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Jueves, 13 de febrero de 2014
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El Picador #12: Hormigón armado, de El Orgullo de Mamá

El tema del verano

Por indescifrable, la balada rap del combo de Fran López y Agus Spinetto quizás esconda tanto como revela.

Por Luis Paz
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“En cada ciudad hay un edificio que me da más ganas de bailar que vos.” El verso más insólitamente contundente del último trimestre es obra de El Orgullo de Mamá, un intrigante dúo local de rap con ascendente en lo más intrépido de la cultura pop de la generación apenas sub-30: entre Tortugas Adolescentes Mutantes Ninjas, la alquimia mística de una vida más a cambio de un centenar de monedas, las campañas de Conduciendo a Conciencia y las golosinas dulces (Alfajorcitos) y saladas (en su DVD digital En vivo en Villa Urquiza, uno de ellos viste camiseta del seleccionado Frenchitas), amén de todos los reductos posibles de fantasías espaciales, dinosáuricas, marcianas y de artes marciales recibidas por vía intravenosa de la TV de los ‘80, del revistaje de los ‘90 y del picor web posterior a lo del Y2K.

El segundo disco del combo se llama Campeón mundial. La tercera canción, Hormigón armado. Y es su estribillo ese verso absoluto. Porque puede haber un edificio de ensueño, que en su arquitectura macabra, funcional o por lo menos malflasheada invite al goce. Pero que en cada jodida ciudad haya un edificio que invite al baile más que la persona objetivo de ese verso es toda una conclusión. Hay que ser muy capo y muy forro para decirlo así, in your face, y es la magia, la contundencia y la genialidad de ese verso.

Desde ya que Campeón mundial no acaba allí. Hay otras nueve canciones de un rap deliberadamente argentino. Pero Hormigón armado sólo ya vale por un puñado de discos de rap sobre fierros y negras entangadas. Sobre un beat reposado corte balada de The Streets –incluso con esa lógica narrativa kilométrica de Epopeya de un día cualquiera–, El Orgullo de Mamá (que son el asimismo historietista Fran López y el igualmente compositor de jingles Agus Spinetto) libera una concatenación de momentos hermosos que esconden tal vez en su lógica de diario de viaje una verdad mayor sobre nosotros. Si Hormigón armado trata de un aventurero que en el comportamiento de la gente de otros países en los supermercados busca entender la historia y la política de ese país, en sus versos uno puede buscar entender esto de acá.

Y esto de acá es la posibilidad de un rap en argentino, ya ni siquiera en castellano. Campeón mundial es una piedra puesta, orgullosa, entre el ripio; no para alisar su caos, sino para ayudarlo. Si IKV operó por un rap latino de geishas caribeñas y karatekas andinos, EODM implica antihéroes, deduce de sus libros contables la sensualidad y desarma el engaño: no obra para ser la estrella de la teleserie sino para entroncar su banda sonora. Los primeros tres días, el personaje de Hormigón armado busca entender al extranjero entre las góndolas. El cuarto reconoce la universalidad de las latas de durazno, la insobornable capacidad horizontalizante del jugo de pera. Con el contenido del carrito prepara la comida para la familia dueña de la cama que ocupa el quinto, cual uno de los tres chanchitos (¡más pop que esos cuentos!). Y el sexto, los transportes. Y el séptimo, los edificios. Y el octavo, los electrodomésticos (“El rumor de las heladeras es el sonido de la ciudad entera”). Y al final de cuentas, un día, abandonar el lugar.

Es el itinerario completo, aunque soslayado, del camino de la adultez: ahora salí allá y asegurate tu comida, tu movilidad, tu habitación, tu mobiliario, que después vas a tener que volver en micro al sobre, te van a troquelar. Hormigón armado es el estudio todavía sorprendido del que sale a la vida cuando entra a un supermercado o una casa de electrodomésticos.

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