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Jueves, 5 de junio de 2014
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Los paisajes negros de Vicente Grondona

“El carbón tiene algo de cueva y algo de dancing”

Sencillo y psicodélico, experimental y elemental, este espíritu del ‘77 destaca con una obra deslumbrante, codiciada y ascendente en el rock under.

Por Santiago Rial Ungaro
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”¿Cuánto sale? ¿50 mil dólares? OK, la compro.” Frente a la cabeza esculpida en carbón expuesta en el gabinete que la galería SlyZmud le dedicó a Vicente Grondona en ArteBA, un célebre artista y publicista devenido coleccionista pronuncia esta frase que define tanto el carácter de “shopping” de esta feria como la originalidad del muchacho clase ‘77. Días más tarde, cuando en su taller Vicente Grondona recuerda la primera vez que se encontró con una carbonería, se enciende un extraño brillo en su mirada y le cambia la cara. Entre la avalancha de obras de ArteBA, su muestra La memoria del carbón (36 cuadros hechos en seda organizados alrededor de un busto hecho en carbón) generó en el público el mismo deslumbramiento. Aunque Vicente también trabaja con anilinas, grafito, carbonilla y lavandina, el carbón (en general vegetal, un material tan barato como inusual) es la materia prima de muchas de sus esculturas, y ya es casi un sello de su obra: “Al ser negro y a la vez blando, el carbón siempre tiene algo de nocturno. Tiene algo de cueva pero también es medio dancing. Yo casi no uso instrumentos: casi todo lo hago con la mano”, analiza mientras manipula delicadamente esa misma cabeza de carbón.

Vincent (como le dicen sus amigos) se para y, mientras va embebiendo el carbón, que tiene gran capacidad de absorción, con un material odontológico recomendado por un amigo mecánico dental, se excusa: “En cualquier momento pueden venir a buscarla, termino en un toque”. Vale esperar: austeras y a la vez altamente psicodélicas, sus obras se aprecian mejor en su taller que en una feria. “Listo, ya está. Ahora quiero hacer una cabeza así pero rosa”, dice y trae para ejemplificar un pequeño carbón teñido de rojo, dando la sensación de un alquimista moderno.

Este artista, que vivió siete años en París (expuso ahí y en Milán, Fernelmont, Miart, Madrid, y hasta se dio el lujo de venderle obra al fotógrafo Mario Testino) ofrece un mate y galletitas de cereal y comenta que en un par de horas se tiene que ir a un recital de poesía en Agatha, un espacio de arte que dirige con Fernanda Laguna, ex Belleza & Felicidad: “Es un lugar de encuentro, la idea es que sea una llave para otros artistas”, dice. También recuerda a Sergio De Loof, referente artístico tan ineludible como inclasificable: “Lo conocí hace diez años, cuando vivía en San Telmo. Para mí él es alguien súper relevante. Maneja una energía tan intensa que te permite descansar en eso: sea en silencio o con una reflexión”, rescata.

Grondona dedica mucho tiempo a elegir trozos de carbón según sus formas: sus obras a veces están predeterminadas por el material y sus accidentes, sus texturas, porosidades. Y su fragilidad: “El carbón también es una forma de decirle al hombre. Estas obras provienen de la memoria: son recuerdos, o una recopilación de vivencias. Recopilo esos dibujos hechos en momentos de espera o en bares en mis cuadernos y después los pinto”.

También tienen su sello inconfundible estas pinturas, fragmentos de un imaginario cuyo carácter fantástico puede resultar romántico y enigmático, pero también ominoso o terrorífico, como en el caso de la gráfica del último disco de Coco, cuya tapa es un fragmento de Paisaje negro, un enorme cuadro suyo. Cuando se le comenta a Vicente la bizarra y casi trágica anécdota de hace un par de meses, cuando un carpincho atacó a Noé Mourier, cantante y violera de Coco, el carbonero (que alguna vez tituló una obra Las tinieblas del romance, en homenaje al disco de Travesti) se pone serio. Pero aunque se note que no quiera bromear sobre el incidente (los ataques de carpinchos suelen ser mortales), acepta que algo de eso hay: “Lo de ella fue un accidente en un paisaje campestre, tranquilamente podría haber sido ese mismo paisaje. La naturaleza es violentísima. Igual creo que mi imaginario proviene de ser sonámbulo. Todos experimentamos esa confusión entre el estado de vigilia y el sueño, pero a mí me pasa muy a menudo”.

Hace un par de años, a Grondona le dedicaron Manual de uso, un original ensayo de varios críticos analizando las peculiaridades de su obra. Ahora, él está trabajando en un libro para la serie Colección Arte Popular Argentino de Editorial Mansalva, con reproducciones de cientos de sus obras, que también dan pistas sobre lo amplias e impensadas que pueden ser sus influencias: “El otro día vi un documental que trataba sobre cómo vuelan las bacterias intergalácticamente en los meteoritos. Parece que incluso cuando explota un planeta siempre hay una bacteria que subsiste en el lomo de un meteorito”, dice este dandy alquimista, capaz de nutrirse tanto de un cóctel en una galería y del arte cortesano del siglo XVIII como de los viajes cósmicos de las bacterias.

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