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Jueves, 9 de febrero de 2012
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Sebastián Baldi, la tristeza del payaso

“No quiero ser como Krusty”

La vida a la gorra en la peatonal de Villa Gesell, siempre a punto de dar el gran salto a la fama, obrero del humor y amante de la playa. Crónica de un clown solo.

Por Juan Ignacio Provéndola
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Desde Villa Gesell

“Yo no hago lo que quiero, trato de acomodarme a las circunstancias; y ya tengo que ver qué mierda hago en invierno”, dice, mientras borra los últimos rastros de maquillaje de su cara. ¿Será cierto que no existe tristeza más infinita que la de un payaso? Detrás de esa pastosa base blanca, Sebastián Baldi (que de abril a diciembre es carpintero) esconde miles de historias cosechadas a lo largo de dos décadas de trabajo de calle como parte del dúo Los Ote o, últimamente, bajo formato solista. Para los que nunca curtieron la peatonal de Villa Gesell en los últimos veinte años, la explicación es sencilla: se llamaban Ote porque ésa era la única palabra que utilizaban Mariano Guidi y el propio Sebastián a lo largo de todas sus performances. Mimos, actores, surfistas y músicos de notable impronta rocker, el gran éxito del matrimonio humorístico durante casi veinte temporadas radicó en su versatilidad para integrar distintos discursos artísticos y contener el gusto de varias generaciones. “Si no viste a Los Ote, no anduviste por Gesell”, era una frase a flor de labio de cualquier veraneante sub-70.

Esa esquina de 3 y 107 fue fundamental para el desarrollo de dos expresiones artísticas históricas de la peatonal. Allí fue donde, en 1993, recaló desde Mar del Plata el trío Los Ote, completado por Pablo Tévez. A pocos metros, el conjunto musical Los Panson hacía también su primera experiencia geselina. En un cambio de camiseta, Pablo Tévez abandona a unos para incorporarse a los otros, quienes a partir de ese entonces se refundan bajo el nombre de Los Tipitos. En la temporada siguiente, y durante una década consecutiva, ambos grupos compartieron de un lado y del otro de la 107 un poderoso vértice de repercusión y convocatoria. Si la carta de Carlitos es status de celebridad e instalación cultural, ambos grupos pasaron el examen con sendos panqueques específicamente dedicados.

A Los Tipitos el destino les auguró una vertiginosa carrera dentro de la industria del rock: discos multivendidos, hits de iPod, tapas en la revista Billiken y el Gran Rex o el Luna Park se volvieron lugares comunes de su rutina artística. Los Ote también parecían haber sido bendecidos en el espinoso tranco de la pantomima el día que cortaron por la tangente de su variante callejera, reventando el legendario teatro Astral. “Empezamos en El Piccolo, un sótano para 70 personas que estaba enfrente. La primera vez que fuimos, nos paramos en la puerta, vimos los grandes carteles del Astral y dijimos: ‘Mirá cuando estemos enfrente’. Seis años después lo logramos, y dijimos: ‘¡Mirá cuando volvamos a estar ahí, enfrente!’”, cuenta Sebastián, apurando una carcajada. “Lo teníamos a Jorge Corona rompiendo las bolas en un palco y, de hecho, quería participar en un sketch con nosotros. Era uno en el que iban dos chabones en auto re sacados, fumando, tomando merca y escabiando. ‘¡Esta es la mía, yo me quiero subir al auto!’, dijo, pero al final no se animó”, recuerda. “Entre bambalinas estaban Los Tipitos, dando una mano, y los efectos especiales los hizo el gran Osvaldo Trentuno, un especialista en la materia que laburó con todos. ¡Yo usé la 22 con la que el Manosanta se pegaba un tiro en los huevos cada vez que Javier Portales se llevaba a Adriana Brodsky!” Vivir en la calle no es fácil, trabajar en ella tampoco. “A pesar de ser uno de los números más vistos de cada temporada y de ser un espectáculo para toda la familia, siempre nos costó conseguir los permisos municipales y tuvimos que lidiar con muchos comerciantes que se quejan de ruidos y qué sé yo”, revela Sebastián, hoy solista. “Mariano se hinchó las pelotas de todo eso y se fue a dar clases de surf a Mar de las Pampas”, le responde a cada uno que le pregunta por “el otro Ote”, acerca de la disolución del dúo que, en los últimos tiempos, había devenido en grupo de rock con una formación ligeramente ampliada y dos discos en su haber. Hoy, Sebastián mantiene la impronta, el maquillaje y hasta el histórico uniforme negro a pocos metros de la esquina que los Jóvenes Pordioseros homenajearon en su canción 105 y 3.

–¿Se puede ser un clown mainstream?

–Una vez nos llamaron del programa Sorpresa y 1/2 para reemplazar a Los Prepu. Nos aceptaron algunas propuestas y hasta el sueldo que pedíamos. Cuando vamos a firmar, nos dicen que había que arrancar a las pocas semanas y no aceptamos porque pensábamos que era para el año siguiente. Habíamos sacado pasajes para irnos a surfear a Costa Rica y nos íbamos a los dos días. Nos hicieron una cruz roja en la frente y nunca nos volvieron a llamar de ninguna productora, pero ni en pedo me arrepiento.

–¿Cómo es vivir a la gorra?

–Mucha gente quiere saber cuánta plata se hace. Es el gran misterio. Me pasó de tener funciones de gran convocatoria que luego no se notaban en la bolsa, aunque si el producto está bueno lo vas a ver reflejado en ella. Eso sí, hay que tener conducta: nosotros vivimos de noche, pero si hacés un billete y te lo delirás, no es negocio. Yo me he ido con plata varias temporadas y eso me permitió viajar por lugares tales como Chile, Perú, Costa Rica, Panamá o España. ¡Hasta nos había llegado una invitación del consulado de Costa de Marfil!

–¿Qué es lo que hace que tengas buen humor durante las 60 noches seguidas de la temporada?

–¡Tengo las mejores pepas! Chiste. Lo que me motiva y a la vez me sorprende es mi capacidad para la improvisación con el público en el día a día. Eso me llena lo suficiente como para levantarme, bañarme, afeitarme, maquillarme y venir todas las noches a la calle. No quiero ser como Krusty, pero a medida que pasan los años reconozco que voy teniendo un humor más agrio.

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