiempo se encontraran con compañeros del laburo, que permanentemente les estuviesen recordando “¡Qué buena la nota, loco, qué buena! (se ríe) ¿Y cuándo hacés otra nota?”. ¿Viste? Bajá un cachito. Está buenísimo, porque significa que te va bien en lo que hacés, y además me encanta el afecto con el que se acerca la gente, pero en lo personal es inevitable buscar momentos de paz. Además, siendo independientes, nos hacemos cargo de muchísimas más cosas.

–En muchos casos no hay vuelta atrás. ¿Qué los hizo volver?

–Nunca busqué otra gente para tocar. Era terminar una historia que arrancó del cero total, de no haber tenido nunca ningún mecenazgo e ir creciendo de a poquito con la gente. Terminar toda esa historia así de repente, porque nos habíamos cansado, parecía un final horrible. Por otro lado, no estaba enojado ni con la historia, ni con nadie. A todos nos pasó más o menos lo mismo, e incluso fue bueno porque no se dio como cuando uno se separa y sigue llevando la ropa para lavar, sino que se cortó en serio. Por ejemplo, acá había un DVD para laburar, yo estaba a cargo, y lo dejé. No iba a trabajar para Los Piojos, no quería hacer nada para la banda. Ni soy el boludo, ni tengo ganas. Ni que Los Piojos me paguen, no me interesa, me hago cargo, pero no ahora. Mañana, o quizá nunca. Creo que fue muy sano, ahora siento mucho menos peso encima.

Alemania es mejor

En junio del año pasado, Andrés Ciro fue invitado por la FM Rock & Pop como comentarista para los partidos de Argentina en el Mundial de Alemania. Entre tantas anécdotas, además del legado de Unbekannt (ver nota central), está aquella que desfiló por todos los programas que se dedican a recapitular la televisión: el relator Marcelo Araujo descargaba su furia al aire con un tipo que se le había puesto adelante y no lo dejaba ver el partido. Luego de un largo despotrique contra aquel extraño insolente, alguien le comentó que se trataba del cantante de Los Piojos. Quedó ahí, y Ciro lo explica: “Me contaron después. Era como una especie de escalinata, y yo estaba un poco más abajo, se ve que lo tapaba. Encima fue por culpa de alguien que laburaba con él, que estaba en mi asiento. Bah, eso creo, porque con los latinos, y los argentinos en particular, es imposible. Te ibas a sentar y siempre había un tipo en tu lugar. Los alemanes se volvían locos, se vivían unas situaciones increíbles, todos se sentaban en los asientos de otros, había colados por todos lados. Y hablamos de personajes ilustres. Yo me reía porque los que iban a transmitir habían comprado dos lugares, pero eran cuatro o cinco. Eran cosas como de club, o de baile, eso de pasarle la credencial al otro a través del alambrado. Adentro de las canchas se vivían situaciones insólitas”.

LA PRESENTACION EN MAR DEL PLATA

Los dueños de todas las banderas

Mario Yannoulas
Desde Mar del Plata
Imagen: Cecilia Salas

“Gracias por este recibimiento del nuevo disco”, lanzó Andrés Ciro antes de despedirse, durante la segunda jornada de presentación de Civilización en el Polideportivo Islas Malvinas de Mar del Plata. La acogida para el disco nuevo de Los Piojos fue buena por parte de los 8 mil presentes, que resultaron estimulados por una generosa puesta en escena, dotada de dos pantallas multiled de gran definición bien exprimidas, una serie de canciones nuevas que destilan bastante más frescura que la entregada en producciones anteriores, y un ritual que duró un buen rato, alrededor de dos horas y media. Pero además por estar sumidos en un auténtico momento piojoso, ese que la banda supo instalar desde su sorpresiva irrupción sobre avenida Corrientes, hace un par de semanas. Si hay algo que nunca les faltó fue habilidad para comandar su propia nave sin perder popularidad, renovar adeptos y hacerlos sentir parte.

Ahora parecieron encontrar mayor equilibrio entre la propuesta ATP que ganaba terreno a la hora del vivo y las dosis de explosión necesarias para una banda que pretenda asumir cierto rol rockero. Dieron con el equilibrio en la relación con su público, por momentos simbiótica y por otros monárquica. En la habilidad de Ciro para determinar cuándo ser cerebro y cuándo tribunear, cuándo ser Jagger y cuándo ser un chabón de El Palomar. Cuándo leer todas las banderas, y cuándo devolver con displicencia las remeras que le tiran. Su gente parece tener buenas pero contadas oportunidades para penetrar en la matrix piojosa, aunque en este caso los déjà vu no aparezcan como errores sino como virtudes.

Así, aquella noche pudieron convivir Taxi Boy y la vieja y clásica Los mocosos, la dulce Agua y una potente ejecución de Arco, el arranque con la flamante Pacífico —canción que pudo ser despedida y terminó en reencuentro— y el cierre con El balneario de los doctores crotos, la arenga populosa de Maradó y el viaje introspectivo de Buenos días, Palomar, la efectividad de Chac Tu Chac y la extendida versión de Pistolas, donde Changuito Farías Gómez y Chucky De Ipola —dos turbinas de la nave piojosa— pudieron lucirse en percusión y teclados, respectivamente, obteniendo los mayores niveles de sudor frío de la velada.

Un dato interesante: el sábado no tuvo nada de Máquina de sangre, el viernes sonaron Fantasma y Motumbo. Tras cuatro años sin presentar material nuevo y habiendo pasado por un período de distanciamiento, Los Piojos parecen haberse sacudido el aplomo y cierto aburguesamiento cristalizado en aquel penúltimo disco, para lavarse la cara y salir a la calle con algo más provocador, sea desde el título o desde el arte, pero además más ecléctico que otros y abierto a una nueva paleta de sonidos. La banda siempre pudo moverse cómodamente dentro de su territorio creativo sin bajar los niveles de popularidad, aunque a veces sacrificando caudal de vértigo. Civilización abre puertas para la adopción de más riesgos a la hora de componer y, por supuesto, a la hora de sonar en vivo. Como aquel gélido sábado marplatense de fin de semana largo.

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