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Jueves, 9 de junio de 2011
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Jerikó se hace grande

“Cromañón frenó al metal”

Esta banda histórica del “jevi” nacional dice que el ambiente metalero festeja de una manera bien distinta al rock barrial: “Se toman unas birras, se ponen en pedo y hacen pogo, pero es difícil ver una pelea”.

Por Juan Ignacio Provéndola
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No hay instancias más imprecisas en toda la cadena productiva del periodismo que las gacetillas de prensa, esa suerte de folletines explicativos en donde el organizador de un evento da cuenta del mismo apelando, comúnmente, a una exacerbación casi obscena de las bondades que éste supone ofrecer. Así las cosas, llega la del grupo Jerikó prenunciando su show del domingo próximo en El Teatro de Flores como “el más importante de su carrera”. Jerikó no es un grupo de adolescentes que busca financiar su viaje de egresados a través de un té canasta, o que viene de ganar un concurso para tocar en un megafestival de la era sponsorizada del rock. Se trata de una banda que en pocos meses va a redondear dos décadas de tranco ininterrumpido en este asunto que se llama ha dado en llamar jevi nacional, definición que lo mismo denota cariño o desprecio según sea quién lo enuncie. Evidentemente estamos en presencia de una verdad excepcional. “Ibamos a hacer un show en un lugar más chico, pero se cruzaba con la fecha de una banda de afuera, así que salió esto y tuvimos que acomodarnos”, se sincera Javier Cuevas, guitarrista y uno de los tres miembros que perduran en el combo desde su fundación, en 1992, junto al otro violero Claudio Duliba y al bajista Marcelo Bracalente. Eran tiempos en los que el metal local se despojaba de los años inocentes e informales de V8 para expresar en carne propia esa pequeña cosita llamada popularidad a través de Rata Blanca y Hermética, presentando (oh, casualidad), Magos, espadas y rosas y Acido argentino, sus álbumes más célebres y taquilleros.

Y mientras estas dos padecieron la descompostura del éxito de diversas maneras, Jerikó continuó su marcha lenta pero ininterrumpida hasta el día de la fecha a través multitudes de anécdotas (como haber sido varias veces la banda del ex Iron Maiden, Paul Di Anno), siete discos, entre los que se encuentran los dos primeros (Tierra violada, de 1997 y Tensiones, de 1999) bajo la producción del ex baterista de Hermética y Malón, Claudio Strunz –también compañero de Cuevas y Bracalente en Heinkel–, un álbum sin nombre que en 2004 reunió inéditos, rarezas y temas grabados en la época que el actual Horcas, Walter Meza, era la voz cantante, y el flamante En origen, grabado a contrarreloj en el estudio casero de Cuevas y presentado en una versión digipack de madera que se vende junto a la entrada del show del domingo en El Teatro, una cita de dimensiones inéditas para un grupo de estas características.

–¿De dónde se saca pila para sostenerse durante 20 años?

–Será que, evidentemente, nos gusta mucho. Es la única explicación que le encuentro, porque uno debe resignar muchas cosas todos los putos días para sostener algo como esto. Hay grupos que tocan y, cuando terminan, se escapan. Nosotros nos quedamos hasta el final, casi que cerramos los boliches con el dueño de lugar... ¡quien se quiere matar porque le chupamos todo! Pero no lo hacemos de simpáticos sino porque realmente lo disfrutamos.

–Hay una diferencia de cantidad muy grosera entre la gente que acompaña shows internacionales y la que va a ver bandas locales. ¿A qué responde ese malinchismo tan típico del metal argentino?

–Es cierto. Uno a veces analiza y dice: “La puta madre, viene una banda de afuera, pone la entrada a tres gambas y llena estadios, pero ni el 5 por ciento de toda esa gente va a los shows locales”. Creo que algo tiene que ver el hecho de que, a veces, el músico es bastante pelotudo, pero la gente no. Estamos en un palo donde existe mucha competencia entre bandas y músicos, y eso me parece que siempre terminó jugando en contra. Si te fijás, no hay grupos que hayan durado mucho. Se separan muy rápido, cada uno inicia otro proyecto y se sacan el cuero entre sí. Tal vez existan otras razones, pero no las entiendo. El heavy, en la Argentina, tuvo varias oportunidades para pegar algo más masivo, pero las peleas diluyeron toda posibilidad. Por ahí se deba a que el género tiene mucha energía y no está bien canalizada, a diferencia del reggae, donde están más relajados y la llevan de otra forma (risas). En algo se falla, indudablemente.

–El episodio en el recital de La Renga reavivó el debate sobre la pirotecnia en el rock, algo a lo que el metal local siempre pareció estar ajeno. ¿A qué creés que responde eso?

–A que el público metalero es apasionado y fiel, pero se expresa de otra forma. Se toman unas birras, se ponen en pedo y hacen pogo, pero es difícil ver una pelea. Es un público muy respetuoso que se preocupa por los mensajes de las letras. Son cabezas que piensan. Entre tanta multitud puede pasar que se te escape un pelotudo que tira una bengala, pero el ambiente del metal es más chico y tal vez eso haya influido en que esas prácticas nunca se hayan divulgado. Además hay otro dato: lo de Cromañón nos fulminó a nosotros casi más que a ningún otro género. Cromañón frenó al metal local y nunca nos pudimos recomponer.

* Jerikó toca este domingo en El Teatro de Flores (Av. Rivadavia 7806).

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