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Jueves, 10 de julio de 2014
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Filhos nuestros, el sub-suplemento mundialista

Final de juego

Antes del cierre de esta edición, Brasil, Alemania, Holanda y Argentina buscaban el Maracaná: últimas imágenes antes de la gloria para uno solo.

Por Mariano Verrina
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Desde Brasil 2014

Brasil eligió refugiarse en Teresópolis, una región serrana y fría, alejada del ruido de las grandes ciudades. La Argentina optó por Cidade do Galo, un búnker en Belo Horizonte, en el que hay que pispear las prácticas a puertas cerradas desde arriba de un morro. Alemania fue por más y, como no encontraba un lugar ideal, decidió construir su concentración, un campo de 15 mil metros cuadrados, al norte de Puerto Seguro, desde donde tuvo que trasladarse en balsa. Holanda se relajó. El gran equipo de Louis Van Gaal, con el que Argentina se medía al cierre de esta edición en la búsqueda de un lugar en la final, hizo base en el Caesar Park, un lujoso hotel sobre la costanera de Ipanema, en Río. Mientras el plantel argentino no disfrutó siquiera de un día de descanso, Robben y compañía fueron a la playa, hicieron compras, visitaron el Cristo Redentor y hasta jugaron a la pelota con chicos de la favela Santa Marta. Los familiares de los jugadores los acompañaron a todos lados y, en cada retorno al hotel, los de naranja pasaron varios minutos firmando autógrafos y posando para las fotos de los fanáticos. Está claro que la fórmula del éxito no la tiene nadie, pero los holandeses supieron disfrutar del mundial como ningún otro plantel. Sin hermetismo. Con la naturalidad de un entrenador que se “anima” a cambiar de arquero en el último minuto de un alargue. Ojalá esa naranja ande mal de mecánica y termine jugando el sábado en Brasilia, bien lejos del Mário Rodrigues Filho.

Así se llama el estadio, aunque todos lo conocen por su apodo: Maracaná, el nombre que los indígenas tupí guaraní le dieron a un ave multicolor que se puede ver en los árboles de la zona. Filho no era futbolista ni dirigente ni un político que facilitó la construcción, como suele ocurrir con los nombres de las canchas argentinas. Filho era periodista. Se lo considera el primer periodista deportivo y la pieza más importante para que el Maracaná esté ubicado donde está, justamente en el barrio que hace honor a su apodo. En tiempos en los que la pantalla se riega de personajes que hablan de cada gajo de la pelota, cuentan por aquí que Filho fue quien democratizó el lenguaje periodístico, que era demasiado rebuscado y apuntaba sólo a una elite, y gracias a su aporte empezó a caer por la cascada y llegó hasta las bases.

Filho fue el creador de los diarios A Manha y Crítica y del primer periódico deportivo de Brasil, O Mundo Sportivo. Cuando las autoridades locales ideaban un estadio para recibir el Mundial de 1950 pensaban hacerlo en el barrio Jacarepaguá, pero Filho logró inclinar la balanza y, con el objetivo de que sea el más grande del mundo, propuso hacerlo en el barrio Maracaná, un ambiente mucho más popular. Hoy el estadio luce con menos capacidad, más moderno, prolijo y con una impronta que impresiona. Lo único que no pudieron modificar fue su fachada, donde está grabado el nombre de Mário Filho.

El mítico Maracaná fue uno de los tantos focos de conflicto en esta Copa. El estadio, que pertenecía al estado de Río de Janeiro, fue privatizado con el objetivo de darle una necesaria lavada de cara para recibir el Mundial. Durante 35 años, el Maracaná será administrado por un grupo de empresarios encabezados por la constructora brasileña Odebrecht, que tiene el 90 por ciento del caudal accionario. El 10 restante se lo dividen en partes iguales dos empresas estadounidenses: IMX, dedicada al entretenimiento, y AEG, administradora de estadios, entre ellos el 02 Arena de Londres o el Staples Center, de Los Angeles Lakers. Se estima que la empresa constructora gastó más de 500 millones de dólares para remodelar el Maracaná, y gran parte de ese dinero fue aportado por créditos públicos.

Hoy el Maracaná no es aquel lugar de reunión popular que Filho había soñado. Con su capacidad reducida (en la final del Mundial del ‘50 ingresaron más de 199 mil personas, en la del próximo domingo se esperan 76 mil) y nuevos sectores vips que fueron ganando terreno, ir a ver al Flamengo o al Fluminense ya no es para todos. Una entrada cuesta alrededor de 100 reales. La historia se potencia ahora con la Copa del Mundo. Un ticket para ver Argentina-Suiza en octavos de final y en la categoría más baja les costaba a los brasileños 320 reales, cuando los salarios mínimos no llegan a los 1000 por mes.

“Fútbol es del pueblo. Contra la elitización del deporte”, reza una de las pancartas. La marcha de activistas de derechos humanos pasa por la puerta del Fan Fest minutos antes de que la pantalla refleje la salida de los equipos de Francia y Alemania. Reclaman salud y educación pública y la inmediata aprobación de una ley de medios democrática. Todos coinciden en que el verdadero resultado de la Copa se verá en las calles de Brasil varios meses después de finalizado el certamen. Habrá que ver qué pasa cuando la fiesta termine.

El domingo será la hora de la verdad. El broche de oro para un Mundial que entregó mucho más que sus antecesores. La cita será en el Maracaná. Un lugar único, aunque bastante diferente del que ideó Mário Rodrigues Filho, el verdadero nombre.

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