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Jueves, 11 de octubre de 2012
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Un turno con el drum doctor

“Un mal tambor te puede arruinar una buena canción”

Gustavo Rowek, Bolsa González, Ray Fajardo, Fito Messina, Jorge Araujo y Marcelo Belén afinan definiciones sobre qué es ser un productor de batería. Bienvenidos a un consultorio en el que nunca faltan los parches.

Por Lucas Kuperman Y Santiago Rial Ungaro

Araujo, González y Messina

Fotos: Cecilia Salas

¡Plum! ¡Plam! ¡Crunch! ¡Boing! Quien haya frecuentado salas de ensayo y estudios de grabación, fácilmente podrá imaginarse la escena: Alvaro Villagra (productor e ingeniero) sufría del otro lado de la consola ante el sonido disonante y chirriante de una batería imposible, cuando Marcelo Belén (por entonces asistente de producción inexperto, pero baterista ducho y hábil con la llave de afinar) se animó, en ese clima tortuoso, a hacerle una pregunta: “¿Me dejás que entre y te afine la batería?”. Villagra recuerda la anécdota (que data de 1994) y admite que, hasta entonces, ni sabía que una batería podía ser afinada. Siguiendo las pistas de esta extraña anécdota, la Comisión Técnica de Investigaciones Baterísticas del NO se animó a investigar sobre el arte de la medicina de baterías y le pidió la palabra a capos como Gustavo Rowek (ex V8, Rata Blanca y Nativo), Bolsa González (ex Pappo), Raimundo Fajardo (ex Chiquero y El Otro Yo, actual Jauría), Fito Messina (Axel, Giusti Funk Corp.), Jorge Araujo (ex Divididos, ahora en Gran Martell) y Marcelo Belén (ex El Lado Salvaje y Los Visitantes, hoy en Placer). Una cita con los drum doctors.

Service integral

Ex baterista de Pappo y actual de Juanse, Bolsa González se sincera y acepta: “Si me preguntás qué es lo que hago, no sé. El drum doctor brinda un servicio. Es un laburo en el que hay que potenciar al baterista y sacar lo mejor de él”, indica. Desde su estudio de grabación, Rowek coincide: “Ser drum doctor es una cuestión de servicio integral, no es sólo la afinación”. En general, en toda grabación que incluya batería, siempre es lo primero que se graba: la base rítmica es el cimiento de cualquier construcción sonora, al punto de que, en cualquier disco de rock, la masa sonora de la bata suele abarcar más del 70 por ciento de lo que se escucha. Es lógico, entonces, que algunos bateristas, trascendiendo la fama de ser los instrumentistas más salvajes dentro del ya de por sí salvaje rock, han pasado algunas veces de la bata a la consola.

Marcelo Belén acepta ese enroque como algo natural: “Empecé a trabajar como drum doctor y vi que era una profesión. Y a partir de ahí creo que otras personas, como el Bolsa o Araujo, también lo vieron como una profesión. La llave de afinar fue la que me llevó hacia la consola”, dice desde su base de operaciones, los estudios DDR (sigla que homenajea a Dee Dee Ramone), el ahora productor de las bandas Intenso, Viva Elástico, Toquelau, Los Nihilistas o los neuquinos de Esculapio. Señala el lugar donde está la batería y comenta: “Ya no pienso más desde ese lado, pienso desde éste”, y apunta a la consola.

Al igual que sus colegas, para Fito Messina ese instrumento grande, pesado, caro y complejo es una pasión: “Siempre estuve mirando y cambiando la batería, que es un instrumento que tiene muchas variantes: platos, toms, bombos, medidas, parches. La evolución del instrumento siempre tiene un detonante: el estilo musical. El último fue la vuelta al vintage, que hizo que la gente haya vuelto a usar baterías de acrílico y platillos grandes. Otro fue el drum and bass, que hizo que se usen platos de efectos y otras cosas”, explica. Su primer trabajo como drum doctor fue para Axel en 2003, cuando la palabra ni se usaba acá. “Estaba grabando y había un tema que el productor quería que toque yo. Como tenía una buena bata, bien afinada y con buenos parches, me pidió que la lleve.” Baterista virtuoso que supo tocar con Alejandro Giusti y con Javier Herrlein en su actual proyecto solista, Messina asegura que “a un buen drum doctor lo llaman para pedirle que produzca un audio. Eso va a diferenciar un drum doctor de otro y a servir para no reproducir un sonido”.

Ray Fajardo coincide en que el rol es bastante reciente en el plano local, “como también lo son un montón de cosas que parecen novedades o que dan buenos resultados, pero que quizá nunca estuvieron por falta de herramientas y de gente que pudiera llevarlas a cabo. Quizás ahora es una posibilidad más accesible para muchas bandas independientes”, interpreta el productor de Sr. Tomate y Los Reyes del Falsete, y recuerda que desde chico le llamó la atención ver que en los créditos de los discos de Queen o de Led Zeppelin siempre había algún técnico que no era el mismo músico. “En giras de Metallica o de Iron Maiden se veía que iban con una troupe muy grande y que así como tenían veinte iluminadores, también había uno que armaba la bata, otro que la afinaba, otro que la chequeaba... Y aunque no entendías la funcionalidad de todo eso, veías que los resultados eran muy buenos”, destaca.

“Al final, lo que terminaba resultando raro era ver cómo uno se encargaba de hacer todo: de llevar la batería, armarla, afinarla y desarmarla.” Y ahí aparece otro tema: los sponsors. Ray confiesa que aunque lo hayan ayudado algunas casas de música, nunca tuvo la actitud de “apertura y acercamiento para buscar patrocinio y que siempre se compró sus cosas. Como sea, más allá de tener la mejor batería del mundo o de ser un virtuoso, la clave del sonido siempre ocurre en ese laberinto que es el oído. Rowek comenta que conoce bateristas “que se tocan todo y que no saben afinar la batería”. Para Belén, de todos modos “lo más importante es el oído, la educación del oído”. Después de 20 años de trabajar, dice reconocer cuándo un buen grave va a rendir en los parlantes. En cuanto a la afinación, la batería es el instrumento más indefinido de todos, porque a veces una “desafinación” queda perfecta en ciertos grupos.

El Bolsa, que acompañó por 14 años a Pappo, coincide y confiesa: “La verdad es que no sé afinar, salvo que quieras buscar una nota en el tambor o algún armónico. Se vende mucho humo. Si el parche queda arrugado, pero suena bien, está buenísimo. Creo que lo más importante es tener un audio personal. Tenerlo en la cabeza y poder transmitirlo al instrumento. Se puede tocar en vivo con cualquier batería afinada y con buenos parches. El problema surge cuando vas a grabar: ahí necesitás un buen instrumento porque se hila muy fino con los micrófonos y la madera”, dice el hombre que eligió Gustavo Cerati para que le hiciera de drum doctor en Ahí vamos y Fuerza natural: fue como drum doctor y terminó grabando unos temas en lugar de Fernando Samalea.

“Un mal tambor te puede arruinar una buena canción”, sentencia Rowek, que hizo de drum doctor para La Renga, Horcas, Viticus, Kapanga, Fantasmagoria, Sponsors, Natas y No Te Va Gustar, a la vez que comenta que “en el 85 por ciento de los casos, el baterista me termina pidiendo que además grabe algo”.

La comunidad del palillo

A medida que se juntan los testimonios, quedan claras dos cosas: la primera (Ray Fajardo dixit) es que “para un baterista no hay mejor que otro baterista”. El gremio existe y la bata tiene sus secretos, que no son pocos. La segunda es que saber cómo hacer para que la batería suene como uno quiere puede tomar años. Rowek: “La batería es un tipo de instrumento que te puede llevar años saber cómo te gusta realmente afinarla. Hace treinta que toco, diez que afino muy bien y cinco que siento que logré el sonido que siempre busqué”.

También hay otra variable: no todos los bateristas tienen la personalidad y la técnica que tienen Fajardo, Messina o Araujo; y sin embargo hay que hacerlos sonar. Ray Fajardo: “Cada uno tiene que descubrir qué clase de baterista es. A mis alumnos siempre les insisto con que no quiero que toquen como yo. Cada uno tiene que pegarle como le pega a la vida, de la misma manera. Tiene que ser feliz con lo que toca y lograr que eso sea un viaje, más allá de que sea un escritor de crucigramas o de best-sellers”. Ray, que atajó en su adolescencia en Brown de Adrogué mientras ensayaba con cinco bandas a la vez, establece una interesante analogía futbolística: “El baterista es el arquero del equipo. Está siempre atrás, pero no se puede caer: es el que apoya todo”.

Para Marcelo Belén, ya en el rol de productor, “grabar tiene mucho que ver con el estado de ánimo, porque en una sesión hay situaciones que te hacen subir y otras que te hacen bajar”. Dice que es todo “muy futbolero, porque si el batero se equivoca, hay que subirle el ánimo, pero también es muy importante que venga a la pecera y se escuche bien porque si le gusta ese audio, va a ir a tocar contento pensando que así es como está sonando. Cada uno tiene su audio en la cabeza. Y vos tenés que lograr que el baterista se crea totalmente el personaje que va a la sala de ensayo o sube al escenario. Es simple”.

La camaradería entre bateristas sorprende, al punto de que quizás el mito urbano de que son los más copados, accesibles y sacrificados de todas las bandas sea cierto. Fajardo cree que “el baterista es el tipo que te encontrás en la barra de un bar. El batero escucha más a la gente que el cantante. La gente misma suele acercársele más, ya sea para hacer críticas, sugerencias o comentarios, cosas que jamás se animarían a decirle a un cantante: debe haber bateristas mala onda, pero no te olvides de que los cantantes con mejor onda, como Joey Ramone, Madonna, Iggy Pop o Paul McCartney, son así... porque han sido bateristas”.

Los orfebres

En algo todos coinciden: la experiencia es vital para lograr un sonido. Rowek lo sintetiza con el viejo refrán: “El diablo sabe por diablo pero más por viejo”. Desde su experiencia, el Bolsa cree que uno de los mitos a erradicar es que “cuanto más fuerte toques vas a conseguir más volumen y mejor audio. No es así porque al tocar más fuerte se ahoga el parche y no tenés brillo, además de tener menos velocidad. Eso sumado a la tendinitis que te puede agarrar, por las millones de vibraciones que manda el palo. Todos decían que Bonham tocaba al palo, y es mentira: si no, no hubiese tenido ese audio”.

Gustavo Rowek se ríe al recordar la grabación de su primer disco (el legendario Luchando por el metal, de 1983, que envejeció con dignidad y furia mas allá de “detalles técnicos”) y reconoce que si tuviera que grabarlo de nuevo, cambiaría todo: “Desde chico siempre tuve problemas porque trabajaba con la doble tensión de los dos parches. Además éramos unos descontrolados. Cuando grabamos no había los músicos, los estudios, ni los ingenieros para lo que queríamos hacer. Por suerte, después conocí a Mario Breuer, que fue mi mentor en esto”.

Hay mucho de orfebrería en la batería, y para poder investigar qué se puede hacer y qué no, la Suma Baterística incluye aspectos de metalurgia y mecánica: hay metal y cadenas, fierros y platillos, lo que nos lleva a pensar en que los obreros que trabajan el metal, como en el caso de los herreros, han sido históricamente marginados socialmente por la creencia de que su oficio tenía algo a la vez mágico y peligroso, demasiado cerca de la simple brujería. Ray comenta: “Para mí, el primer drum doctor fue el chamán. Siempre te imaginás al baterista como el más bruto, como alguien con más fuerza física que otros músicos. La percusión siempre tuvo algo oscuro: en la guerra se tocan los tambores, en la horca también. Nuestros ancestros bateristas han tenido esos trabajos cercanos a la muerte”, analiza Ray. Y da un ejemplo de desenfreno metalúrgico: “Los platos tiene un límite técnico, ¿no? Yo conozco ese límite, y los rompo igual. Y me los pago; y mirá que son caros, eh”. Los drum doctors realmente buenos tienen, según Ray, “un don para que esa idea que tenés en la cabeza sea efectiva. Los mejores resultados se consiguen cuando se mezcla la sangre con la exactitud del cuarzo”.

Dolor de cabeza

Para cualquier persona ajena al mundo de las batas, es imposible expresar lo que se desea de un sonido de batería. Messina recuerda que los tipos más difíciles con los que trabajó fueron Toth y Guyot. “Me llamaron para laburar con ellos en la banda Bonsur. Armé dos sets con unas batas tremendas, empecé a afinar y me empezaron a pedir que suba, que baje, que no les gustaba y que querían alquilar otro instrumento. Al final les pedí que me dejaran laburar un rato. Cuando volvieron, escucharon la bata y se agarraron la cabeza. Entraron y me dijeron: ‘¡Tremendo cómo suena eso!’. La verdad es que no sabía qué es lo que querían, y como nunca habíamos laburado juntos, no podía entenderlo en cinco minutos.”

El Bolsa también recuerda una experiencia complicada: “Con Catupecu, en 2003, me costó un montón. Me volví loco porque grababan tres temas y no servían más los parches. Fueron muchas horas. Estaba en el control, iba a la sala, me decían que sonaba bien, pero cuando volvía al control ya no les gustaba el audio. El segundo día les dije a Fernando y a Gaby que no estaba preparado para ese laburo, porque no entendía qué querían. Finalmente lo terminamos un jueves a la madrugada, y a las seis salí de gira con Pappo”. El Bolsa recuerda su experiencia con el Carpo como caótica, pero divertida. “Entrábamos a grabar con un par de ensayos, pasábamos el tema para tener una idea, hacíamos otra pasada... y listo. ‘Pasamos a otro tema’, decía Pappo. Discutíamos todo el tiempo por eso. Hoy por hoy te digo que tenía razón, el tipo respetaba la frescura.”

Jorge Araujo cuenta la impresión que le generó ir a grabar con Divididos a Los Angeles, donde conoció al famoso drum doctor Ross Garfield. De hecho, la denominación drum doctor aparece a partir de él. “El tipo me recibió con tres baterías, en una especie de tinglado lleno de estuches donde se veían los de Peter Erskine (Weather Report) y Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), entre otros. El los asistía en gira, conciertos y estudio. A Abbey Road llevé mi batería y también alquilamos otra que decían que era de Ringo, y con Diego Arnedo nos pasamos mirando el nacarado, para ver si era de él o no. En ese estudio no podés perder tiempo, así que me sugirieron la colaboración de Mike Udell, el tipo que acondiciona los instrumentos de tipos como Charlie Watts o Tony Williams, es muy conocedor del sonido y muy respetuoso. Y lo más loco es que él no sabía tocar la batería. Pero, más allá de esto, si tenés claro el sonido que querés, no necesitás un drum doctor. Hay gente que, por falta de información, delega mucho en situaciones técnicas. Es importante que los que sientan que no pueden hacer determinadas cosas llamen a estos tipos para que los lleven a eso, pero si no hace falta, se despersonaliza la cosa.”

Este mundillo puede incluir a bateristas que no saben afinar, drum doctors que no saben tocar la batería y grandes músicos sin instrumentos: la unión hace la fuerza y, como bien se había dicho, para un baterista no hay nada mejor que otro baterista. Sobre todo si sabe afinar. Después de un rato de charla, Marcelo Belén saca una llave de afinación de su bolsillo y confiesa, mientras la acaricia con extraña fascinación: “La tengo siempre conmigo. Esto me llevó a viajar por el mundo”. Y se la vuelve a guardar.

Rowek, Fajardo y Belén

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