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Jueves, 24 de abril de 2014
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La fuga vertical de Mateo de La Luna

La verdad está ahí arriba

Si las canciones traspasan los límites de la atmósfera, una banda se pone el casco vidriado de los astronautas y las persigue.

Por Julia González
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Mateo de La Luna estaba tocando solo entre cráteres, satélites y esa atmósfera galáctica cuando el orden invisible acomodó los fragmentos de una buena historia por contarse. Una tarde, Mateo Renzulli conoció los dulces vibratos de Belén Natalí en las veredas del barrio y a partir de entonces no dejaron de cantar. Tocaron juntos en los subtes y matizaron las canciones con un afable dueto vocal, hasta que se sumó el guitarrista Matías Lomanno. Se había formado la yunta que acompañaría a Mateo rumbo a la Luna. Con esta formación acústica e íntima grabaron el primer EP En compañía terrestrial (2011), con guitarras acústicas e intervenciones eléctricas que marcan la cadencia espacial. Hay temas como Las chicas de la plaza, Rayocanción y Absorbo todos los tés de todas las tardes, cuyas historias son susceptibles de pasarle a cualquiera. “Nuestras influencias son las bandas de rock del beach house, las guitarras con mucho reverb de fondo y los colchones que no son sintetizadores. También es una decisión estética usar lo que teníamos a mano: guitarras eléctricas y acústicas”, cuenta Mateo.

Las incorporaciones de Mariano Posse, en bajo, y de Martín Abín, en batería, lograron una transición natural del formato acústico al eléctrico. Así, las canciones emocionales e intimistas que cantaban sentados en el piso empezaron a tomar una forma más cruda. Llegó La energía, el disco que sella el avance de la banda y que es el prototipo del abanico musical que la posee. El nuevo sonido surge, como un desprendimiento, de las canciones rudimentarias y alocadas de Daniel Johnston o los Beach Fossils. Grabado en Estudios Cataplán y DDR (de Bárbara Zampini, viuda de Dee Dee Ramone) y masterizado en Nueva York, el audio de La energía amalgama el lowfi con la personalidad rough trade de la vieja escuela hardcore y punk. Son trece canciones (cuatro de ellas, versiones regrabadas de tracks del EP inicial), cuyo corte y adelanto es El final. “Hay una evolución en la banda y teníamos ganas de experimentar otro formato. Nos parecía que las canciones estaban pidiendo otra música que las sustentara, llegamos a un momento distinto, más asentado”, dice Mateo y apuntala la idea de que los discos progresan junto con la banda. El cambio es adrede y, si bien el audio es otro, lo que aún impera es el espíritu cancionero. Pero, ¿qué les gusta de ese mundo galáctico? “Es un tema que nos atrapa poéticamente”, dice Mateo. “No somos devotos de nada, pero el sonido galáctico transmite algo muy soñador, que escapa de lo terrenal, de lo terrestrial, y es atrapante. Tiene mucho que ver con una nueva movida, con la creencia en la energía, en que hay algo que mueve las cosas, que se transmite y que transforma todo lo que toca”, agrega el chico lunar.

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