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Jueves, 21 de mayo de 2015
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Menea para mí, pero no te confundas

“Está de moda la marginalidad, se volvió cool, pero es mentira”

Cumbi Bustinza saca la vida en las villas afuera, y no se come el viaje.

Por Brian Majlin
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“Yo no quiero tu lástima, quiero tu respeto”, dice El Maxi en un momento y el silencio se hace grande como la distancia que separa la historia del espectador. Menea para mí es la obra que estrenó Mariana “Cumbi” Bustinza, actriz y directora que hace diez años vivió un amor con un barra de Huracán en el Barrio Presidente Illia –hoy un pedacito de la Villa 1-11-14– y desde entonces no puede evitar escribir y pensar sobre “la marginalidad”.

Cumbi, que en la puesta dirige a Eze Baquero, Lucho Crispi, Catalina Jure, Vicky Raposo, Vicky Schwint, Mechi Hazaña, Flor Rebecchi, Mica Quintano, Vanina Cavallito y a uno de los máximos referentes del stand up villero/marginal, Germán Matías, admite que ella no vivía ahí y que tenía algo de plata. Algo son 50 pesos. Y que una Navidad fue a casa de su novio y compró pan dulce y turrones para la familia, que eran siete y que, si no, comerían, cuando dieran las 12, té con tostadas.

En Menea para mí reproduce parte de su historia, pero trastrocada. Aparecen Huracán, la cumbia, la muerte, la marginalidad y, sobre todo, la carencia. La obra es, más allá de sus formas, una historia de amor. De su falta.

Según datos oficiales, cerca del diez por ciento de los porteños –y de los bonaerenses, también– vive en asentamientos o villas. Para algunos son ese otro invisible al que sólo nombran cuando perciben la inseguridad (la de entrar allí o la que de allí salga).

¿Por qué hacer una obra sobre la villa que será vista fuera de ella?

–Una vez me dijeron que siempre escribo sobre lo marginal. La búsqueda pasa por conectar al espectador con ese mundo. Quería transmitir la falta de amor, el egoísmo y explicar ciertos problemas sociales a partir de esos ejes y no de la inseguridad.

¿Cómo creés que lo tomarán tus ex amigos que están reflejados?

–Creo que no lo tomarían a mal aquellos amigos, pero me queda la duda.

El trabajo tiene su densidad. Los intérpretes pasaron por un arduo proceso investigativo, con el apoyo basal de Matías. La obra, y está en su génesis y en su intención confesa, emociona. Provoca reflexión, pero también angustia.

“No es que la gente se identifica desde el lugar de vivir lo mismo, pero se toca una fibra”, arroja Bustinza como declaración de intención y anhelo. Y lanza una propuesta ante el dolor: “Se necesita educación y amor”.

¿Cómo ves el tema del orgullo villero?

–El que vive ahí banca el lugar porque es lo único que tiene, pero me provoca contradicciones porque no es una elección sino un resultado. Yo también cantaba que íbamos a prender fuego a las torres, que era un monoblock pero ya por eso era más cheto. No deja de ser violento.

¿Se percibe la violencia de clase?

–Totalmente, todo es, en oposición a lo propio, “re cheto”.

Hay mucho laburo, danza, despliegue físico, pero se reproduce ese lenguaje y práctica del lugar. ¿Cómo laburaste para no reforzar estigmas?

–Mostrando el camino que lleva a un pibe a esas prácticas. Creo que al hacer ese recorrido la lectura es “Y sí, claro, cómo no va a terminar así” y no se genera el estigma, sino una comprensión.

Hay violación, robo, asesinato, violencia familiar, droga y, sin embargo, no hay morbo.

–Y falta el aborto clandestino y los suicidios, que no llegué a tocarlos, pero son bastante parte de ese mundo. Igual, con Germán decimos que es bastante leve, comparado con lo que se vive ahí. Quería diferenciarlo del villero cool que ahora hay. Está como de moda la marginalidad, o la cumbia, se volvió algo cool, pero es mentira, es raro eso también.

Cumbi cierra el diálogo con un deseo: llevar la obra a distintos barrios bajos y villas y, quizás, dar clases en esos lugares. “No va a cambiar su vida material, pero los va a ayudar a mejorar sus vínculos.”

* Domingos en El Extranjero, Valentín Gómez 3378. A las 20.30.

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