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Jueves, 7 de agosto de 2003
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EL HIP HOP A LA INGLESA SE ABRE PASO

Escuela de la calle

The Streets abrió la puerta y Dizzee Rascal, un morocho de 18 años con lengua filosa y antecedentes penales, aprovechó. Candidato a ganar el prestigioso premio Mercury por su disco debut, Dizzee combina actitud, rima y sonido que potencian la fórmula original del UK garage.

Por Pablo Plotkin
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Dizzee Rascal, sicario del nuevo hip hop, bardo (en sus dos acepciones) del UK garage, pirómano del ritmo y la poesía callejera. Guachín lleno de malicia y ternura, favorito de los próximos premios Mercury y nota perdida en las páginas policiales de la prensa inglesa. (Cable informativo del 8 de julio: “Dizzee Rascal está en el hospital luego de haber sido apuñalado en la isla festiva de Ayia Napa. El MC de 18 años –quien está a punto de lanzar un debut largamente esperado y aclamado por la crítica, Boy in da Corner– fue atacado anoche en un incidente confuso. Dizzee –verdadero nombre: Dylan Mills– se encuentra en situación estable luego de haber sido sometido a una cirugía...”)
La vida y la música de Dizzee se componen de eclosiones de diverso alcance. Una infancia en la calle (Bow, este de Londres), varios cambios de escuela, un profesor de música visionario y la incorporación al colectivo Roll Deep Crew, niños terribles del rap de garage. Biografía y obra de Dizzee empiezan a ser sinónimos con la aparición de su primer simple en solitario, “I luv you”, que le pone ingenio, tensión y nada de misoginia al duelo verbal entre una chica de 15 embarazada y su novio azorado. Dizzee reformula las premisas rítmicas del “2-Step” y los tópicos fundacionales del hip hop adolescente. Su voz exige e implora, reza y maldice sobre bases lacónicas y concisas, salpicadas de dub y beats disonantes. Dizzee es capaz de hacer una canción encantadora como ésta rapeando sobre una plataforma rítmica que suena a picahielo entre escarcha y que construye su musicalidad desde la dicción y los claroscuros vocales.
Boy in da Corner, su primer disco, es el nuevo fetiche de la crítica inglesa, del mismo modo que Original Pirate Material (The Streets, que señaló a Dizzee como “el futuro”) lo fue un año atrás. El entusiasmo apurado y desaforado (en pocas semanas, y por diversas razones, se lo comparó con 2Pac, Cobain y Morrissey) tiene que ver con el estado de las cosas en la música joven anglo. El rock de revistas asume una postura retrovisora (sostenida en las cuatro décadas precedentes, en especial la de los setenta) y la supuesta vanguardia, lejos de la calle, no interviene en los conflictos generacionales de fondo. A la vez, muchos formadores de opinión británicos están hartos del tránsito de influencias unilateral que se da con la industria de Estados Unidos, que exporta figuras y ningunea a las promesas del Reino. En ese contexto, la aparición de Dizzee reúne todos los condimentos para la configuración de una nueva estrella-pop-autogestionada (del tipo Eminem, aunque con un sonido menos amable): precocidad, innovación, realismo, vida desbaratada, rimas inteligentes. En un momento en que el hip hop yanqui parece entrar en una meseta creativa, el garage de Londres se dispone a invertir los roles.
Dizzee Rascal sabe que la música popular no es sólo vía de escape de “demonios internos”: también es vía de escape del barrio y sus problemas concretos. “Podría haber elegido fácilmente una manera ilegal de hacer dinero: pero elegí salir de otra forma.” La cuestión es salir. La música de Dizzee es su antídoto contra la asfixia de una Inglaterra que se le presenta “saturada”. “Soy un problema para Anthony Blair”, boquea este rapper y productor que parece alojar ruidos del futuro. El escenario de Boy in da Corner se compone de punteros, ladrones, nenas embarazadas y desamor. Nada que el hip hop (o la cumbia villera) no haya contado antes, pero esa violencia desglamorizada lo pone a kilómetros del gangsta rap. Dizzee es un pendejo atrevido, pero se toma las cosas en serio. Su supervivencia parece confirmar que la música pop, al igual que el mundo, ya no necesita de cometas que vivan rápido y mueran jóvenes. Es tiempo de borrar la segunda parte del slogan.

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