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Jueves, 4 de septiembre de 2008
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Son jarocho en Buenos Aires

Alegría

El proyecto “colectivo” Alegrías de a Peso proviene de una gira que Lautaro y Juampa hicieron por México, junto a un perro, una novia y otros tres músicos. Vallenato, jarocho y cumbia con espíritu de rocanrol rutero.

Por Cristian Vitale
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En un momento suena el celular de Juampa, el rubio: “Atención a todas las unidades... llama Batman, estamos en un quilombón”. Es el Gordo Casero transformado –versión Cha Cha Cha– que le avisa que lo están llamando. Se ríe, mira quién es y lo apaga. Lautaro, sentado en la cabecera de la mesa, festeja brevemente el chiste y sigue con la nota, pero la palabra no puede pasar desapercibida: Alegrías de a Peso, la banda que integran junto a un puñado de locos viajeros, es literalmente un quilombón: vallenato, son jarocho y cumbia –de la buena– conviven en una estética poco frecuentada en este culito del mundo.

Eso y, muy además, el camino por el que estos pibes llegaron a grabar un disco capaz de transformar un velorio en fiesta: Ariles del que se fue (Aqcua). Resulta que Lautaro, hombre del teatro callejero devenido en hacedor de jaranas, requintos y jarochos, encaró un viaje a México en 1997, “podrido de la frivolidad menemista”, y conoció las delicias de Veracruz. Tenía 20 años, se compró una camioneta y en ella vivió siete años. “Cuando era chico había visto un documental de un malabarista que laburaba en un semáforo y lo había empezado a hacer, cuando había pocos en ésa. Cada peso que ganaba era un dólar, y en un momento tuve para pagarme el pasaje”, cuenta.

De malabarista pasó a clown, de clown a artista callejero y, con bastante delay, le pintó el músico. “Mi única experiencia previa había sido una banda de punk-rock... no tocaba ni el timbre”, se ríe. La primera vivencia fue, entonces, en los fandangos de Veracruz. Allí iba a trenzarse con bailadoras, cantores y estrellas desconocidas de la comunidad, cuando le rescataba horas al trabajo intenso en la Plaza de Culiacán. La camioneta, una Chevrolet Van modelo ‘75 renombrada como Elefante Azul, tenía cocina, asiento-cama y lo necesario para vivir. “Una vez bajé a Cuba para estudiar en la escuela de circo y ahí es imposible no relacionarte con la música. Está en todos lados.” Era 2004 y fue cuando Juampa, el rubio, entró en escena. Este sí, un músico todoterreno que ya había pasado por bandas de punk, heavy y trash hasta abrazar el jazz y hacerse famoso como bajista de Los Chakales. Antes de encontrar a Lautaro, se había cargado dos mil shows en cuatro años. “¡No sabés lo que aprendí con Los Chakales! Esa gente sí que toca, loco”, dice.

El cruce entre ambos fue, amigos mediante, durante cierta noche de serenata y borrachera. Lautaro había bajado del Norte con jaranas, requintos y marimbas fabricados por sus manos, y Juampa quedó impávido. “Ahí mismo empezamos a planear el viaje”, dicen. Un segundo trayecto que implicaría, ahora sí, un proyecto. Lautaro se acordó del bombón más rico y barato de México (Alegría) cuya publicidad, también callejera, era “alegría por un peso”. Juampa viajó a Baja California contratado como músico de sesión para bandas de hotel, trabajó 105 días de seis de la tarde a dos de la mañana y juntó plata para comprar otra camioneta, también con cocina, más un plus: un estudio de grabación portátil con PC, placa de grabación y ocho micrófonos. Lautaro lo esperó en el DF y ambos, más un perro, una novia y tres músicos recorrieron todos los recodos de Veracruz, la tierra del Son Jarocho. La movida duró un año. “Arrancamos en fandangos, donde amanecías todas las noches, esas fiestas nos marcaron un montón, porque no hay un artista que concentre toda la atención: todos participan, hasta las señoras que hacen la comida bailan y zapatean”, cuenta Juampa.

El grupo contactó con los mejores exponentes del género con más de 300 años de vigencia en los ranchos pobres de la región: “Unos viejos locos que de día manejan sus chacras y de noche tocan”, según Lautaro. Aprovecharon el estudio móvil para registrar joyitas puras de Los Vega, Bakan, Belinda, los Hermanos Domínguez y Don Elías, un viejo semental con más de 80 años y cinco novias. “Los grabábamos, les dábamos el master y ya. Como no tienen acceso a nada, la idea fue dejarles algo concreto para que enganchen. En el caso de Elías, les regaló discos a todas sus novias”, se ríe Lautaro. “No fue una movida onda ‘estudio etno-musical’. México es un país top a nivel antropología y trabajos de campo... Ya habían llegado muchos estudiosos a esas comunidades, pero eso es algo que no le deja nada a la gente de ahí. Lo nuestro fue más dar y recibir”, sigue.

–Una onda De Ushuaia a La Quiaca, acotada a Veracruz...

Lautaro: –Algo así. Montábamos el micrófono en los ranchos y, como no teníamos pie, lo hacíamos con un palo agujereado en el piso de tierra y lo atábamos con cinta adhesiva.

El rebote de semejante viaje fue, claro, este disco plagado de anónimos populares, algún tema de creación propia (Son del angelito) y una versión de Doña Soledad, la gran milonga de Zitarrosa, todo enmarcado en un sonido a tierra en los antípodas del son prefabricado. “Sacando el acordeón, no hay un solo instrumento que esté fabricado en serie. Los hicimos todos nosotros, de cedro. Por eso ese sonido bien de la tierra”, refuerza Lautaro, cuya pronunciación de la palabra México (con una equis que suena como si fuera una nomenclatura fonética entre la g y la j) deja al descubierto los siete años de errancia por los pagos de Quetzalcóatl.

–Buenos Aires no es Veracruz y, por tanto, no es una ciudad tan permeable a ciertos estilos de esa región. ¿Les cuesta?

Lautaro: –Cuando tocamos en vivo, la gente baila hasta morir... aparece el espíritu fandanguero. Pero me han venido a decir después de un show: “Está muy bueno lo que hacen, pero, ¿por qué no tocás música de tu tierra?”. Yo me quedé rebotando 15 días, ¿cuál es la música de mi tierra? Está bien, es verdad que no sé tocar tango, sé muy poco de chacarera, chamamé o candombe porteño, pero es porque la música me llegó estando en México.

Juampa: –Yo me siento mucho más americano que argentino, como San Martín o Bolívar. Los problemas de los mexicanos son los mismos que los nuestros: los yanquis les hacen lo mismo y, de última, la nuestra no es música de un tipo que vive en los Alpes suizos. Además, muchas veces la música folklórica es utilizada políticamente para cerrar fronteras.

–También hay determinismos climáticos o culturales... la niebla del Riachuelo no inspira lo mismo que el sol y la arena blanca del Caribe, o que la dureza de vivir en la Puna.

Juampa: –Más vale, pero lo que existen son las regiones; y nosotros tenemos sangre de cuatro países: no tenemos carnet de nada.

* Alegrías de a Peso presenta Ariles del que se fue este sábado en La Trastienda (Balcarce 460). A las 24.

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