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Jueves, 25 de julio de 2013
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Reggae bajo cero 2: Sig Ragga, desde Santa Fe

El juego sagrado

Luego de un auspicioso debut, el combo grabó su segundo disco en una Neve, entre ardillas, nogales y el desafío de seguir expandiendo su sonido.

Por Santiago Rial Ungaro
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”Tama-Tamate-Tamboute, Tama Tamaté, Tambuó, Tambuó, Yutemba, Yutembare, Yutembare onde coco bá, Stenquene, Quequebabeyisis, Ambakotamahianake, Yutemba, Yutembaquet.” Así, entonando estas alegres e incomprensibles onomatopeyas inventadas por ellos mismos arranca su nuevo disco Sig Ragga. Se trata de un gesto de invención que dice mucho sobre el espíritu lúdico de la banda liderada por los hermanos Gustavo Cortés (voz, teclados y coros) y Ricardo “Pepo” Cortés (batería, percusión, teclados, coros y arte). Pepo se acaba de despertar, así que quizá sea el momento indicado para hablar sobre el extraño y a la vez cálido imaginario onírico de una de las bandas más originales de la escena local más allá de todas las clasificaciones: usando el reggae como plataforma rítmica para canciones que ya exhibían un lirismo que los ubicaba a mitad de camino entre Los Cafres y Luis Alberto Spinetta, en su primer disco estos santafesinos demostraron ser un grupo distinto, como para no perderle el rastro.

Grabado y mezclado a fines del año pasado en los estudios Sonic Ranch en Texas junto a Eduardo Bergallo, Aquelarre es un segundo disco que encuentra a la banda transformando su propia energía luego de la muerte de sus padres, logrando un sonido luminoso y curativo cuya carga emocional se resuelve en canciones espontáneas y fluidas pero también sorprendentes: en un solo acorde, Sig Ragga (que se completa con Nicolás Gonzáles en guitarra y Juan José Casals en bajo) pueden pasar de lo melancólico a lo épico, generando un aquelarre personal y luminoso en el que abundan la reflexiones sobre la impermanencia y las invocaciones a niños, Jinetes Rojos y rituales mágicos en el bosque.

“Es raro, nos dimos cuenta de que con tantas fechas hacía cinco años que no nos metíamos en un estudio. Pero la verdad es que Bergallo se pasó: se sentaba a la consola, una Neve que le compraron a Madonna de su estudio y que antes habían usado para grabar a Jackson 5 o a Stevie Wonder y de las diez de la mañana hasta las dos de la madrugada trabajaba sin parar y sin perder nunca el criterio. A diferencia del anterior, este disco lo estudiamos más, aunque era la primera vez que lo tocamos. De hecho, cuando grabamos yo tenía más claro los teclados que las baterías.”

Si hace 5 años los hermanos Cortés comentaban que para su primer disco uno de sus principales inconvenientes había sido el no tener instrumentos, en Aquelarre la banda les pudo dar rienda suelta a sus fantasías sonoras, con guiños a la Electric Light Orchesta y cadencias jazzeras y folklóricas que ya son un sello de la banda. Y una pizca de reggae, claro, para unir todo. La elección de Eduardo Bergallo (que se hizo famoso por sus trabajos mezclando y produciendo a Soda Stereo, Los Pericos o Shakira) fue providencial: la musicalidad de Sig Ragga alcanza en este disco otra dimensión. “Era la primera vez que salíamos del país y de repente estábamos en un súper estudio, viviendo ahí exclusivamente para la música, rodeados de ardillas, de un bosque de nogales y comiendo nueces”, comenta Pepo, y parece estar describiendo uno de esos collages que distinguen la estética de la banda, como la imagen de la tapa del disco, un suerte de “baile, ritual en el que se superponen distintos seres de distintos tiempos y dimensiones, como un especie de portal hacia otras dimensiones, un espacio de simultaneidad”. En este Aquelare, Sig Ragga sonoriza estas visiones, logrando un disco que, por su originalidad y su densidad, es un auténtico hallazgo.

* Sábado 27 en La Trastienda Club (Balcarce 460). A las 21.

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