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Viernes, 26 de diciembre de 2014
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La persecuta en otros ámbitos

El sentido clausurado

Literatura y poesía también padecieron las consecuencias de Cromañón, como la persecución a centros culturales.

Por Julia González
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“Cualquier espacio cultural que realice actividades en torno de libros es inclausurable”, responde el director de una editorial ante la pregunta de si se podía publicar la dirección del evento que lo involucraba. Porque a partir de la masacre de Cromañón se aprendió que no todas las direcciones se anuncian en los medios o circulan por Internet. Y ése tal vez sea uno de los primeros síntomas del post-Cromañón: la paranoia omisa. Pero no aquella tremenda paranoia de sufrir un accidente o una tragedia (al menos para aquellos que no estuvieron esa siniestra noche), sino otra especie de persecuta. Ese miedo solapado y la acusación de que siempre se está haciendo algo mal, siempre un dedo apunta a los jóvenes, siempre la censura.

Porque no se podía bailar, ni estar parados, ni ubicarse a un metro de distancia en un espacio habilitado para treinta personas ni oír música a un volumen elevado. Así nacieron las fiestas puertas adentro o clandestinas, y eso es historia antigua. Pero el director de la editorial en cuestión daba su sentencia milenaria: los libros no muerden. Ni provocan incendios. Bueno, en rigor, las canciones tampoco.

El 2005 fue una página en blanco que comenzó a escribirse. Si fue un “borrón y cuenta nueva”, lo dirá el diario del lunes, pero es seguro que arrancó otra historia. Y es una historia que se encargan de escribir los protagonistas de la vida en la cultura. A dos años de Cromañón, el NO registraba una nueva forma de “rockear”, la de los escritores que se camuflaban en recitales y como músicos para leer y recitar. Poetas y literatos más o menos reconocidos comenzaron a ser convocados para dar vuelo a la poesía oral.

Muchos de esos recitales eran acústicos, porque las inspecciones tampoco permitían enchufar los equipos. Y así se fueron construyendo espacios de encuentros con lecturas, ferias de libros, proyecciones de películas y música en vivo, aunque a capella, que luego también serían clausurados a pesar de no tener mediasombra en los techos, ni capacidad excedida ni ausencia de matafuegos ni...

A fines de los ‘90, Palo Pandolfo comentaba a este diario la importancia de los recitales de Los Verbonautas, emblemático grupo de poesía oral integrado por el ex Don Cornelio y La Zona, Vicente Luy, Osvaldo Vigna y Gabo Ferro, entre otros: “Se trata de buscar algo en la conciencia de la gente, un cambio que tiene que ser interior. En definitiva, siempre me parece bien que se hable de los derechos humanos”.

Pero a veces el contenido puede ser más incendiario que cualquier bengala, por eso el Gobierno de la Ciudad puso un espejo en su miedo e intentó traspolarlo a los jóvenes. La Ley de Centros Culturales fue aprobada por unanimidad la semana pasada. Y si bien se necesitará el diario del lunes para saber cómo se desarrollará, es una victoria lograda por un núcleo de chicos y chicas pensantes. Y a lo mejor se necesita eso para que no haya un Cromañón nunca más: el pensamiento. ¿Utopías, que le dicen? No importa. “Dirán que soy un soñador...”

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