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Jueves, 26 de febrero de 2015
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Gustavo Sala, la gran bestia pop

“NO HAY LÍMITES EN EL HUMOR”

El autor de Bife angosto sacó Hijitos de Puta, el cuarto oscuro donde viven sus personajes más retorcidos.

Por Hernán Panessi
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“¡Qué grande, loco, está Gustavo Sala!”, arengaba el cantante de una banda indie al advertir la presencia del célebre dibujante marplatense que semanalmente engalana el NO con su Bife angosto. Fue en un Festipulenta y fue hace mucho. Y Gustavo Sala siguió ahí, habitando el indie. “Es una boludez eso del indie”, dice, y tiene razón. Pero también es una forma simpática de enmarcar a toda una movida que estira –como en la postal del comienzo– desde bandas de rock hasta ilustradores, y en medio: poetas, fanzineros, autogestivos, periodistas, portadores de remeras de Daniel Johnston, Black Flag y mucho más.

Aunque reniegue del mote, Sala flota cómodo en ese océano. Y la posta es que aunque coqueteó con el mainstream –bueno, con aquella tira sobre David Ghetto salió en todos los noticieros, ¿no?–, sigue abrazando los proyectos más viscerales. De hecho, Hijitos de Puta, su último vástago, tiene más vísceras que ningún otro. Y es literal: por acá anda su creación más nerviosa, más enojada, más violenta, más genial. Hijitos de Puta, que salió publicada vía Llanto de Mudo, recopila unos cuatro años de material original aparecido en Barcelona.

De su boca: “Casi todas las páginas fueron hechas sin saber cómo iban a terminar”. Es que Hijitos de Puta salió observando la calle. “Reparé en gente mirando el cartel de Tommy Dunster en cuero –señala– o algún boludo de ésos.” Barcelona le resultó el lugar idóneo para bardear. Y en Hijitos de Puta se va a la mierda: hay abortos, asesinatos, incesto, robos, violencia y herejías de toda calaña. Sin dudas, es el cuartito oscuro donde viven sus personajes más retorcidos. Ocurre que, tal vez, el éxito de Sala resida en su sinceridad: nunca censuró su imaginación. Y si bien se lo conoce por su cosmos de recitales, calles de Buenos Aires y cultura pop, demuestra una densidad propia de un autor que utiliza la locura en su favor. “En tal caso, mis personajes son antisemitas, violentos y locos, no yo”, argumenta Sala. Y asegura: “No hay límites en el humor”.

En otras de sus caras, reparte delirio en las mañanas de la FM Nacional Rock, junto con Pablo Marcovsky. Y mientras tanto, además, anda abocado en lo que será su nuevo tomo –¡oootro!– que saldrá para la Feria del Libro y juntará aquella historieta romántica llamada El amor enferma. Allí se ve su evolución luego de una profunda ruptura amorosa. “Acá me pongo careta y me hago el Aristimuño”, agrega.

A su vez, como es culo inquieto, su patita autogestiva chocó los cinco con los pibes de Subpoesía y editarán en conjunto Viva la caca, un compilado de chistes de caca para chicos que será comercializado, por supuesto, en ferias donde late fuerte la independencia. Y vuelve al hueso: “Las bandas que me gustan no me interesan por ser indies, sino porque tienen canciones grandiosas”. ¿Sus favoritas? Shaman y Los Pilares de la Creación, Viva Elástico, Acorazado Potemkin y Nikita Nipone. “Me considero parte de una escena que podría tener un paralelo con el rock”, arremete.

Y ahí sigue Gustavo Sala, habitando el indie. Agitando en un pogo de Bestia Bebé, editando libritos para guachines, vomitando personajes que serán comida radiactiva –como a él más le gusta: dislocada, corrosiva y ácida– para un montón de chabones con remeras transpiradas de Daniel Johnston, Black Flag o, sí, de tu vieja en tanga.

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