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Jueves, 3 de julio de 2014
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Filhos nuestros, el sub suplemento mundialista

Locales y visitantes

Además de ser una de las mejores, futbolísticamente, de los últimos años, esta Copa del Mundo sigue regalando memorables imágenes paganas. Y divinas.

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Desde Brasil 2014

Un alarido. Un desahogo increíble. Un grito desaforado. Una descarga ante tanto brasileño canchero enrostrando vaya a saber qué cosa de Maradona en portugués ebrio. Un llanto que emociona. Un abrazo que no termina aunque el arbitro de una buena vez por todas pita el final del alargue, del partido, de los nervios, de la angustia... Un partido de fútbol. Una sensación inigualable, en el lugar de los hechos. Hay que mirar bien para todos lados para intentar comprender el contexto. Hay que menear la cabeza las veces que sean necesarias para compartir la incredulidad con otras camisetas argentinas. Gol argentino. Dos palabras. La piel se vuelve a erizar al escribirlo en una estación de servicio en el retorno a Río. Gol argentino, carajo. Con gustito a histórico, con aroma a especial, con la certeza de que todavía el equipo ha ofrecido mucho menos que la hinchada pero con ese alarido que quedará grabado por siempre a flor de piel. Gol argentino. Los nervios se transforman inmediatamente en alegría. Y el grado de disfrute es proporcional al de angustia acumulada. Sí, gol argentino. Todavía hay tiempo para seguir soñando.

Gonzalo Jara toma carrera. Silencio total. Apenas algunos nenes juegan con una mano inflable de Coca-Cola. Julio César, el mismo que cuatro años atrás se hizo responsable de la eliminación de Brasil por una mala maniobra en el partido de cuartos de final contra Holanda, hace de Cristo Redentor sobre la línea, agrandado por los dos penales atajados. Jara trota hacia la pelota, le da suave, y Julio César vuela para completar la hazaña y desatar la fiesta. La historia de lo que pudo haber sido es la más difícil de narrar. No habrá certezas, se multiplicarán las sospechas, se deslizarán sentencias pero nada podrá plasmarse en la realidad. Las camisetas amarillas transpiran alegría en una peregrinación que camina hacia destino: levantar su sexta Copa del Mundo. En Brasil resulta imposible pensar un Mundial sin Brasil. Y la historia de lo que pudo haber sido (esa eliminación) es difícil de proyectar. ¿Qué hubiese pasado con las 40 mil personas que salieron del Fan Fest de Río de Janeiro e iniciaron una tremenda fiesta por las calles de Copacabana si Julio César no tenía su jornada de gloria? Este viernes, el equipo de Scolari enfrentará a Colombia. Feriado, como cada vez que juega Brasil. El país se para en un ritual que no tiene comparación. Pinta como una de las jornadas futboleras más prometedoras en lo que va de una muy buena Copa del Mundo. El subte estará lleno y las calles serán una marea amarilla. Todos felices. Es fácil imaginar qué puede ocurrir acá si Brasil gana el Mundial. Pero es imposible imaginar qué ocurría si no llega a la final.

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