Antes de cumplir 15 años, Monika Mogi ya conocÃa las calles de Tokio como si ella misma hubiera diseñado la ciudad. Hija única de un marinero estadounidense y una trabajadora japonesa divorciados, solÃa pasar la mayor parte del dÃa sola. Al colegio casi ni iba: se escapaba para comprar alcohol y cigarrillos con un documento falso, el mismo con el que entraba a los boliches. Un dÃa, en una de esas derivas callejeras, se cruzó con una gigantografÃa tÃpica de la marca American Apparel, en la que una “mujer normal†posaba en ropa interior, y pensó: “Esa podrÃa ser yoâ€. Y enseguida: “Esa podrÃa ser cualquieraâ€. Y asà fue como la chica que conocÃa las locaciones más inverosÃmiles y los personajes más extraños del underground de Tokio no se convirtió en modelo, sino en fotógrafa.
Hoy tiene 22 años y una carrera. Su mirada, forjada en las calles, descubre la belleza de manera contundente, aún en los detalles más mÃnimos: una sonrisa con brackets, el brillo de una cara sudorosa y sin maquillaje, la tensión entre lo que se oculta y lo que se revela. Como su amor por las imperfecciones permite anticipar que odia lo digital. Quizás por eso sus fotos tienen algo atemporal y onÃrico, un extrañamiento que es propio de la adolescencia que suele retratar.
“¿Por qué sacás fotos?â€, le preguntaron en una entrevista en Nueva York, previa a una exposición de su trabajo. “Porque me gusta crear misteriosâ€, contestó Monika. Hay algo de esa fascinación oriental por lo insondable que un occidental nunca podrá terminar de asimilar, y esta joven fotógrafa criada entre California y Tokio tiene esa dualidad enquistada en su propia identidad.
Para comprobarlo basta con mirar una de sus obras más conocidas. Sobre un fondo rojo sangre, una chica japonesa mira fijo hacia adelante. Su figura está en una escala de grises que parece de fotocopia, probablemente como homenaje a la cultura fanzine en la que Monika se zambulló apenas agarró una cámara. Con su mano derecha, la chica sostiene una manzana. Es totalmente inofensiva y al mismo tiempo terriblemente amenazante, como esas nenitas pálidas que protagonizan las pelÃculas orientales de terror. Arriba de todo, unas letras gigantes coronan el cartel. “American Apparelâ€, se lee en las calles de Tokio.
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